Lo que el beso esconde
«Díaz defiende dinamitar la separación de poderes y, de paso, la intromisión del Gobierno, con base en la sensibilidad del momento, en las esferas privadas»
Lo del beso de Rubiales a Hermoso (parecen los nombres de dos detectives de dibujos animados) no me interesa nada. Es decir, no me parece que merezca mayor recorrido como noticia y no lo habría tenido de no ser por lo de siempre: la instrumentalización ideológica, hipérbole mediante, de cualquier gesto que incomode levemente a los inquisidores del buenismo identitario. Sin embargo, todo lo que está provocando sí me parece muy interesante.
Para mí, el beso no sería más que el macguffin: cero relevancia por sí mismo pero fundamental para el desarrollo de la trama. Y de la trama, de toda ella, lo que me parece más preocupante no es la supuesta indefensión de Hermoso, que no me parece alguien necesitada de tutela ni protección, mucho menos por el simple hecho de ser mujer. Ni el gesto fútil de un beso impertinente y zafio. Lo que me parece realmente preocupante es el marco mental en el que se confirma que nos estamos instalando como sociedad. Uno en el que, en nombre de un bien común y una causa justa, la de la igualdad entre hombres y mujeres y la erradicación definitiva del machismo en este caso, se ha convencido a buena parte de la población de que cualquier cosa que ligeramente incomode, una que puede ser reprobable, incluso, pero no constituyente de delito, merece castigo ejemplar y ajusticiamiento público. Represalias y revancha. Sin contemplaciones ni apelaciones. Sin necesidad de demostración siquiera, superfluo aquello de la presunción de inocencia. Ni hablar de defensa.
Que esto lo justifique la turba enfurecida en redes, equivalente hoy a aquellas hordas de amas de casa y jubilados a las puertas de una comisaría cuando solo había dos cadenas de televisión y metían al último asesino confeso en el asiento de atrás de una patrulla bajo lluvia de cantos, me parece inocuo, incluso pintoresco: desahogo vespertino de desfaenados a coste cero, facilonga y autocomplaciente en la casilla de «estupendísima persona» y a otra cosa, mariposa. A dominó, truc, recoger críos, planchar camisas, envido y ponme otra. Lo que toque.
Lo grave aquí es cuando en lugar de un ciudadano anónimo venídisimo arriba en la barra de un bar (real o virtual) es una aspirante a vicepresidenta del Gobierno quien tuitea algo como que: «Lo que hemos visto hoy en la Asamblea de la Federación es inaceptable. El Gobierno debe actuar y tomar medidas urgentes: se acabó la impunidad para las acciones machistas. Rubiales no puede seguir en el cargo». Este mensaje, que en el momento en que escribo estas líneas cuenta con más de 36.000 likes y ha sido retuiteado más de diez mil veces, en boca de una vicepresidenta en funciones y aspirante a revalidar su puesto, abogada para más señas, es un ataque directo a los preceptos básicos de la democracia.
«Lo peor es que una buena parte de la ciudadanía acepte y aplauda esa pretensión de extremo control y poder sin contrapesos del Ejecutivo»
Lo que está defendiendo aquí de manera desprejuiciada Yolanda Díaz es dinamitar la separación de poderes y, de paso, la intromisión del Gobierno, con base en la especial sensibilidad del momento, en las esferas privadas. ¿Quién es el Gobierno, en funciones en este caso, para poner y quitar presidentes de entes privados y democráticamente elegidos?¿Qué hay del derecho al debido proceso? ¿No es esto un juicio sumarísimo y sin garantías? ¿No es eso exactamente lo que está defendiendo que se debe hacer alguien que quiere representarnos a todos en un Estado de Derecho?
Lo peor no es ni siquiera eso, que diga abiertamente lo que ya sabemos que piensa. Que ella ha venido aquí a mandar, a ser emperatriz laica. Lo peor es que una buena parte de la ciudadanía acepte y aplauda esa pretensión de extremo control y poder sin contrapesos del Ejecutivo. Les han convencido de que eso está bien porque es por su propio bien. Y sin resistencia y defensa real de nuestra democracia, de nuestras libertades y nuestros derechos, los de todos, incluso los de aquellos que detestamos y con los que discrepamos, esta puede ser dinamitada desde dentro, con nuestro voto y nuestro consentimiento, gracias al uso perverso de sus propias herramientas. Ese es el verdadero peligro hoy y no las supuestas amenazas que nos señalan, hiperventilando, los mismos que están destruyendo el sistema en nombre de las mejores de las causas y por nuestro propio bien. Reaccionemos.