Del error Suárez al «error» Sánchez
«Adolfo Suárez, que sí era el constructor de una España reconciliada (y no Sánchez), cayó en los abismos, la elocuencia y la trampa del separatismo»
«En la Transición nos propusimos todos los españoles la reconciliación definitiva y quisimos acabar con el mito de las dos Españas, siempre excluyentes y permanentemente enfrentadas». Esta frase, de Adolfo Suárez, resume una época luminosa de nuestro pasado reciente. Pero no todas las reformas en post de la reconciliación fueron positivas. Perdimos lo más importante —vidas—, por la amnistía concedida a los terroristas de ETA.
Santos Juliá dedicaba un capítulo de su libro Transición a este asunto. Explicaba que la amnistía ni alentó la vuelta de los chicos de ETA a casa ni marcó el fin de los atentados. Ocurrió, más bien, lo contrario: persuadida de la eficacia de su estrategia a largo plazo, y convencida de la debilidad del gobierno, la banda reforzó sus comandos. También respondió subiendo otro peldaño en la escalera con atentados dirigidos a los mandos militares, y protagonizó los años de plomo, el periodo más siniestro (1978-1980).
Aquella amnistía se promulgó, en 1977, sin reciprocidad por parte de ETA (a quien iba mayoritariamente dirigida). Si en 1977 ETA había asesinado a 11 personas, esa cifra aumentó en 1978, año de la Constitución, a 68. Fueron 80 en 1979, año del Estatuto de Autonomía. Y de vuelta a empezar. La violencia no se contemplaba como «estrategia política» para lograr sus objetivos de autodeterminación, sino que se explicaba como resultado de una «herencia histórica» (Juliá). En ese relato perdimos la primavera. Perdimos la Transición, la memoria histórica…
«Se intentará que la amnistía aparezca imbuida del mismo deseo de convivencia al que apelaba Suárez, esa es la estrategia»
Qué tristeza, qué pesadez, qué lata esta rueda del relato que nos lleva al mismo error una y mil veces. La banda vasca no aceptaba desviación alguna de sus planteamientos, como tampoco lo hace hoy Junts. El hecho de no condenar estas ideas anacrónicas basadas en criterios étnico-lingüísticos, en herencias históricas y otras perlas del independentismo revela el nivel de anomalía en el que se encuentra nuestra democracia en 2023. Puigdemont ha dicho esta semana que «España está podrida», y ha repetido todo el relato que esta región se ha montado a sí misma para encontrarse más interesante.
No siempre fue así. Hubo un paréntesis, un cambio en el relato, a partir de los 80. Un amplio número de españoles consideraba que el principio de que los pueblos tienen derecho a autogobernarse es un mero vestigio, fósil mental, que sirve como retórica convencional en las competencias de poder. Esta nueva elocuencia se va asentando en España, forma parte de nuestra educación democrática. Obviamente, no podemos cambiar esta narrativa compartida durante más de cuarenta ańos por exigencias del guión legislativo.
Adolfo Suárez, que sí era el constructor de una España reconciliada (y no Sánchez), cayó en los abismos, la elocuencia y la trampa del separatismo. Sánchez se dirige al mismo «error» por otros motivos políticos, aunque lo pinte de reconciliación. Se intentará que la amnistía aparezca imbuida del mismo deseo de convivencia al que apelaba Suárez, esa es la estrategia. Pero los que vemos el confuso arsenal ideológico del PSOE y el cambio en las exigencias de guión, los que escuchamos esta música del separatismo cada vez más alta, tememos lo peor: aquello de que la Historia se repite y «la segunda vez —Marx—como farsa».