La regresión de la guerra
«La contienda de Ucrania parece un arcaísmo y un regreso al pasado, pero no se vuelve ileso del pasado como no se vuelve ileso del infierno»
Fue grande mi asombro cuando en el transcurso de la lectura de Masa y poder, comprobé que un pensador tan atinado y tan profundo como Canetti creyera que las guerras habían llegado a su fin. Y no sólo lo decía una vez pues se trataba de una idea que flotaba aquí y allá, a lo largo del libro, y que si bien no llegaba a ser un leitmotiv, tenía su presencia. Canetti nos advertía que solo pensar en los padecimientos que creaba una guerra de masas iba a servir para que nos propusiésemos suprimirla y pensásemos seriamente en el porvenir de la Tierra, indicando que las guerras de verdad tenían por objetivo conseguir montones de muertos: masas de cadáveres. Consideraba Canetti que las guerras de rápida propagación y mucha muerte concluyeron «con toda seguridad» en el estallido «arcaico» de la Alemania nazi. De modo que no solo juzgaba la Segunda Guerra Mundial como un arcaísmo sino que además aventuraba que ese arcaísmo era el final de una forma de guerrear de naturaleza atroz.
Suponía Canetti que cuando llegas a una cierta cúspide del mal la pulsión letal remite, algo que no deja de ser una alegre hipótesis, creía yo, pues contradice su idea de que la muerte, como la vida, tiende a desplegarse formando masas. Aún me asombró más que Ernst Jünger, autor en las antípodas de Canetti, asegurara en su novela Eumeswil y en sus ensayos La paz y El estado mundial que las guerras no tardarían en desaparecer. Me desconcertaba que Jünger, tan agudo en otros temas, desvariara tanto en el asunto de la guerra y su futuro. Mas es justamente ahora, en estos tiempos de confusión y de turbaciones bélicas, cuando empiezo a comprender de otra manera las palabras de Jünger y Canetti y me asalta la sospecha de que sus ideas no eran tan descabelladas como yo creía pues vinculaban el fin de la guerra con el estado mundial y la globalización.
«Jünger tendía a creer que la globalización era enemiga total de la guerra»
Como dice José Luis Calvo Albero refiriéndose al autor de Tempestades de acero, «el pensamiento final de Jünger se orienta a que el tiempo de la guerra ya ha pasado; su papel de unificadora y forjadora de hombres ha sido ya completado y ahora comienza a carecer de sentido en un mundo cada vez más uniforme, en el que solo parece tener utilidad para doblegar a aquellos que pretenden salirse de esa uniformidad. Una vez logrado esto se convertirá en un recuerdo del pasado». Jünger, que murió dos años después del nacimiento de Google, tendía a creer que la globalización era enemiga total de la guerra. ¿Y acaso no acertó? La globalización supone la confirmación absoluta de que el mundo es una red, como ya demostraron en su momento Milgram y otros. Sí, es una red pero a condición de que se supriman las fronteras. Una guerra implica la emergencia de una frontera de fuego, sangre y tinieblas, que incendia, desarticula, fragmenta y descompone parcialmente la red, averiando e inutilizando sus mecanismos, rasgando grandes áreas del tejido y creando fosas en el mercado que perturban su fluidez «universal».
Colocados en esta tesitura, resultan acertadas las palabras del presidente de la India cuando le vino a decir a Putin que no eran tiempos de guerras. Muchos pensamos que tenía razón y por eso la contienda de Ucrania nos parece un arcaísmo y un regreso al pasado. El problema es que, como dijo el escritor Mohamed El Morabet, «el regreso al pasado es un viaje a un futuro desconocido». He ahí la clave de toda regresión: la incertidumbre respecto a sus efectos, imposibles de prever. No se vuelve ileso del pasado como no se vuelve ileso del infierno. Para terminar, algo más que dijo Jünger y que puede desconcertar: «La guerra no es el fin, es el comienzo de la violencia». ¿Y si la contienda de Ucrania fuese en realidad el comienzo de una violencia que desconocemos? La relevancia que está teniendo la guerra de los drones, que no dejaría de ser un ataque de clones sin alma y sin principios, obedeciendo ciegamente órdenes superiores, le daría la razón a la paradoja de Jünger pues nos coloca en los principios de nuevas formas de violencia acordes con la era digital y que, al ser ataques de máquinas, tienden a diluir el principio de responsabilidad y a acentuar la sensación de terror.