THE OBJECTIVE
Jesús Ferrero

La verdad y la mentira en democracia

«Sería importante aceptar el alto contenido teatral que tiene la democracia desde sus orígenes para saber qué máquina tenemos entre manos y cómo usarla mejor»

Opinión
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La verdad y la mentira en democracia

El Partenón de Atenas. | Unsplash

Es probable que las sociedades poco familiarizadas con el teatro tarden en desarrollar culturas democráticas y por una razón de peso: tanto el teatro como la democracia son representaciones donde unos actores desarrollan su papel sobre un escenario. El asunto resulta a tal punto claro que muchos parlamentos tienen forma de teatro griego, por ejemplo el nuestro, donde en los últimos tiempos hubo sesiones que tocaban el núcleo de la tragedia griega: las figuras del hombre y la mujer, el padre y la madre, que desaparecen como conceptos en algunas leyes. Desgraciadamente, el género teatral más recurrido ha sido el monólogo, y hasta cuando los actores parecían hablar o litigar entre ellos no hacían más que desplegar monólogos.

Supongo que vivimos en la edad de los monólogos. Buena parte de las novelas de ahora son monólogos, e internet es, básicamente, un universo saturado de monólogos, donde cada sujeto es un tornillo dando obsesivas vueltas en torno a sí mismo sin llegar nunca al otro. También las agrupaciones sociales de toda índole (partidos políticos, tendencias sexuales, tendencias culturales, asociaciones benéficas, mafias, sectas) se presentan como un monólogo cerrado en sí mismo. Se trata de pesadillas autistas y aparentemente monolíticas si bien llenas de contradicciones, a menudo clamorosas. 

Asombra que entre los periodistas especializados en política y los políticos mismos hablen de las verdades y las mentiras de unos y otros como si no supieran que en democracia las verdades y las mentiras son abstracciones que no cuentan, y más en período de elecciones. La democracia llegó a Atenas porque los atenienses eran aficionados al teatro, es decir, a la representación simbólica y figurada de la realidad: la famosa mentira artística, que por razones alquímicas puede convertirse en una imagen misteriosamente fiel de la verdad, como vemos en Sófocles. Un político se hace real en el sistema democrático cuando empieza a actuar, cuando sale a escena y lo hace bien.

«La verdad solo existe por aproximación, y para más de un sofista ni siquiera por aproximación»

A los griegos les gustaban los buenos actores, también en la democracia, que era una representación teatral donde había que aprender a actuar y a defender lo indefendible. Y ahí entraban las enseñanzas de los sofistas, maestros de la lengua y de todos sus usos, para enseñar a los muchachos cómo defender dos ideas opuestas sin por eso perder la capacidad de funcionar. Mecanismo con el que dejaban muy claro que la verdad y la mentira tenían menos que ver con la democracia que la escena. Estás ante un público. Dales una buena representación, que colme algunas de sus pasiones. ¿Y el problema de la verdad? Bueno, la verdad solo existe por aproximación, y para más de un sofista ni siquiera por aproximación.

Con la democracia llegó a Atenas el teatro social. De pronto el teatro había derribado sus puertas y ensanchado sus fronteras apoderándose de toda la ciudad. Se sabe que Pericles tuvo actuaciones absolutamente memorables en ese teatro que aún recordamos, tanto tiempo después. «Somos admirados por las gentes del presente y seremos admirados por las del porvenir», dijo en una ocasión, y si bien acertó, cabe pensar que lo guió la conveniencia del retórico más que la fe del profeta. Era un ateniense y sabía hacer un teatro absolutamente conmovedor cuando el momento lo exigía. Era, entre otras cosas, un gran actor.

Hablar de las mentiras o verdades que dijo uno u otro presidente en este o aquel debate es tomar el camino equivocado. Un debate a dos es un combate singular entre dos actores preparados. Lo que le importa al público, y me incluyo en él, es la actuación, es el papel que eligieron y cómo lo desplegaron sin olvidar nunca que se trataba de una representación televisiva, es decir, de una construcción cuya naturalidad brillaba por su ausencia aunque, en un acto de ceguera involuntaria, nos pudiera parecer natural. Tan natural como los asesores, el plató de televisión, los moderadores… Tan natural como la democracia en el parlamento… Sí, tan natural como una representación teatral. No es una teoría política, es una evidencia y sería importante aceptar el alto contenido teatral que ha tenido la democracia desde sus orígenes para saber qué máquina tenemos entre manos y cómo utilizarla mejor. Se trataría de conseguir que esa representación teatral tocase un poco más de realidad, y aún sabiendo que nunca vamos a salir del universo de la representación, no es banal aspirar a que esa representación sea más convincente, más exigente y más realista.

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