Telón
«El antisanchismo, como antes el antinacionalismo, proporcionó un guión, un escenario, unos personajes típicos. Un folklore. Todo lo que ahora parece agotado»
Publiqué mi primer artículo en THE OBJECTIVE un 5 de diciembre de 2017. Era una colaboración puntual -¡sobre la reforma de la Constitución! La colaboración se convirtió, ya en febrero del 18, y merced a la amabilidad de Ignacio Peyró, en columna quincenal, después semanal. Han sido, si no me fallan los cálculos, 127 piezas; 128 con esta que espero sirva de despedida a los lectores -creo que alguno queda.
Miro hacia atrás como se mira ahora, haciendo scroll down, y pienso qué país raro debía de ser aquel de 2017. Gobernaba Rajoy con apoyo de Ciudadanos y los independentistas acababan de dar un golpe en Cataluña. Se aplicó el 155, iría gente a la cárcel y al «exilio». Hubo un breve momento de vitalidad nacional. O eso pareció. Seguíamos por lo demás bajo el shock del Brexit, la victoria de Trump… ¡los iliberalismos! El Real Madrid de Zidane llevaba dos ligas de Campeones seguidas: le quedaba una más.
Estábamos, no lo sabíamos, en vísperas de una transformación del país en sentido muy distinto del que cabría haber esperado tras la votación del 155. Aunque las piezas estaban ya a la vista y el cambiazo se dio a la plena luz del día. La moción de censura de mayo de 2018 alteró para siempre el funcionamiento ya maltrecho del sistema de partidos que, a través de varias mutaciones, había operado durante 40 años. O quizás completó todas las potencias del sistema. Volví a escribir sobre política de manera regular, sin más pretensión esta vez que ir enhebrando unas crónicas puramente personales desde la posición de un observador, si no privilegiado, sí lo bastante afortunado de contemplar algunos acontecimientos de cerca. Recuperar una voz propia, y usarla. El antisanchismo, como antes el antinacionalismo, proporcionó un guión, un escenario, unos personajes típicos. Un folklore. Todo lo que ahora parece agotado de forma inexorable.
«Siento que lo vivido tras la pandemia y hasta ahora han sido unos ‘minutos de la basura’ democráticos»
Vino después la epidemia. Todo el mundo declaró su vocación de diarista. Yo intenté apuntar la sucesivas perplejidades y la sensación acumulada de que los consensos cotidianos eran poco más que escenarios de guiñol, papel de seda que se rasgaba al menor contacto con el poder real. Siento verdaderamente que lo vivido tras la pandemia y hasta ahora han sido unos «minutos de la basura» democráticos, a la espera de abrir un ciclo distinto que no necesariamente pasa por otros partidos u otro ordenamiento, quién sabe, pero sí por estados de ánimo lejanos de los que animaron la década anterior.
He intentado explicarme estos momentos sucesivos de la vida española. En muchas ocasiones he recurrido al humor porque solo mediante el humor podía interpretar algunas realidades y protegerme de ellas. He abusado, por lo mismo, de la ironía y quizás de la mala leche; pero la ironía ya no basta. Está todo exhausto. También, claro, la mala leche. Entre medias del teatro hay que vivir como se pueda, que a lo mejor no es tan mal.
Espero haber acompañado a alguien estos años, aunque sea para leerme en diagonal y cabrearse, que es una forma muy actual de compañía; en algunos casi una hermandad. Yo me he sentido muy a gusto y en 128 columnas nadie me ha dicho lo que tenía o no tenía que escribir. Tampoco nadie me ha dicho cuándo era la hora de parar, pero creo que ha llegado y que tenemos todos que encontrar cuanto antes el argumento de la siguiente obra. Entretanto, sean todo lo felices que puedan.