Atrapados
«Al margen del rechazo que producen las ideas de Vox, ahí está su contribución a esa tela de araña de crispación y autoritarismo en que nos ha encerrado Sánchez»
Milan Kundera perteneció a un mundo político lejano del nuestro, sometido a las reglas del sistema soviético, pero a veces las distancias se acortan. Imaginemos que a un intelectual del PSOE o a un colaborador de la prensa gubernamental o de TVE, se le ocurriera escribir en clave de humor un artículo enfrentándose a la verdad establecida en esos medios y lo cerrase con unas palabras comparables a las de la célebre novela del escritor moravo: «El progresismo es el opio del pueblo. El culto a Pedro Sánchez hiede a servilismo. ¡Viva un gobierno de unidad nacional!». Salvadas las distancias en el baremo de sanciones, las consecuencias para el infractor no diferirían mucho de las sufridas por el protagonista de La broma. La ocurrencia final no sería siquiera necesaria.
En el espacio político hoy sometido a Pedro Sánchez, el solo hecho de esbozar una argumentación diferencial confiere a quien lo intente la etiqueta de instrumento de la reacción, de «emponzoñador», como proponía un comentarista. Día a día, declaración a declaración, sus papagayos/mastines martillean a la opinión pública con los anatemas pronunciados contra la oposición y frente a cualquier discrepancia. Cada vez que Félix Bolaños o María Jesús Montero, o cualquiera de sus subalternos, aparece en la pantalla, cabe temerse lo peor. Ni un argumento, ni una idea, solo condenas y consignas dirigidas a justificar la exclusión de los opositores, repitiendo una y mil veces el «PP igual a Vox». Por no hablar de cualquier atisbo de crítica.
No nos encontramos como Kundera en un régimen totalitario cerrado, de tipo soviético, pero algo vamos avanzando en esa dirección, con la deriva emprendida por Pedro Sánchez al imponer un marco de exclusión total del pluralismo en las relaciones políticas. Como consecuencia, desaparecen la libertad de debate y el respeto al otro propios de la democracia. En gran medida, la ciudadanía queda de este modo secuestrada, ya que ve sometida su información a una propaganda permanente, cerrado su acceso a una expresión plural, y a fin de cuentas se encuentra metida en una camisa de fuerza donde solo existe la política. Una política a su vez jibarizada, ya que consiste en un permanente enfrentamiento entre dos polos opuestos, el Bien y el Mal, el Progreso y la Reacción; vaciada de contenidos concretos, de los problemas reales. La omisión total de Cataluña en el programa electoral del PSOE nos ahorra cualquier comentario.
Esta opción del presidente, la política entendida como nudo enfrentamiento, partiendo de un riguroso maniqueísmo, tiene por efecto entre nosotros, aquí y ahora, una radical desviación del conflicto político respecto de los usos democráticos. Por eso lo que hoy está en juego no es aquello que sería normal: una mejor o peor política económica, un planteamiento territorial más o menos adecuado, desde los cuales una preferencia del PSOE sobre el PP puede ser razonable, sino el monopolio de poder que Pedro Sánchez ha establecido al servicio de su voluntad de dominio. El objetivo fundamental no es otro que privar a la oposición del acceso al gobierno. Se subvierte así en sentido dictatorial el núcleo del régimen de 1978 y, lo que no es menos grave, para atender a esa prioridad Sánchez ha tejido una trama de alianzas con partidos antisistema, pasando por alto que el objetivo de los mismos no es otro que la destrucción del Estado español.
«Sánchez convierte la acción política en una tela de araña donde los ciudadanos resultan apresados»
Fiel a la prioridad otorgada a sus aspiraciones, Pedro Sánchez es implacable en el cumplimiento de su designio, y en el uso de los instrumentos destinados a implementarlo. No existe espacio para el acuerdo, ni para la tregua. Convierte así la acción política en una tela de araña donde los ciudadanos resultan apresados, sin posibilidad de escapatoria, sean partidarios o adversarios suyos. Frente a frente en todo momento, sin que importen posibles intereses coincidentes entre PSOE y PP (ejemplo: Ceuta). Cualquier valoración de los acontecimientos en curso ha de tenerlo en cuenta.
2. Llega una primera ocasión al iniciarse el proceso de elección de nuevo gobierno. El poder discrecional del Rey para designar un primer candidato es en apariencia amplio, según el artículo 99 de la Constitución, pero se supone ajustado a la finalidad adscrita a tal competencia. No debe ser arbitrario y además contempla la intervención del «refrendo» de la propuesta que, en virtud del artículo 64, corresponde al presidente del Congreso. Esa cláusula resultó irrelevante para Pedro Sánchez, sustituyendo de hecho al monarca en la disolución del 24 de mayo. No será lo mismo para Felipe VI después del día 17.
A favor del Partido Popular, cuenta también en apariencia el hecho de haber obtenido la minoría mayoritaria de escaños en el Congreso, aun cuando no haya «ganado las elecciones». A pesar de ello las posibilidades de Feijóo para formar gobierno son nulas. En consecuencia, nada obliga al Rey a atender sus razonables deseos de presentarse a la investidura. En la vertiente opuesta, se encuentra la posibilidad real de juntar de nuevo a los componentes heterogéneos que dieron vida al llamado por Rubalcaba «gobierno Frankenstein».
Así las cosas, lo más probable es que el Rey haga el primer encargo a Pedro Sánchez. Hay dos obstáculos, superables. Uno es de fondo: encomendar el gobierno de España a una agrupación de partidos en la cual figuran quienes de forma pública han vulnerado la legalidad con el objeto de dinamitar el orden constitucional y el propio Estado. Fue el dilema de Alcalá Zamora en octubre de 1934. No existe forma de evitarlo, aun cuando la quiebra del espíritu de la ley sería evidente. El segundo obstáculo, formal, consistiría en que el conocimiento por el Rey de las posiciones de los partidos, requiere que estos acudan a la consulta, y nuestros nacionalistas optan por la inasistencia. De nuevo, papeleta para Felipe VI, si bien la elección el día 17 del presidente de Congreso, puede inclinar la balanza del lado socialista, cubriendo ese vacío.
Pedro Sánchez no querrá admitir que Núñez Feijóo llegue a presentar su candidatura en el Congreso. Desde la noche electoral, su ausencia de buenos modos estuvo asociada a una voluntad permanente de humillar al enemigo. No acepta discutir nada con Feijóo, y en caso de conseguir el nombramiento de un socialista para presidir el Congreso, el día 17, estimará que el papel de Felipe VI consiste en servir de simple correa de transmisión para su exigencia de ser el candidato.
3. Aun en el caso improbable de ver reconocido su derecho a ensayar la investidura, son reducidas las posibilidades de que Alberto Núñez Feijóo salga airoso del intento, por no hablar de una inverosímil aprobación de su candidatura por el Congreso.
«Feijóo tendría la exigencia de afirmarse como estadista, frente a la deriva hacia la crisis de régimen representada por un Frankenstein 2»
¿Qué hacer entonces? Por un lado, el improbable episodio puede representar el hundimiento definitivo de Alberto Núñez Feijóo si no es capaz de superar el fracaso inevitable en la votación de investidura. Tendría que aprovechar la ventana de oportunidad para plantear ante los españoles una enmienda a la totalidad del proyecto de gobierno planteado por Sánchez y explicar también, como alternativa, qué conjunto de rectificaciones —y sobre todo de reformas— establecería él de formar gobierno. El gran vacío abierto para Feijóo en la dimensión proyectiva de su campaña electoral debiera ser cubierto de cara al futuro, invirtiendo la tendencia que le ha llevado al PP de presunto vencedor a partido en crisis.
Feijóo tendría la exigencia de afirmarse como estadista, frente a la deriva hacia la crisis de régimen representada, no ya por un Frankenstein 2, sino por un Drácula 1 con concesiones de fondo, financieras y políticas, en plan agenda oculta, a los independentismos. El cumplimiento de ese cometido no resultará fácil, a la vista de la sucesión de vacilaciones y errores que sembraron las campañas electorales de Feijóo, pero tampoco nadie esperaba su acertada confrontación con Sánchez en el mano a mano. La pelota estaría en su campo.
Claro que desde la derecha existe también otra opción posible: dar la batalla por perdida y corregir el giro al centro, restañando heridas con Vox. Una solución fácil, expuesta desde el día siguiente de las elecciones, ha consistido en condenar la estrategia de marcha del PP al centro y el consiguiente distanciamiento de la extrema derecha. En términos cuantitativos, la propuesta parece razonable, salvo en lo que tiene de puñalada por la espalda a una dirección todavía implicada en el enfrentamiento poselectoral con Sánchez. Pero además todo cambia si introducimos un análisis cualitativo, más allá de las coincidencias. El programa electoral de Vox es radicalmente incompatible con la supervivencia del actual régimen constitucional, y a ello se suma la santa intransigencia adoptada hasta ayer para incluir sus principios y sus fobias en los acuerdos poselectorales con el PP.
Con toda claridad, el objetivo de Vox consiste en sustituir al PP, olvidando los intereses a corto plazo del conjunto de la derecha. Para cerrar el círculo, su papel de espantajo de cara a los electores, fue y sigue siendo decisivo. A nadie le gusta cambiar a Drácula por Nosferatu. En fin, del enemigo el consejo. Si trata de convertirse en una verdadera extrema derecha, vuelta hacia el pasado y cerrada a todo compromiso con la modernidad, Vox está en su papel. Nunca el gobierno PSOE se lo agradecerá suficientemente. Al margen del rechazo que producen sus ideas, ahí está la contribución desde mayo hasta el domingo al reforzamiento de esa tela de araña de crispación y autoritarismo en que nos ha encerrado Pedro Sánchez.