THE OBJECTIVE
Antonio Elorza

¡Salvar al PSOE!

«Los intereses generales aconsejan que la maquinaria política con mando absoluto de Sánchez sea derrotada y, al tiempo, evitar el desplome de la socialdemocracia»

Opinión
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¡Salvar al PSOE!

Ilustración de Alejandra Svriz.

La manipulación de las palabras por parte de Pedro Sánchez y los suyos se adentra en el absurdo. El mejor ejemplo es la reciente expulsión de Nicolás Redondo Terreros «por menospreciar las siglas», un acto de ciega autoridad, porque desde hace tiempo los escritos del socialista vizcaíno rebosan al mismo tiempo de discrepancia respecto de la línea política actual y de lealtad a lo que el PSOE ha representado en la consolidación de nuestra democracia. Así que con del recurso a los dos eufemismos, el «menosprecio» y «las siglas», los jueces torticeros de Sánchez evitan la referencia a todo contenido preciso, y por ello susceptible de recibir una argumentación contradictoria. Es la irracionalidad del poder en estado puro.

Tal vez sea este el único camino para seguir avanzando hacia lo que constituye su único objetivo, conocido por todos. En el último Congreso del PSOE, la concepción aprobada del partido fue la de una maquinaria militar puesta a las órdenes de un Líder, a quien eran debidos un culto casi religioso y la total obediencia. De acuerdo con ello, conforme han ido surgiendo obstáculos para aquella finalidad, el partido de Sánchez ha entrado en combate, asumiendo sin reservas la guerra política declarada por su jefe. En el terreno de las opiniones, esto significó el imperio de lo que Javier Caraballo ha llamado amenismo, rehabilitando un viejo vocablo: la obligación de decir amén, de suscribir sin pensar, todas y cada una de las afirmaciones del jefe máximo. Esta es una cara de la moneda. La otra es la deformación y la condena inmediata de toda opinión adversa, del adversario convertido en enemigo o de cualquier disconforme. Nicolás Redondo era así arrojado al infierno, «negro contra blanco», dijo una portavoz, sin referencia alguna al contenido de sus artículos.

La única variante de este rechazo a las ideas ajenas toca a la oposición de exdirigentes a la amnistía, encabezada por Felipe González: lejos de descender al incómodo terreno de la argumentación, todo se resuelve apelando al cambio de generaciones en el PSOE. El castigo ejemplar de Redondo sirve para advertir que cuando la enmienda sea la totalidad, se aplicará al infractor la pena reservada para el «menosprecio de las siglas».

«Pluralismo como desintegración. Todo al servicio de un propósito: ‘¡Delenda est Hispania!'»

José Antonio Primo de Rivera definió a su Falange como un movimiento totalitario al servicio de la integridad a la Patria. La originalidad en esta marcha hacia el poder absoluto que encabeza Pedro Sánchez consiste en apoyarse sobre quienes buscan abiertamente la destrucción de esa patria que él gobierna. Han intentado e intentan dinamitar ese «marco de la Constitución» que Sánchez y los suyos siempre invocan. Advierto que no son éstos juicios apocalípticos, sino simple lectura de cuanto dijeron y dicen los ansiados socios de investidura. Y de lo que representa la eliminación del papel unificador que la Constitución asigna al castellano, tanto en nuestra vida parlamentaria como en Bruselas. Saltándose los reglamentos y cueste lo que cueste. Hasta el ridículo que nos espera cuando Armengol conceda doble tiempo a quienes usen el bable o la fabla para traducirse a si mismos. Pluralismo como desintegración. Todo al servicio de un propósito: ¡Delenda est Hispania!

Existen razones para que los diputados constitucionalistas renuncien al pinganillo cuando alguien renuncia a usar la lengua oficial, y no solo porque el Congreso sea el órgano de la voluntad general, y la comunicación democrática deba por encima de identidad, sino también porque los matices de un discurso pueden ser sustancialmente modificados por la traducción, y la gestualidad resulta borrada. Algunos creemos que España no es el Imperio Austrohúngaro, ni debe sufrir su suerte. Y que mejor haría Pedro Sánchez recuperando el proyecto de Estado federal todavía vigente en el PSOE desde la Asamblea de Granada. Claro que tal vez nuestro hombre no sabe distinguir entre federación y confederación, y además ve en su propia ignorancia del tema una ventaja para encaminarse sin problemas hacia su único fin. El viejo lema de «lejos de nosotros la funesta manía de pensar» es el perfecto complemento de su binomio «decisión, manipulación», con Yolanda Díaz de adorno y Puigdemont de gran beneficiario.

Alguna vez he escrito sobre la podemización de Pedro Sánchez desde el día en que nació el Gobierno de coalición. De forma mucho más precisa, Andrés Trapiello acaba de explicar cómo entra en juego la convergencia entre la estrategia antisistema de Pablo Iglesias, orientada a la destrucción del «régimen de 1978» y la de los partidos independentistas, cuya finalidad pasa por esa demolición del orden constitucional. Pablo era incómodo y ahora se limita a prestar servicios tales como el ataque a Felipe González con tal de salvar el ministerio de Irene, mientras que con su mezcla de iniciativas caóticas y fervor nacionalista (galego, extensible), Yolanda cubre bien el vacío y parece leal a Pedro después de cada traspiés (el último, por Telefónica). Golpe a golpe, paso a paso, el Progreso avanza.

«El PSOE culmina la deriva hacia un nepotismo generalizado como sistema de asignación de cargos técnicos, recompensas y honores»

Como consecuencia de todo ello, el PSOE culmina la deriva hacia un nepotismo generalizado como sistema de asignación de cargos técnicos, recompensas y honores, observable asimismo en el PP desde la Transición, hasta convertirse ahora en un partido-Estado. Toda opinión libre, no hablemos de discrepancia, es desaconsejable.  Aquí el mal viene de lejos, desde que Alfonso Guerra tomó las riendas para superar la crisis del marxismo, y el control sin fisuras no solo alcanzó a puestos políticos, sino a todo aquello que podía afectar a los intereses del gobierno, TVE en primer plano (doy fe como testigo). Muy débil a la muerte de Franco, el PSOE fue un partido de aluvión que captó afiliados de muy distinto rango y pelaje. Recuerdo al compañero de Milicias, carlista, que me escribió, creyendo que yo daba el ingreso: era un buen tipo y llegó a senador. Roldán no lo era y se forró. La disciplina a ultranza resultaba necesaria, solo que entró en juego la ley de Walesa: con los peces de un acuario, puede hacerse una sopa de pescado, pero no a la inversa. El liderazgo indiscutible de Felipe cubría el problema, pero de su existencia darían fe más tarde la mediocridad y el autoritarismo de quienes ascendieron a la jefatura, propios del género culo di ferro (Zapatero, Sánchez), así como la permanente ausencia de elaboración y debates internos. En suma, intelectual colectivo, cero.

Menos mal que la función creó en gran parte el órgano, y al lado de los arribistas y simples mandados, el llamamiento de la socialdemocracia atrajo a profesionales dispuestos a cumplir con sus exigencias técnicas y morales, al servicio de los intereses del país. Así, con todas sus insuficiencias, incluido el episodio del terrorismo de Estado, y a veces en circunstancias muy difíciles, el PSOE protagonizó aspectos esenciales de la modernización de España. La tarea está lejos de verse cumplida en la actualidad.

Tal es la paradoja con que nos enfrentamos: los intereses generales aconsejan que la maquinaria política «con siglas» de PSOE y mando absoluto de Pedro Sánchez, resulte derrotada, pero al mismo tiempo es de evitar que su fracaso lleve al desplome de la socialdemocracia, como en Francia o en Italia (caso del antiguo PCI, hoy PD). Toca a los socialistas la difícil labor de ir más allá del actual callejón sin salida, de pensar en la necesidad de recuperar ese órgano de una función política necesaria. El regreso de la razón, que ahora parece dibujarse, ha de verse acompañada por una perspectiva de futuro.

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