El beso que casi no fue
«Hasta ahora el fútbol masculino era fuente de fanatismo e intolerancia, ahora el femenino puede convertirse en fuente de dogmatismo puritano»
Asombrado estoy. En este agosto no paramos: de Tailandia a La Moncloa, de Waterloo al Congreso y a la Zarzuela. Y ahora toca Rubiales.
España gana el campeonato mundial de fútbol femenino el pasado domingo día 20 y en los tres días siguientes (escribo este artículo el miércoles 23 por la tarde) apenas se habla de este gran triunfo sino de una tontería, de un gesto habitual e inofensivo en relaciones de amistad y muy propio de los momentos de euforia. Se habla de lo que suele denominarse «un pico».
Hasta ahora el fútbol masculino era fuente de fanatismo e intolerancia, ahora el femenino puede convertirse en fuente de dogmatismo puritano, el que está en el centro de la moda feminista actual, la oficial en España. Calvino ha vuelto, Dios nos coja confesados.
No es necesario relatar detenidamente los hechos porque son bien conocidos. Sólo quiero matizar que este artículo no va de fútbol sino de feminismo, del actual feminismo de la identidad – que confronta a hombres y mujeres -, no del feminismo de la igualdad, en gran parte conseguido como muestra este campeonato del mundo.
Fui muy aficionado al fútbol de niño y adolescente, pero desde hace más de cincuenta años que no me interesa nada, ni en directo ni por televisión, tampoco leo nunca las noticias deportivas de los periódicos. Por tanto, hasta hace tres días no conocía quién era el señor Rubiales, aunque su nombre me sonara: pero podía pensar que era el seleccionador de fútbol o el entrenador del Real Madrid o el ministro cualquier cosa. Pero ni idea de Rubiales. Por tanto, nunca pensaba que escribiría sobre él y su famoso incidente. Este martes, ante el revuelo armado, empecé a plantearme tratar del tema y hoy me he decidido. Pienso que tiene más jugo del que parece. Pero vamos al caso.
«Es una manera muy común de saludarse entre amigos, a iniciativa del hombre o de la mujer, que no tiene connotación amorosa o sexual ninguna»
Se acaba el partido de fútbol y se desata la euforia en el vestuario del equipo español: besos, abrazos, saltos, risas, gritos. En fin, lo normal. Hasta la reina Letizia lo celebra saltándose todas las reglas del protocolo mientras las jugadoras, en agradecimiento a su apoyo al fútbol femenino, corean el nombre de «Leti». Dentro de este alegre clima de camaradería y entusiasmo, el presidente de la Federación Española de Fútbol, al saludar efusivamente a todas las jugadoras, las felicita con un entrañable abrazo y, a una de ellas, Jennifer Hermoso, además le suelta un «pico». ¿Qué significa eso?
Es una manera muy común de saludarse entre amigos, a iniciativa del hombre o de la mujer, que no tiene connotación amorosa o sexual ninguna sino que es un gesto de simple pero intensa amistad. Es un instante brevísimo, fracciones de segundo, en que se rozan los labios para demostrar que esa expresión de afecto y compañerismo quiere ir más allá del tradicional beso en la mejilla y de la efusividad del abrazo. Un «pico» no es un beso en la boca, ni un «beso robado», mucho menos lo que suele denominarse en sucia expresión «un morreo». Casi diría que no es un beso, es un roce emotivo, amistoso, para nada sensual.
Todo va tan rápido en los picos -y todavía más en las circunstancias de la celebración de una victoria tan sonada- que resulta ridículo pedir cualquier tipo de consentimiento. Nadie en el vestuario se quejó de este comportamiento de Jenny Hermoso y del presidente aunque hubo algunas bromas, las naturales en estos momentos de alegría. La jugadora y su madre -¡ay!, la sensatez de las madres- pusieron un punto de humor al controvertido hecho, tal como recogió THE OBJECTIVE. En definitiva, si algo hubo inadecuado en el gesto del presidente debe decirlo la jugadora afectada, en ningún caso las autoridades políticas o deportivas.
Pero la policía secreta feminista vio un gran filón para su propaganda. Los términos sexismo y machismo empezaron a aparecer inmediatamente, el domingo a segunda hora de la tarde ya se publicaron artículos en los diarios feministas más conspicuos y, naturalmente, la ministra Montero acusó a Rubiales de haber ejercido violencia sexual, imagino que Belarra, como siempre, repitió lo que decía Montero y al día siguiente la vicepresidenta del Gobierno Yolanda Díaz pidió la dimisión del presidente de la Federación. Tània Verge, consejera de Igualdad y Feminismos de la Generalitat de Cataluña, sostiene que el hecho debe enmarcarse dentro del ámbito de la «cultura de la violencia». De momento, Pedro Sánchez escurre el bulto como puede.
«Si lo público se inmiscuye indebidamente en lo privado corremos el serio riesgo de ir por el camino que conduce al totalitarismo»
En esas estamos. La prensa, quizás influida por la calurosa modorra de agosto, ha contribuido a la confusión y no ha sabido reaccionar a la propaganda situando en su contexto la realidad de los hechos, como denunciaba Guadalupe Sánchez en su artículo de ayer.
En el fondo el asunto debería quedar ya resuelto. Si Rubiales tiene cuentas pendientes con la justicia por otras razones naturalmente debe saldarlas pero separadas del famoso beso que casi no fue. Sin embargo, el problema es profundo: una muestra más del intento de convertir lo personal en político.
Lo personal pertenece al ámbito regulado por el valor libertad: no deberían los poderes públicos interferirse en ese ámbito. En un asunto que afecta a dos particulares se han entrometido la vicepresidenta del Gobierno y dos ministras, mientras el presidente presiona públicamente a una de las partes. Si lo público se inmiscuye indebidamente en lo privado corremos el serio riesgo de ir por el camino que conduce al totalitarismo. ¿Recuerdan La vida de los otros, aquella memorable película?