Feijóo ante la cruda realidad
«El PSOE actual pasa olímpicamente de los valores republicanos y apuesta por una yugoslavización de España que llevará a una implosión balcánica»
El candidato a la investidura tuvo un encuentro con el señor Sánchez y una intervención pública posterior. Más allá de chanzas tuiteras sobre el señor Núñez Feijóo y de análisis serios sobre la estrategia partidista del PP, o incluso sobre la táctica política de dicho Partido, nos parece relevante escudriñar un poco en profundidad algún aspecto relevante y estructural para la democracia española y para la ciudadanía y el bien común. En esta breve nota nos centramos en dos aspectos que el propio señor Feijóo quiso recalcar con el uso repetido y casi machacón de dos palabras fundamentales en su alocución: los vocablos «independentismo», y, ¡oh sorpresa! «igualdad».
Sabemos que hemos perdido la batalla, desde hace mucho tiempo, de llamar a las cosas por su nombre, por lo que supone una gran victoria de los desconstructores de España el considerarlos «independentistas» y no lo qué son: separatistas. Cualquier persona culta que se dedique a la política debe saber muy bien que el independentismo de un territorio es cosa que se reserva a las colonias dónde una metrópoli ejerce una relación de dominio y explotación sobre una población autóctona diferente a la de la metrópoli. Eso no se da en la España actual, por lo que, de hecho, ningún territorio tiene nada ni nadie de qué independizarse. Sí puede querer separarse, por motivos racistas o de aprovechamiento insolidario económico. También por ansias de poder de oligarquías locales. Pero eso es delito, atentado contra el bien común, y contra los valores de libertad, igualdad y solidaridad que se supone presiden una democracia constitucional moderna, más si la Nación es antigua. Pero si traemos este concepto es porque la insistencia del PP de hacer notar que se «aleja» de un imposible independentismo parece esconder una cierta tolerancia y complicidad con «separatismos moderados» a veces llamados nacionalismos regionales. Y eso supone o no estar reconociendo la realidad de la España actual o no querer admitirla.
El grave hecho diferencial de la democracia española actual, único, y que condiciona desde el potencial de prosperidad en el día a día hasta la convivencia democrática armoniosa entre ciudadanos es la sumisión o complicidad con nacionalismos y separatismos, supuestamente soft, de toda laya. Como la del actual PSC, que manda en el PSOE. Cuando se habla de un gran acuerdo entre los dos grandes partidos españoles, una suerte de Gobierno de Salvación Nacional, nunca se admite que lo único que lo justificaría sería el arrinconar los separatismos y nacionalismos de cualquier intensidad, a base de leyes… o de hacer cumplir las leyes. Y en esa tarea indispensable para el bien común, el PP no tiene credibilidad por su historial desde 1996, ni, por supuesto el señor Núñez Feijóo. Antes deberían renovar su posicionamiento sobre el desguace de España y pedir perdón por muchas cosas, no manifestarse teóricamente opuestos a un inexistente independentismo.
Pero la segunda palabra machaconamente reiterada por el candidato en su exposición fue la palabra «igualdad», incluso «igualdad de los españoles» (no de territorios administrativos). Para quién lleva luchando desde hace decenios por recuperar el objetivo de la igualdad esencial entre españoles, un valor republicano toral abandonado y vapuleado por lo que hoy se llama izquierda, escuchar eso tuvo algo de emocionante. Incluso, una vez, el señor Núñez Feijóo habló de una sociedad de libres e iguales. Le faltó la palabra solidaridad para hacerse de ULIS…pero sonaba a música celestial. Una emoción que duró poco. Es absolutamente cierto que una de las grandes víctimas de las políticas de los últimos 30 años en España ha sido la igualdad. Otras han sido la prosperidad y la solidaridad. Pero volvamos a la igualdad. El aumento de las desigualdades es dolorosamente comprobable, creciente e imparable.
«El PP o no sabe, o no quiere saber, o peor aún, no quiere que sepamos que la realidad del momento histórico es una disyuntiva»
Las económicas, interindividuales por supuesto, se miden por el índice de Gini por ejemplo, pero las esenciales para la democracia, las que discriminan y crean ciudadanos de distintas categorías, con distintos grados de libertad, con distintos derechos civiles, con distintos derechos y obligaciones ante la lLey y el bien común están a la orden del día, escandalosamente. ¿Por qué duro poco la emoción? Pues porque quedó claro que el PP, porque sería poco delicado personalizar, o no sabe, o no quiere saber cuál es el origen y la causa de la imparable dinámica desigualitaria. Honestamente, esa causa es sistémica y se centra sobre todo en el desarrollo que los políticos y las políticas han dado al irreconocible marco constitucional y al Estado de las Autonomías. No hablamos del diseño original y teórico, sin duda repleto de buenas intenciones, hablamos de la realidad en la que ha devenido por mor de su desarrollo, permanentemente sometido a la voluntad de quienes, sencillamente, no quieren una España de iguales.
El PSOE del «café para todos» sí quería, sin duda, mitigar o anular el efecto desigualitario de la estructura institucional y de competencias que se estaba montando. El PSOE actual pasa olímpicamente de los valores republicanos y apuesta por una yugoslavización de España, por un par de decenios, previos a la implosión balcánica. Pero el PP ha sido cómplice de la instalación de esa dinámica estructural desigualitaria (y, por ende, antidemocrática) y el acrisolamiento de cacicatos dispares, por lo que si no es consciente de ello, o no lo admite, o no hace acto de contrición y propone una visión de la democracia española radicalmente distinta, no tendrá credibilidad alguna. ¿Qué igualdad defiende quién manda en una región dónde una admirada profesora de violín es expulsada de su trabajo por no hablar gallego? Seamos serios. ¿Qué igualdad defiende quién impide de facto que los niños puedan estudiar en la única lengua común de Patria? Seamos por lo menos, decentes. ¿Qué igualdad defiende quién, de nuevo, quiere humillarse ante un PNV que reclama una «reinterpretación» (sic) de la Constitución para consolidar una España «plurinacional«? Seamos realistas.
El PP o no sabe, o no quiere saber, o peor aún, no quiere que sepamos que la realidad del momento histórico es una disyuntiva. O ponerse al servicio de reconstruir una España de ciudadanos libres, iguales y solidarios, como recoge el espíritu de la Constitución, y para ello hay que derogar muchas cosas además del sanchismo, o bien terminar el camino hacia su balcanización insolidaria y discriminatoria. Y hemos dicho reconstruir, porque su deconstrucción ya es un hecho.