El reino de los suelos
«La crisis que nos viene será mucho más gorda y caeremos desde más alto, pero no importa mientras Ramón pueda ser Paloma y Paloma, Ramón»
Ramón puede ser Paloma, Paloma puede arrepentirse y volver a ser Ramón, e incluso puede que Ramón y Paloma no se sientan ni varón ni hembra. Después, lo que no saben ni Ramón ni Paloma, es que el aceite vale siete pavos el litro y que a la mayoría de los españoles nos importa un bledo que sea Ramón o Paloma porque nos parece bien mientras sea quién quiera ser. Hace dos años, en 2021, un litro de aceite costaba 2,35 euros, en 2022 subió hasta los 4,35 euros y este 2023 alcanza los 6,80 euros por litro. Son precios sacados de la web de un supermercado convencional que utiliza la mayoría de la gente, ya sean Ramones o Palomas. Un dato curioso a la par que escalofriante, porque ni Ramón ni Paloma ganan tres veces más que hace tres años, por mucho que se pague tres veces más por el mismo producto. Lo mismo sucede con la gasolina, la carne, el pescado, la fruta o la verdura. Así que podemos afirmar, con total seguridad, que durante estos últimos años de gobierno socialista hemos perdido tres veces nuestro poder adquisitivo, aunque también podamos convertirnos en el género que nos dé la gana, gracias a ministerios que han derrochado 2.000 millones de euros mientras que el coste de la vida nos ha adelantado por la ultraderecha o derecha extrema. Durante este periodo de gasto vital para la supervivencia de la especie, una ley aprobada como la del sólo sí es sí, ha reducido penas a mil y pico violadores y sacado a la calle a ciento y tantos.
La política actual de pactos significa que la subasta de España ha comenzado. Mientras el Congreso se pelea por repartirse la pasta en grupos propios y ajenos, las políticas esenciales buscan reforzar sus chiringos, y la gente, la calle, seguirá viendo cómo se incrementan los precios de los alimentos y de las materias primas, porque tenemos una clase política que ha venido a saquear y a terminar con la clase media. Nos tienen día y noche distraídos con bulos y noticias sobre igualdad, feminismo de industria o reviviendo relatos de nuestros abuelos. Estamos en peligro, pisamos el borde del abismo dirigido y orquestado por la gente a la que votamos y los patrones de Europa. Pero no se preocupen, háganse un selfie que, dependiendo de la cantidad de likes que obtengan, serán más o menos felices (llenen o no la nevera de casa) Mientras haya wifi, qué más dará aquello de vivir.
«Nos quieren así de ovejas, pero recuerden que solo ellos serán amnistiados, en el reino de los suelos»
Los medios de comunicación, sin embargo, sí que han multiplicado las subvenciones que reciben por parte del Estado en los últimos años. Si el año de la pandemia los dos grandes grupos privados recibieron 15 millones cada uno, el año pasado, el 2022, se llevaron hasta 18 millones, cifra que aumentará en este 2023 que aún falta por terminar. Esto explica, por ejemplo, que se hable en los telediarios mucho más del beso de Rubiales que del precio del aceite de oliva, o de cómo se manifiestan en Madrid Río las chicas que piden igualdad salarial en el fútbol femenino, mientras no se dice ni pío de las tropelías institucionales que subastan nuestro porvenir.
Todos ellos están compenetrados: las administraciones públicas, los medios de comunicación, las grandes empresas que siguen manteniendo monopolios a costa de prohibiciones, las trabas burocráticas para hacer cualquier cosa, las leyes animalistas que elevan al hámster y reniegan del niño, las chorradas que dictan desde Europa a cambio de no parar la impresora de billetes, las PAC por dejar de cultivar nuestro suelo, los aranceles a la fruta patria frente al coladero de exportaciones de Marruecos, Sudamérica o el trigo de Ucrania, la ganadería…; todo lo que ya no hacemos, pues, de seguir haciéndolo, seríamos menos dependientes de la nueva inquisición de este milenio: la inquisición del poder administrativo que ha llegado a convertir a las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado en mirones acomplejados ante delincuentes, o a otorgar más derechos a un okupa que al okupado. Nos quieren así de ovejas, pero recuerden que solo ellos serán amnistiados, en el reino de los suelos.
Michael Burry se hizo famoso al predecir el colapso de 2008 por las hipotecas y demás productos demoníacos creados por los bancos, a los que luego salvaron perdonando deudas y estafas. Él ganó más de 600 millones de dólares apostando contra ellos, y sus clientes multiplicaron por cinco sus inversiones y dividendos. Les recomiendo La gran apuesta, dirigida por Adam Mckay y estrenada en 2015. En ella se puede entender, como en ningún otro largometraje, en qué consistía aquella leche que se pegaron —nos pegamos— todos los países capitalistas durante la primera década de los 2000. El propio Burry se dedica ahora a invertir en el agua, ese gran problema que no nos llueve encima, y en los psiquiátricos, los sitios que pondremos de moda cuando nos demos cuenta de lo caros que eran los teléfonos de última generación. La crisis que nos viene será mucho más gorda y caeremos desde más alto, pero no importa mientras Ramón pueda ser Paloma y Paloma, Ramón.