MyTO

Linchamientos

«A los políticos les sale a cuenta hiperventilar con ofensas impostadas en lugar de prestar atención a las agresiones reales»

Opinión

Luis Rubiales.

  • Soy licenciada en Derecho, abogada en ejercicio y gerente del bufete NOVALEX SPAIN. Autora del libro ‘Populismo punitivo’ (2020 Ed. Deusto)
    Antes, columnista en Disidentia y Vozpópuli y colaboro en la tertulia del programa Herrera en Cope. Mis críticos me acusan de ser una extremista de la presunción de inocencia, algo de lo que yo me congratulo.

De todo el proceso que conduce a la cancelación de cualquier artista o famoso, donde más disfruta el español es en la llamada «fase de linchamiento». Es nuestra particular forma de sentirnos jueces por un día, de usurpar a los elitistas togados esa potestad que se les supone exclusiva de juzgar y hacer ejecutar lo juzgado. Cierto es que, frente a la acción de impartir justicia, el ajusticiamiento goza de notables ventajas: no precisa de conocimientos jurídicos, ni requiere aprobar una carrera o superar unas duras oposiciones. 

Para erigirse en ajusticiador, basta con exhibir en medios o en redes sociales unos nobles sentimientos que estimamos agraviados por una acción u opinión que no iba dirigida a nosotros, sino a un tercero. Porque a los españoles nos encanta ofendernos y victimizarnos por persona interpuesta. Es la forma que hemos encontrado para reclamar nuestra cuota de protagonismo en una película en la que, a priori, carecíamos de papel. Es así como hemos sublimado la colectivización de la ofensa y vamos camino de hacerlo con su punitivización.

Cierto es que los ajusticiamientos en prime time no serían posibles sin la inestimable colaboración de periodistas, tertulianos e influencers. Son demasiados los que parecen haber olvidado su responsabilidad cuando se trata de no referirse a nadie como culpable en tanto no haya sido condenado en firme por los tribunales. Pedir dimisiones no es incompatible con el respeto escrupuloso a la presunción de inocencia, que deben aprender a conjugar con su derecho a informar u opinar.

Más patéticos resultan cuando intentan justificar su participación en la lapidación pública de turno arrogándose la representatividad de miles, millones de ofendidos -u ofendidas, que para indignarse es menester recurrir al plural inclusivo-. Dolientes anónimos, sin rostro, que reclaman a través de sus bocas una satisfacción. Tan incapaces de presumir la inocencia de uno y tan atrevidos para sostener la ofensa a millones.

«La ejecutoria del Me too ha alcanzado un nivel de perfección tal que ya ni tan siquiera precisan de la palabra de la escogida como víctima para dictar su particular sentencia de culpabilidad»

Hay que reconocerle a los políticos la capacidad de invocar a nuestro yo más tribal y de animarnos a participar en polémicas que capitalizan para arrimar el ascua a su sardina, aun cuando éstas no tengan ningún recorrido judicial. La izquierda patria lo sabe hacer como nadie, la verdad sea dicha. Si antaño ya demostraron sus habilidades con las acusaciones de corrupción -ojalá poder preguntárselo a Rita Barberá- ahora lo hacen a cuenta del feminismo y del «hermana yo sí te creo».  Como entonces, la derecha política y mediática se suma gustosa a participar: cuando eres incapaz de construir un marco mental e ideológico propio no te queda más que jugar en el tablero de juego ajeno. Se ve que el consenso pasa por hacer de lo inquisitorial un movimiento transversal.

La ejecutoria del Me too ha alcanzado un nivel de perfección tal que ya ni tan siquiera precisan de la palabra de la escogida como víctima para dictar su particular sentencia de culpabilidad: el sólo sí es sí ha dejado de pertenecernos a cada una de nosotras y ha sido monopolizado por las que fueran sus adalides ministeriales. La opinión de Jennifer Hermoso sobre la polémica por el «incidente» con el presidente de la Federación Española de Fútbol les importa lo mismo que la de las muchachas destinatarias de los cánticos de los estudiantes del Colegio Mayor Elías Ahuja: nada. Es más, la capitalización del escándalo les viene de perlas para relegar el mercadeo que se trae el Gobierno en funciones con los independentistas a cuenta de la amnistía a los procesistas

En cualquier caso, no me negarán que tiene su aquél que nuestra sociedad acepte gustosa recibir lecciones sobre feminismo por parte de quienes abanderaron una ley que ha rebajado las penas de más de mil agresores sexuales y puesto en libertad a más de cien. Cuántos sesudos papers, tuits y declaraciones grandilocuentes se han vertido sobre el carácter delictivo del eufórico «pico» de Rubiales a una jugadora de la selección durante la celebración del mundial haciendo hincapié en cómo se prevalió de su posición de poder, y qué pocos sobre gravísimas agresiones cotidianas que padecen miles de mujeres de nuestro país, tales como la prueba del pañuelo o los matrimonios forzados. 

En un país como el nuestro, en el que joder al prójimo es el deporte nacional con más practicantes y espectadores, a los políticos y al ecosistema mediático que les rodea les sale a cuenta hiperventilar con ofensas impostadas en lugar de prestar atención a las agresiones reales. Las primeras sólo les demandan gestos, las segundas trabajo y desgaste. Y carecen de incentivos para ponerse manos a la obra.

16 comentarios
  1. Wonder

    A Rubiales tenían que haberlo cesado, mucho antes, hace años. Hoy Álvaro Nieto dice aquí en TO «Su bochornoso comportamiento durante la celebración del reciente mundial de fútbol es incompatible con las más elementales normas de decoro que son exigibles al presidente de una institución como la Real Federación Española de Fútbol (RFEF). Completamente de acuerdo, pero cesarlo por el beso que todos hemos visto cientos de veces, NO

  2. Danton

    Las pruebas son irrefutables: el señor Rubiales ha acreditado, a la vista de todo el mundo, una conducta que lo inhabilita para ser el máximo representante del fútbol español. Por eso sencillamente debería abandonar su cargo, no ir a la cárcel ni nada parecido. Si no lo hace, debería ser destituido por el órgano que tenga competencias para hacerlo. Nada más (y nada menos).

  3. JaimeRuiz

    Tiene muchísima gracia que Sumar haya denunciado a Rubiales, el partido de los amigos de las FARC (autores de la violación de decenas de miles de niños, a las niñas que se quedaban embarazadas las obligaban a abortar) y de la encubridora de pederastas Yolanda Díaz. Nadie va a defender al socio de Piqué, pero ¿les han contado que unos inmigrantes ilegales violaron a una mujer ucraniana? Eso no interesa. La gente vive en el espectáculo y ahí recibe el halago de los ingenieros sociales, casualmente del mismo Partido Comunista que tantas proezas hizo en los años de la segunda república.

    Es fascinante el éxito que tienen con el feminismo. Nadie discute que esté bien el feminismo, sólo si es feminista mostrar los pechos o no. ¿Alguien podría declararse «masculinista»? Una vez oí en la radio a Blanca Fernández Ochoa, que se declaraba más o menos así y desde entonces sufrió el mayor ninguneo. ¡Todos somos feministas! Por eso los del partido creado en Caracas (donde Monedero vivió cinco años y Pablo Iglesias 18 meses) son los primeros en denunciar la terrible violencia de un beso.

    La industria de la discordia va a todo tren. Sin oposición.

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