THE OBJECTIVE
Ricardo Dudda

El trauma político

«Las reivindicaciones se han ‘psicologizado’: ante la imposibilidad de intervenir en la realidad material, la izquierda se ha resignado a intervenir en la cultura»

Opinión
Comentarios
El trauma político

Manifestación de protesta contra Donald Trump.

En un interesante artículo sobre Bessel van der Kolk, el psicólogo que popularizó el concepto de «trauma», la periodista Danielle Carr explica cómo el término pasó de ser una manera útil de describir el efecto psicológico que tienen algunos sucesos dramáticos a convertirse en la plantilla que explica todos nuestros comportamientos y malestares. ¿Nuestro miedo al abandono? Un trauma infantil, carencias afectivas. ¿El apego evitativo? Lo mismo: un suceso del pasado que apenas recordamos pero que, de alguna manera, nos marcó inconscientemente. En los años noventa, la televisión estadounidense estaba llena de historias de individuos que, de pronto y tras una epifanía, habían descubierto que habían sufrido abusos de niños (también surgió una versión más siniestra de esto: su abuso había tenido un componente satánico).

El individuo moderno psicologizado se convirtió en arqueólogo de su propio pasado, buceando constantemente en él en busca de la clave que le explique por qué sufre hoy. Todos habíamos sufrido un trauma inicial, primigenio, que explicaba todo: desde el príncipe Harry a la chica a la que su madre no le dejaba jugar con Barbie. 

«Si había algún problema estructural, el sistema lo convertía en un problema identitario, psicológico»

Con el tiempo, el discurso del trauma se politizó. Cuando ganó las elecciones Trump, la izquierda estadounidense habló de trauma colectivo. Había gente que decía que se marcharía del país, el país se sumió en una histeria colectiva. Este fenómeno no solo indicaba la sobrerreacción de la izquierda, sino también el culmen de un proceso que llevaba décadas construyéndose. Como escribe Carr en su artículo, «durante las tres últimas décadas, los liberales han insistido en que las instituciones del poder estadounidense, aunque defectuosas, estaban esencialmente en buena forma. Aquellos para los que el statu quo no funcionaba eran bienvenidos a luchar por su inclusión alegando perjuicios relacionados con su identidad. Para una política liberal de inclusión basada en la reclamación de daños, ¿qué podría ser más útil que una forma de convertir esos daños en traumas biológicos, algo objetivo, observable y medible en el cerebro?»

Es decir, si había algún problema estructural, el sistema lo convertía en un problema identitario, psicológico. A través de ese mecanismo, la reivindicación podía conservar su fuerza simbólica (la izquierda cultural podía seguir haciendo ruido, hablando de perjuicios y de reparaciones morales y psicológicas) mientras que perdía su fuerza práctica. Las reivindicaciones políticas se han privatizado y psicologizado, pero también se han desplazado al plano cultural: ante la imposibilidad de intervenir en la realidad material, una parte cada vez mayor de la izquierda se ha resignado a intervenir en la cultura pop, por ejemplo, autconvenciéndose de que en realidad están dando una batalla cultural gramsciana importantísima. No es una lógica nueva. El capitalismo lleva mucho tiempo asimilando perfectamente la disidencia contra él: es la tesis de Joseph Heath y Andrew Potter en Rebelarse vende. El negocio de la contracultura. Mientras la película de Barbie supuestamente despierta conciencias feministas, una huelga sin precedentes en Hollywood paraliza la industria. 

Publicidad
MyTO

Crea tu cuenta en The Objective

Mostrar contraseña
Mostrar contraseña

Recupera tu contraseña

Ingresa el correo electrónico con el que te registraste en The Objective

L M M J V S D