THE OBJECTIVE
Alfonso Javier Ussía

El país que merecemos

«Nunca hemos tenido menos control sobre nuestra clase política, con un Congreso que se parece mucho más a la mesa que controlaba el crimen en Nueva York»

Opinión
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El país que merecemos

Imagen del Congreso de los Diputados.

Mientras el circo sigue repartiendo sus papeles para las funciones, la gasolina casi llega a los dos euros por litro y el tortazo de realidad se difumina en la neblina de un verano que no se acaba. El de la Federación de Fútbol no ha dimitido, pero aún ha realizado un último trabajo para su jefe y amigo, pues ha dedicado mucho tiempo y esfuerzo en continuar haciendo del beso la noticia de la semana, mientras continúan deshilachando el bordado de un país que todavía prefiere cascarse en ideologías a remar en un mismo rumbo que amortigüe la pobreza que nos espera a la vuelta de la esquina.

Para besos robados los que reparte Yolanda Díaz a diestro y siniestro: qué manera de sobar. Que Jordi Évole entreviste a Josu Ternera es otro borrón sobre las manchas de sangre que avergüenzan a media España. La otra media no se ruboriza por el cartel que volaba la nuca de Santiago Abascal en las fiestas de Bilbao, porque a eso juegan muchos periodistas y medios de comunicación, a ensanchar las diferencias y vivir del relato. Son los mismos que aseguran que lo de ETA es pasado y lo de Franco presente, ambiguos servidores de la nómina a final de mes y que tienen menos credibilidad que Sánchez diciendo cualquier cosa. Pero eso es España. Un país así de jeta. Con sus periodistas y escritores al servicio de sus señorías y al festival de San Sebastián, que sin concha no hay subvención ni tampoco paraíso. 

«Hay voces que compran el relato de la amnistía, voces que sin embargo resonaban con la amnistía fiscal de Montoro, cuando las dos son igual de vomitivas, igual de infames e igual de injustas»

También son días de promesas y amnistías, que básicamente es confesarse y prometer ser un chico bueno lo que queda de semana. Borrón y cuenta nueva. Me recuerda al capitulo de los Simpsons en el que Homer debía decidirse por cuál de las religiones ser devoto. Después de valorarlo mucho, decide ser católico por ese precioso regalo de verse perdonado ante cualquier infamia cometida y volver a empezar como quien estrena una camisa blanca sin restos de manchas. Pues aquí con éstos pasa un tanto de lo mismo. Qué importa las leyes que se hayan saltado y qué más darán las condenas interpuestas, si el Ejecutivo puede sacarse de la manga cualquier cosa para sortear la ley. Son los amos del lugar, los saqueadores del tesoro púbico y de la doble moral que antaño regía el hampa, y que ahora ha sustituido a la clase política por la banda de trileros que tiene como único objetivo el poder, la pasta, y las triquiñuelas de una clase social que ha venido para forrarse en el juego de mandar un país.

Hay voces que compran el relato de la amnistía, voces que sin embargo resonaban cuando la amnistía fiscal de Montoro. Las dos son igual de vomitivas, igual de infames e igual de injustas. Unas sirvieron para blanquear el dinero de los fraudes y abusos, las otras para blanquear los delitos de un código penal que está ahora al servicio de los políticos y de sus indultos. 

Vivimos en un país que no aguantará todo lo que pretendan sus gobernantes. Vivimos en un país en el que los gobernados miramos desde el otro lado del cristal mientras ellos hacen y deshacen leyes y fraudes para mantenerse en el poder. No se les puede auditar, no se les puede juzgar, no se les puede tocar. Y mientras ellos continúan su peculiar carrera de pelotazos y arreglos de ley, los contribuyentes y trabajadores van poco a poco perdiendo el sentido del bien y del mal.

Si los bancos provocan una crisis mundial por unas prácticas abusivas, se les salva y se imprime más dinero. Si los políticos cometen delitos, se les indulta y se cambia el código penal. Si la gente no trabaja pero vota, se les pone una paguita y así seguimos teniendo votos. Si un partido político no consigue los apoyos suficientes para tener un grupo propio en el Congreso, se les cede y así seguimos haciendo destrozos. Si un periódico no es sostenible, se le enchufa dinerito institucional y así seguimos teniendo propaganda. Si una televisión necesita de una licencia para operar, se concede y así seguimos teniendo un plató en el que intoxicar. Si una persona quiere montar un negocio libre, se ponen trabas y así no puede respirar.

Y así con todo: la ocupación, el terrorismo, la entrada por fronteras, los impuestos, carburantes, el supermercado, los bancos, las empresas, las materias primas, los agénero —si es que somos gilipollas—, todo está en manos de una gente que se vale de todo con tal de seguir desgobernando. Y mientras, se disfrazan de feministas, de igualdad social, de lo mucho que han evolucionado los derechos y libertades, tanto, que ellos son los que deciden qué es derecho y qué libertad. Somos una panda de imbéciles que no podemos ni siquiera controlar lo que nos están haciendo. Y vamos directos a la pobreza y a la destrucción mientras seguimos creyendo que hemos evolucionado en libertades. 

Nunca hemos tenido menos control sobre nuestra clase política. Ni con elecciones, pues dan igual los resultados que afloren las urnas cuando se puede hacer de todo, en un Congreso que se parece mucho más a la mesa de las cinco familias que controlaban el crimen en Nueva York que a la cámara que representa los intereses de un país. 

Sigamos viendo el saqueo de España dirigida y orquestada por su clase política. El problema somos los españoles que permitimos que todo siga así mientras nos preguntamos ¿qué clase de país tenemos? El que merecemos. 

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