Surrealismo político en pleno agosto
«Así de confusa está la política española: a tientas vamos con ese PSOE, el Partido Surrealista, [más o menos] Obrero y [más o menos] Español»
Las circunstancias políticas por las que atraviesa España en este mes de agosto son surrealistas. Si hace unos pocos años, cuatro o cinco, me hubieran dicho que sucedería lo que está pasando, no me lo habría creído. Ortega dijo aquella famosa frase: «¿Qué nos pasa? Que no sabemos lo que nos pasa».
Este no es el caso actual: sabemos perfectamente lo que nos pasa. La política española – ojo: no otros muchos aspectos de la realidad de España – es un barco a la deriva que va acercándose peligrosamente a una costa rocosa y corre el peligro de estrellarse sin que el timonel dé señales de virar el rumbo. Hace años que esto sucede y la deriva sigue con un capitán imperturbable al frente. Nunca ello ha sido tan visible como en estos días. Nunca tan peligroso: el escarpado litoral está cada vez más cerca.
Sólo unas breves notas de situación para recordar algunos hechos relevantes:
Hoy 17 de agosto se constituye la Mesa del Congreso, que puede dar signos más o menos orientativos sobre quien será investido presidente del Gobierno en las próximas semanas, si es que ello realmente sucede. Pues bien, en el momento de redactar este artículo, la tarde del 16 de agosto, no hay indicios claros de como transcurrirá la elección que hoy. Los dos grandes partidos tampoco lo saben y se muestran visiblemente nerviosos.
Pero el nudo del asunto está en que su resolución depende de los siete diputados de Junts, un partido de ámbito regional catalán cuyo presidente Puigdemont – que reside en Waterloo, está fugado de la justicia y si pisa tierra española debe ser inmediatamente detenido – comunicará a la ejecutiva de su partido, hoy a las 8h de la mañana, la decisión que ha tomado, justo dos horas antes de iniciar la sesión parlamentaria que debe proceder a la elección de esta Mesa.
El grado de democracia interna de Junts es perfectamente descriptible y su respeto por las reglas nuestro Estado de derecho también: el art. 6 de la Constitución establece el siguiente mandato: «La estructura interna y funcionamiento [de los partidos] deberán ser democráticos». Lean bien: democráticos, no autocráticos.
Puigdemont nunca ha sabido lo que es el respeto al Derecho, tampoco qué es la democracia, porque es un nacionalista identitario y cree que el bien de la nación – el «bien» que él y solo él sabe en qué consiste- está siempre por encima de los derechos de los ciudadanos, de su libertad y de su igualdad garantizada por las leyes. Ya se puso al frente de un intento de golpe de Estado en otoño de 2017 que demostró lo que estoy diciendo. Es un autócrata y no un demócrata.
«Los demás partidos se toman tal situación con normalidad, muy especialmente los del mal llamado bloque de izquierdas»
Lo ridículo de todo este asunto, lo surrealista, es que los demás partidos – unos más que otros, ciertamente – se toman tal situación con normalidad, muy especialmente los del mal llamado bloque de izquierdas (¿son Junts y el PNV de izquierdas?) que se afanan desde hace semanas en tender puentes con Puigdemont a través de sus emisarios, Félix Bolaños y Jaume Assens, que negocian en nombre de Pedro Sánchez y Yolanda Díaz. Sánchez, a su vez, ha designado como candidata a presidenta del Congreso a Francina Armengol, la diputada del PSOE que más puede complacer a Puigdemont.
En definitiva, humillación y carnaza a la fiera, por cierto muy ingenuamente, porque la fiera no es fácilmente saciable y tras el aperitivo de mañana querrá un primer plato después un segundo, seguidos del postre, el café, la copa y el puro. En su caso, intentará hacerse todo ello a su tiempo: el barco a la deriva ya se acerca peligrosamente a la abrupta costa, va entrando en zona de arrecifes.
No hay que recordar cuando empezó la deriva. Es bien sabido que empezó en 2017, cuando Sánchez accedió de nuevo a la secretaría general del PSOE con su famoso lema «no es no», que en abstracto parece algo inobjetable pero en concreto es la base de la actual política del PSOE. Recuerdo a Alfredo Rubalcaba levantarse de la silla y agitar con furia los brazos mientras decía: «Fijaros qué prodigio de inteligencia, qué profundidad filosófica, este hombre solo ha llegado a una conclusión en la vida: no es no».
Sonreíamos, incluso nos carcajeábamos. Equivocadamente, claro: aún estamos en este «no es no» al que el PSOE permanece inexorablemente atado. Allí empezó la política de bloques que ha convertido a un golpista y prófugo de la justicia en la clave de la gobernabilidad de España.
El editorial de El País del pasado domingo sostenía que «el bipartidismo [imperfecto] pertenece al pasado y lo que existe son dos bloques», una especie de bibloquismo (vaya palabro) imperfecto también, decía. Se trata de un juicio descriptivo propio de la ciencia política, pero no se corresponde desde luego con el juicio normativo del derecho constitucional: los partidos no se han suprimido aunque a veces lo parezca.
«Si no existieran bloques no tendríamos problemas de gobernabilidad, o tendríamos sólo los normales»
Este es el verdadero problema: los bloques. Por cierto, me pregunto en qué bloque está Junts, ese partido tan democrático de Puigdemont. A día de hoy (16 de agosto) nadie lo sabe. Si no existieran bloques, esta situación, que tanto parece gustarle a El País, la gran idea de Sánchez en 2017, no tendríamos problemas de gobernabilidad, o tendríamos sólo los justos, los normales, los propios del parlamentarismo: aquellos que se resuelven mediante diálogo, negociación, acuerdos, todo bajo la filosofía de que a veces lo mejor es enemigo de lo bueno.
Quizás entonces en el PSOE se podría pensar que es mejor llegar a acuerdos con el PP que con Puigdemont, Bildu, ERC y demás partidos nacionalistas. Pero en el PSOE ello está prohibido por el «no es no»: solo se puede, y se debe, pactar con los partidos del mismo bloque, sean de derechas o de izquierdas, nacionalistas o populistas.
Este es el problema: el PSOE ha dejado de ser un partido socialdemócrata y ha pasado a ser un partido social-identitario, ha mutado de naturaleza, no es la primera vez que le pasa con tantos años de historia a cuestas. Pero así como el congreso de Suresnes en 1974 marcó un paso decisivo del PSOE histórico de Rodolfo Llopis en el exilio y el moderno de González y Guerra en el interior, en 2017 Pedro Sánchez y los suyos, rematando la labor comenzada por Rodríguez Zapatero, hicieron aflorar otro PSOE, el actual que sólo desea los votos de Puigdemont y demás nacionalistas, estando dispuesto a acceder a cualquier tipo de humillación. Y que conste que no sólo es Sánchez, es todo el PSOE actual quien ha claudicado en esos años y, sin decirlo explícitamente, ha dado un giro para cambiar su naturaleza. Dejemos este grave tema para otro día.
Mientras estamos en un agosto políticamente desapacible. La pérdida por parte del PSOE de las elecciones locales y autonómicas el 28 de mayo nos condujo, por conveniencia de la dirección del PSOE, no por intereses generales, a unas elecciones a fines de julio para que a mitades de agosto, en plena canícula vacacional, estemos ocupándonos de estas áridas cuestiones.
Surrealista, he dicho al principio. Y en efecto lo es. André Breton, el papa del surrealismo, dijo en su famoso Manifiesto de 1924 que esta corriente literaria y artística pretendía «convertir las contradicciones de los sueños y la realidad en una realidad absoluta, una superrealidad». Tenga ello el significado que tenga, así de confusa está la política española: entre el sueño y la realidad, el subconsciente y lo irracional. A tientas vamos con ese PSOE, el Partido Surrealista, [más o menos] Obrero y [más o menos] Español.