Todo empezó en el Tinell
«Pocos acuerdos han sido tan antidemocráticos, tan sectarios y dañinos para la estabilidad política española como el suscrito por el tripartito catalán»
En las últimas semanas he venido en estas páginas escribiendo sobre la terrible situación real de división radical en tres partes de la vida política y social de España. Tres partes que, desde hace muchos años, y pondría la fecha de origen en 2003, con el tristemente famoso Pacto de Tinell para la formación de un gobierno catalanista y de izquierdas en la Generalitat catalana, han venido confirmando la existencia de tres bloques en Cataluña y ya en toda España: uno, progresista de izquierdas; otro, catalanista, ya fuera nacionalista o directamente independentista; y el tercero, por exclusión, era el conservador del Partido Popular.
Aquel acuerdo proponía que los tres partidos firmantes, PSC, ERC e Iniciativa per Catalunya, se comprometían a no establecer ningún acuerdo de gobernabilidad -acuerdo de legislatura y acuerdo parlamentario estable- con el PP en el Gobierno de la Generalitat. Igualmente impedirían la presencia del PP en el Gobierno del Estado y renunciarían a establecer pactos de gobierno y pactos parlamentarios estables en las cámaras estatales.
Pocos acuerdos han sido tan antidemocráticos, tan sectarios y dañinos para la estabilidad política en España. De aquellos lodos del tripartito de Pasqual Maragall, y de las promesas irresponsables de José Luis Rodríguez Zapatero apoyando entusiastamente cualquier irresponsabilidad que tuviera acento catalán, tenemos estos barros. Aquel pacto inyectó el nacionalismo más extremista en las venas del PSC. Más que un cordón fue una proclama xenófoba y racista contra todo lo que oliera a España. Su efecto más terrible la intentona golpista del procés. Y por reacción, el surgimiento de una fuerza contraria: Vox.
El espíritu de aquel pacto es el que dio vida también al gobierno Frankenstein de Sánchez y es el que se ha trasladado ahora desde Cataluña al resto de España. Sólo la UPN navarra y a veces la insegura Coalición canaria se atreven a romper el pacto. Hubo un partido, el PNV, que lo hizo. Pactó y arrambló y luego a la semana siguiente los traicionó con efectos curiosos. En estos cinco años han pasado de un dominio aplastante del PNV a ser segunda fuerza en el País Vasco tras Bildu. Nadie más pacta desde entonces con el PP. Les quedaban Ciudadanos y Vox. Al primero lo reabsorbieron El segundo se les acaba de indigestar por mucho tiempo. Vox ha confirmado que, por encima de ERC o Bildu, son para Sánchez la mejor arma para consolidar su poder por mucho tiempo.
Por un lado, son el eje argumentario principal que une como nadie a todos los partidos ‘Frankenstein’ a la hora de atacarlos. No hay partido que no utilice los acuerdos del PP con Vox para justificar el rechazo a cualquier conversación con los populares. Por otro lado, ellos mismos, Vox, han demostrado con sus declaraciones y actos que no están desencaminados. Un ejemplo: en plena campaña, Abascal amenazó dos días antes de las votaciones con un 155 a Cataluña. Un Vox que ha convertido la negociación de los gobiernos autónomicos en auténticos potros de tortura pública para el PP que se ve expuesto de tal forma que sus derrapes a favor y en contra han dejado retratado a su líder Alberto Núñez Feijóo. Escribí hace semanas que en Vox se vive un singular complejo de Edipo. Y ganan, como se ve con la salida de Espinosa de los Monteros y otros, los que quieren matar políticamente al padre.
«Vox ha confirmado que, por encima de ERC o Bildu, son para Sánchez la mejor arma para consolidar su poder por mucho tiempo»
Y el padre tampoco ha sabido gestionar nada bien en las últimas semanas. Nunca se decidió por el sí, o el no, o por lo contrario a las demandas extremistas de Vox. Lo dejaban en el aire. Nada ha movilizado tanto al voto de izquierdas como esta situación que se ha vivido durante toda la campaña electoral y que llegó al sainete en el caso de los acuerdos de Extremadura. Feijóo debería estudiar con detenimiento como los socialistas han evitado que el acuerdo abstencionista de Bildu que les ha dado el Gobierno en Navarra les manchara en campaña. Consiguieron alejar su resolución fuera ya de los focos del 25-J.
Feijóo ganó las elecciones, pero ha perdido ahora cualquier esperanza de poder intentar que se repitiera al menos el partido. La decisión de Vox de votar como presidente del Congreso a su propio candidato ha dejado en evidencia que Sánchez ha sabido reunir 178 votos y Feijóo solo ha conseguido 139, los del PP, UPN y CC, para su candidata Cuca Gamarra. Y, además, la humillación de no saber en el momento que Vox no les votaría en represalia por no hacerles un hueco en la mesa del Congreso.
Pero Feijóo ha perdido algo más. Puede haber perdido la opción de que el Rey pudiera mantener el criterio de invitarle primero a él a formar gobierno como candidato del partido más votado. La trastada de Vox ha dejado a Feijóo desnudo en el caballo. No tiene ni los votos que le acercarían a esa intentona desesperada.
Y mientras, Sánchez aclamado por los suyos, haciendo ruido con el lacito vistoso de un Congreso de los Diputados que pronto parecerá Bruselas por su traductores y cascos, y mandando en tiempo real al siempre servicial Albares, que se salta la Ley del Gobierno y las competencias que tiene un Ejecutivo en funciones de solo actuar con cuestiones «urgentes», para reclamar instantáneamente que el catalán, el vasco y el gallego sean consideradas también lenguas oficiales de la Unión Europea.
Eso es lo vistoso. Por detrás, lo que se esconde en el término «desjudicialización» de la vida política catalana. Es decir, amnistía al canto. Los mamporreros y palmeros se multiplican por todas partes. Y esto es solo lo que está pagando por la mesa. Falta lo principal, la investidura. Y la lista de Puigdemont puede ser muy dura. Los socialistas no quieren ni luz ni taquígrafo. Todo se negocia en la oscuridad. Y nada perjudica más a la democracia y al estado de derecho que el lado oscuro de la vida.