El feminismo tiquitaca
«Los derechos se reivindican con estudio, esfuerzo y resultados. No hace falta quitarse la camiseta, quemar sujetadores o aprobar leyes para la galería»
Las mejores noticias de este verano políticamente cansino y repetitivo han sido las victorias de las futbolistas españolas en el Mundial de las antípodas. Ellas me han alegrado un agosto en el que ni me atrevo a ir al cine, a pasar la tarde en salas vacías y frescas, para no encontrarme con progres vestidas de rosa. Todas, decididas a partirse de risa con la Barbie cinematográfica. Yo, me quedo en casa. Veo los partidos en diferido, tan ricamente y sin tener que disfrazarme de mujer empoderada. Estas deportistas son extrañamente humildes, pero corajosas, se dejan la piel, juegan bonito, no se quejan y ayudan a reducir la brecha de la desigualdad. Su tiquitaca -esos pases cortos y precisos- es puro feminismo de acción. Pueden y quieren ganar un Mundial. Ya han hecho historia. Contra Suecia, TVE consiguió un 45% de audiencia.
Sin hacer trampas ni picardías, sin preocuparse en lucir el mejor terrible peinado de la competición como los jugadores masculinos (a ellas con una cola de caballo les basta), las jóvenes de la Selección se han convertido en un ejemplo de buen juego y esfuerzo de equipo. No necesitan mostrar sus tetas para reivindicar los derechos de las mujeres, que ellas, como sus cientos de miles de seguidores, ayudan a mejorar. Y estoy segura que muchas de ellas tomarán el sol en la playa a pecho descubierto, como hemos hecho muchas desde hace décadas. ¿Qué necesidad tenía Amaral, la estupenda cantante aragonesa, de hacer topless en un escenario?
A Dios le pido, aunque ni soy rancia ni una meapilas, que a nadie se le ocurra la novedosa idea de quemar sujetadores en plazas y avenidas. Ya lo hicieron sus abuelas en los setenta. Hay mucho márketing político y empresarial (se trata de ganar votos o margen de beneficios) en esta última ola feminista llena de sonrisas, colorines, leyes innecesarias, carteles inspiradores y solidaridad entre chicas empoderadas del mundo entero. La compañía Mattel debe estar frotándose las manos con este éxito de taquilla de la Barbie, hasta anteayer ejemplo de todos los clichés femeninos.
«Cuanto más progresa un país, cuanto mejores son sus políticas para acabar con la desigualdad, más niñas juegan al fútbol»
Estuve pensando que tenía que ir a ver la película, pero me da mucha pereza. Seguro que los actores, la realización y el guión son buenos, pero no quiero estar más de dos horas oyendo los diálogos de una Barbie llena de ironía antimachista. He visto, en las redes, algunos de los momentos álgidos y, la verdad, me ha pasado lo que al crítico Carlos Boyero: ni puñetera gracia. Empiezo a temer que, en un futuro cercano, al pobre y tontaina Ken le cambien de sexo (perdón, de género) para un remake.
A mi hija Berta, que tiene ahora 30 años y es oncóloga, le pasó algo parecido de pequeña con esa muñequita anoréxica. No quería ni tocarlas en las casas donde iba a jugar. Más tarde, cuando acababan de salir las Barbies étnicas, nos visitaron unos muy queridos amigos americanos. Llenos de ilusión, le entregaron una caja bien envuelta. Ella la abrió, miró dentro y se dio la vuelta: «No me gusta nada», murmuró. «Pero…es la Barbie latina, ya no es aquella rubia cursi», comentó mi amiga. La niña se cerró en banda: «Es igual de boba en todos los colores».
Aunque, en mis inicios como periodista, trabajé en la sección de deportes de Mundo Diario, nunca vi un partido de fútbol entre mujeres hasta hace pocos años. Tampoco se me ocurrió pedir una pelota a los Reyes Magos. Las niñas no dábamos patadas a nada. A mi hija, en su colegio de Barcelona, le ofrecieron jugar al baloncesto y al balonmano, pero ella quería ser del equipo de fútbol. «Lo sentimos, pero no hay equipo de chicas», nos dijeron en los Jesuitas. Eso fue a principios de este siglo, o sea hace solo dos décadas. Menudo enfado, qué impotencia. «Lástima», comentó su padre, «ella es mejor que su hermano con el balón».
«La retribución económica que reciben este año las jugadoras, respecto al Mundial de 2015, se ha multiplicado por 10»
El camino, que empezó hace 150 años en un club inglés, ha sido largo, pero se ha demostrado imparable. Cuanto más progresa un país, cuanto mejores son sus políticas para acabar con la desigualdad, más niñas juegan al fútbol. Y son muchos los aficionados que valoran y aprecian el estilo de estos equipos femeninos, más sano, con menos cuento que el masculino.
Han hecho historia, su éxito ha sido memorable, pero ellas no están para tonterías. Saben que el mérito, el buen juego, es el que lleva gente a los estadios y hace aumentar las audiencias. Se empieza rompiendo la brecha deportiva y se pasa, luego, a romper la salarial. Ambas cosas quedan aún lejos, pero la retribución económica que reciben este año las jugadoras, respecto al Mundial de 2015, se ha multiplicado por 10.
Los derechos se reivindican con estudio, esfuerzo y resultados. No hace falta quitarse la camiseta, quemar sujetadores, vestirse de rosa o aprobar leyes para la galería. Nada de ello sorprende ya ni a los más rancios. De esos hay en cualquier país, pero lo cierto es que España, en derechos sociales, a casi nadie tiene que envidiar. Tampoco en el fútbol femenino. Su progreso es igualdad. No se olviden: el domingo, a las 12, todos ante el televisor.