THE OBJECTIVE
Cristina Casabón

Europeos

«De lo que tenemos que curarnos ahora mismo es de una cultura que tiende al antipluralismo de opiniones y pluralismo artificial de identidades»

Opinión
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Vista aérea de París. | Europa Press

Esta semana un periodista woke preguntaba en una rueda de prensa por qué no hay diversidad en una película. «Es una película danesa y se desarrolla en 1750», contestó el director Nikolaj Arcel entre risas del actor Mads Mikkelsen. Una muestra más de la diversidad forzada que contamina nuestra cultura. 

Debe ser que yo me he quedado muy en el siglo XX, en lo clásico y en el carácter melancólico de la cultura francesa y la española. Francia era mi patria de juventud, como lo es hoy para tantas culturas extranjeras. He pasado muchos veranos en Burdeos y Niza paseando, mirando una cultura ilustre que se desvanece, junto con la fachada de un edificio del XIX. La continuidad de la vida en ciudades mausoleo que se resisten a morir. Nos despertábamos en aquella casa del otro siglo con música de Edith Piaf. Todas las chicas francesas tenían novios africanos. Mi profesora Mélodie, casada con un burkinés, nos hablaba de momentos históricos como la Toma de la Bastilla. Había entre aquella generación un roneo de amor y filosofía hacia su historia que yo miraba a distancia con envidia. Sí, volver a España era muchas veces menos apasionante, ese multiculturalismo permitía espacio al diferente pero también a uno mismo.

Una gaviota en una playa privada, belleza africana, un hombre ilustre enterrado bajo sí mismo en un Panteón. Eso era Francia. Es un corto testimonio de lo que fueron años de multiculturalismo amable en la historia de Europa, en la conciencia del ciudadano europeo. Pero en el siglo XXI algo ha cambiado, el multiculturalismo constituye ya una Europa definitiva, pero crecen las tensiones y algo se ha enfriado. 

La ingencia creativa de Europa a lo largo de un siglo que es el nuestro viene desde las flores de Baudelaire y el civismo de Goethe hasta la dimensión humana de Camus, que luchó contra todas las ideologías y abstracciones que alejan al hombre de su esencia natural. Los griegos están contenidos en Picasso y los templarios duermen en sus viejos castillos. La posmodernidad es la renuncia al legado propio. Todas esas lecciones las damos por aprendidas y olvidadas. Es lo más cómodo para todos, puesto que el exhibicionismo identitario es ya el único requisito para poder participar en el debate público. 

«Nuestros inexistentes liberales de hoy cada vez aprietan más, y nos estamos quedando con una cultura sin libertad creativa»

A nosotros se nos enseñaba a ser solidarios con las minorías desde la razón y el amor al diferente, no desde la imposición y la cancelación. Los enfants terribles de Europa hemos llegado por azar a ese «joven delgado y elegante», Jean Cocteau, quien nos daría la consigna definitiva: de lo que hay que curarse no es del opio sino de la ideología. He aquí un tratado de higiene para europeos en general, su libro sobre el Opio. Qué modernos eran aquellos años, qué libertad la de aquella juventud.

De lo que tenemos que curarnos ahora mismo es de una cultura que tiende al antipluralismo de opiniones y pluralismo artificial de identidades. Volver a la esencia de Europa, patria en el tiempo y presente recuperable ahora mismo, cuando todos los caminos nos llevan a Roma. Una Europa con más corazón, también, donde ese acercamiento al Otro no sea fruto de la ingeniería social  sino del encuentro natural. 

De vuelta de los rodeos de estos señores que se han plantado con su película, quisiéramos reencontrar aquellos artistas de cafés ruidosos de Copenhague, aquellos rebeldes del cine que aún hacen cine y no política. Nuestros inexistentes liberales de hoy cada vez aprietan más, y nos estamos quedando con una cultura sin libertad creativa. Solo el pensamiento único, el de las minorías victimizadas, deambula como narrativa posible. El modelo de Europa ya no es Europa sino los Estados Unidos. Europa era la diversidad y ahora está pastoreada por una unanimidad dominical.

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