Lo que hay que cambiar en Vox
«Si Vox no consigue conectar con su electorado potencial a través de mensajes tangibles va a desaparecer en cuatro años. La política es ajustarse a la realidad»
A las elecciones se va a ganar, no a medirse en singular duelo en una batalla cultural que no se gana en 15 días. A una campaña se acude con la bilis embotellada para que funcione el cerebro sin obstáculo alguno. Lo que está en juego es el Poder, llegar a las instituciones y mandar. Lean a Julien Freund. Eso lo sabe muy bien la izquierda, que tiene una teoría del poder mientras que las derechas se manejan con dos tanques de cartón: el management empresarial y la guerra ideológica.
Por eso las izquierdas están encantadas. Mientras el PSOE y su apéndice citan a teóricos o prácticos del poder, las derechas enumeran a grandes pensadores de la gestión económica o a polemistas de la cultura. Unas elecciones las tienen que llevar profesionales, no feligreses ni palmeros que consideran que lo importante es no parecer desleal al jefe o que la voz del partido se oiga en el Parlamento. Lo repito: para hacer bonito en el Congreso ya están los leones.
Vamos con Vox. Es ridículo hacer campaña contra el Estado de las Autonomías, decir que es un cáncer para España, lo peor que nos ha pasado desde la pérdida de Cuba, y luego matar para conseguir un cargo autonómico. ¿Creen que la gente no se ha dado cuenta? ¿Piensan que sus votantes son estúpidos?
Es lo que está pasando en Murcia, donde el PP solo necesita la abstención de Vox porque suma más que las izquierdas. La cantinela de exigir cargos para «vigilar el cumplimiento de los pactos desde dentro» solo sirve a los incautos que no están atentos a la vida interna de un gobierno de coalición. Un Ejecutivo con varios partidos es un guirigay de luchas constantes y envidias, de filtraciones y traiciones, en el que los pactos se pueden vulnerar igualmente.
«Las comunidades en manos de la derecha son el mejor freno al autoritarismo de un gobierno como el de Sánchez»
Ese antiautonomismo y luego matar por tener un cargo autonómico les resta credibilidad. Además, dicho discurso les hace incapaces de reconocer una verdad incontrovertible: las comunidades autónomas en manos de la derecha son el mejor freno al autoritarismo de un gobierno izquierdista como el de Sánchez. Véanse Madrid o Galicia.
La descentralización es un freno a la arbitrariedad de un Gobierno que anula el parlamentarismo, que coloniza las instituciones judiciales, e invade el Tribunal Constitucional. Lean a Tocqueville, que alertaba sobre el crecimiento de un Estado puesto en manos de un Gobierno que no quiere intermediarios con el pueblo. O al francés Constant, que decía que sacrificar todo por la uniformidad es la mejor manera de construir un Estado insoportable.
Esto no significa que las autonomías sean perfectas, sino que son una realidad que ahora mismo funciona como freno a la ingeniería de izquierdas. ¿Qué sería de Madrid con un gobierno de PSOE y Más Madrid? Pues eso. Y las autonomías con gobiernos de coalición de PP y Vox serán un freno. Sin embargo, el partido de Abascal está a años luz de reconocerlo, y esto les resta coherencia y eficacia electoral. Si Vox hubiera ido con la verdad por delante, que era seguir la senda del 28-M y colaborar con el PP para frenar la deriva autoritaria, otra cosa hubiera pasado.
La segunda pifia de Vox es no traducir a lenguaje común su crítica a la Agenda 2030. Tal y como ha expuesto su denuncia solo vale para los iniciados y convencidos. ¿De verdad no hay nadie entre la tropa de Abascal que no sepa transformar su oposición a dicha Agenda en cuatro frases atractivas y cercanas, identificables con la vida cotidiana de cualquiera? ¿No? Pues que aparten a los feligreses y pelotas, y contraten a alguien que sepa hacerlo. Si la política no se vende bien no tiene efecto en las urnas.
Detrás de dicha incapacidad propagandística de Vox está la naturaleza de un partido con vocación de ser testimonial, de funcionar como el órgano armado de una tertulia de café o de una capilla. Más claro: no hay que hablar para que aplaudan los cuatro convencidos y que los integristas maticen con su inmensa e inútil erudición, sino para ganar votantes. ¿Cómo se hace eso? Mostrando cómo la Agenda 2030 afecta a su vida cotidiana.
«Vox no logra el voto de los trabajadores. En los barrios obreros no pasa del 8% de votos haciendo una media y siendo generoso»
Si Vox no consigue conectar con su electorado potencial a través de mensajes tangibles va a desaparecer en cuatro años. La política a medio y largo plazo es ajustarse a la realidad, no dar voces ni golpes de pecho. Ese ajuste no es ser cobarde, sino inteligente, porque lo que importa es llegar al poder y conservarlo. Solo después, con los presupuestos y los ministerios en las manos, se hace todo lo demás.
Y llegamos al tercer fiasco de Vox, por abreviar. No logra el voto de los trabajadores. En los barrios obreros no pasa del 8% de votos haciendo una media y siendo generoso. En esto han fracasado pero no dicen nada. En 2020 hicieron un cambio en la estrategia, consistente en imprimir un cierto obrerismo en su mensaje. Llegaron a hablar de «patriotismo social».
Algunos de sus cabezas de huevo pensaron que podían imitar a Le Pen y Meloni, que compiten con la izquierda en los barrios populares. Ahí están los grandes caladeros de votos de Vox que se niega a luchar porque se empeña en su cruzada contra el «lobby LGTBI» en lugar de hablar de los derechos de los trabajadores. Vox constituye así el sueño húmedo de las izquierdas.
En fin, esto da para mucho. Quizá siga en otro artículo. Vox tiene que dar una pensada seria a por qué, primero, se estancó, y segundo, al motivo de la pérdida de 19 escaños y 600.000 votos. No es de recibo culpar siempre de todo a los demás.