Keith Richards ha dejado de fumar
«Ya todo es ruido tribal y trivial, sin ritmo ni gracia, sin la ironía demoledora de letras que no temían la cancelación. Tiempos sin épica ni furia de rock and roll»
Los Stones presentan el sencillo de su último álbum. Angry es una pieza correcta con todos los elementos marca de la casa. Ahí el riff destripado y canalla de guitarra que invita a la batería a sumarse a una ley del compás que nunca ha tenido rival. Encuentra a un guitarrista rítmico que se haya mamado todo el blues de Chicago y cuyo único Dios se llame Chuck Berry. Preséntale a un batería que adore el jazz y sea puro y elegante swing. Y ya tienes la base de una banda de rock and roll. Todo lo demás viene por añadidura. Por esa alquimia de secreto a voces, los Stones fueron los mejores en lo suyo. Y ahora, octogenarios y multimillonarios, siguen alimentando el mito de la eterna juventud vampírica con oscuras transfusiones de sangre en clínicas desorbitadas.
Digo yo que también ayudará, en esa cabalgata sin fin por escenarios vibrantes, mantener el cuerpo alejado de todo tipo de sustancias letales y de los excesos de la carne por los que antaño fueron legendarios. En el documental Under The Influence (2015) vimos a un Keith de trago moderado y paciente, lejanos los tiempos del jaco y de la botella de Jack Daniel’s vaciada a tragos seguidos. Sus Satánicas Majestades resultaron ser humanos, demasiado humanos. Y en esa imperfección consuetudinaria estaba también su gracia. A diferencia de los Beatles, los Stones no entraron en el negocio para fingir, santurrones, que pretendían cambiar el mundo.
Y con los cuidados de la edad, la senil gimnasia rítmica y las aguas termales, el último gesto de resignación es la alegría de seguir vivo: Keith Richards ha anunciado que también se ha quitado del tabaco. Incluso los autodestructivos ruidosos, a la vejez viruela y antes del último suspiro, prefieren seguir pisando suelo firme y templado todas las mañanas del calendario.
«Vamos directos hacia el mejor de los mundos posibles en modo pesadilla»
En unos tiempos sin épica ni gloria, en los que los políticos, si exceptuamos a algún bronco e ignaro encargado de almacén surgido del frío y alguna muchacha fresca y festiva, se parecen todos a jefes de planta de unos grandes almacenes, y en la que las guerras propias son tragedias ajenas ventiladas en tardes de Twitter, nadie quiere cargar con el sambenito del malditismo suicida. Primero fue la confesión de que también el buen blues puede regurgitar de un estómago saciado y con una cartera llena de crujientes billetes verdes, y luego la constatación de que la existencia de paraísos artificiales no era más que otro camelo de realidad virtual urdido por el show business.
Vamos directos hacia el mejor de los mundos posibles en modo pesadilla. Se acabaron los garitos espesos de humo por el bien de tu salud, pero no olvides tomarte la dosis diaria de fluoxetina. Nada más simple que la ansiedad paralizante y generalizada para alienar al redil en disciplinadas trincheras de pensamiento bidimensional. Quedan un puñado de sabios libres capaces de señalar a la luna y tomarle las medidas al rey desnudo mientras la turba se asombra con el ondear siniestro de sucios trapos, pero han optado por el lúcido silencio. Ya todo es ruido tribal y trivial, sin ritmo ni gracia, sin la ironía demoledora de letras que no temían la cancelación, porque la comprensión lectora no se había convertido aún en un objeto de lujo innecesario en un mundo de imágenes inequívocas, circunspectas y cercenadas. Se puede grabar con el móvil, eso sí, los monstruos en el claroscuro antes de la agonía triste, solitaria y final de una época precaria que imita farsante el medievo.
Tiempos sin épica ni furia de rock and roll. Keith Richards ha dejado de fumar. Y muy probablemente sea él quien, antes de salir, apague la luz de este antro.