La ceguera de los monóglotas
«El Congreso de los Diputados no es sino un espectáculo. Un teatro para la escenificación más variopinta de los intereses de cada grupo político»
Qué bien suena la palabra políglota y qué mal el término monóglota. El primero remite a cultura, viajes, Erasmus, títulos universitarios e incluso nobiliarios. El segundo, en cambio, nos hace pensar en trogloditas de pensamiento único. Así definen los diccionarios, en cualquier caso, a quien solo habla una lengua: monolingüe o monóglota, de γλῶττα, lengua en griego.
Se ha armado una buena con la cuestión del pinganillo, el que tengo aquí colgado, en el Congreso de los Diputados. Hay quien considera que, en habiendo una común que todos entienden, pa’ qué liarse la manta a la cabeza. Es el argumento de lo práctico, la hiperlógica del pragmatismo, el triunfo de lo cómodo frente al humanismo. El estómago frente al corazón. Tarzán frente a Platón.
Ante esos razonamientos, cabría proponer la derogación de la ropa de calle. No ya el traje o los vestidos para acudir al Congreso, sino la ropa misma. Qué opresores los zapatos, ¿no es mucho más cómodo ir en chanclas? ¿Y en pijama? ¿Y la pausa para comer, a pesar de lo barato de los gintónics en la cafetería del Congreso? ¿Por qué no alimentarse en los mismos plenos, una pizza cuatro quesos pedida a Glovo, o una ensalada de pasta hecha en casa? ¡Batch cooking al poder! Mucho más práctico.
«Ya puestos, que los diputados no vayan al Congreso. Un Zoom con 350 ventanitas y listos»
Ya puestos, que los diputados no vayan al Congreso. Lograríamos reducir la boina de Madrid con esa reducción de desplazamientos, así como en gastos en conductores, seguridad, etc. Un Zoom con 350 ventanitas y listos. Un licenciado en Imagen y Sonido edita las declaraciones más sustanciosas de cada político y listo. El Congreso de los Diputados, declarado edificio obsoleto. Reciclémoslo en un centro comercial de lujo y demos dinamismo a la economía española. ¡Gestionemos!
Es la rebelión de los monóglotas ciegos, esos seres castellanoparlantes reacios a perder su privilegio lingüístico, temerosos de no poder entender la intervención de Míriam Nogueras sobre las competencias de Rodalies. Socors, no entenc res!
Manda collons que, en un momento en que los traductores se quedan sin trabajo y se aprenden menos idiomas ante el auge de las inteligencias artificiales, exista un miedo real a no entender. Lo que habría que traducir son las comunicaciones de la Agencia Tributaria, las escrituras de los notarios y los contratos bancarios, pero los discursos demagogos de Rufián se entienden a la primera en catalandaluz o bien con subtítulos, ese invento que parecen ignorar los monóglotas.
«Todos tenemos un castellano dentro que siente amenazas ante lo desconocido»
Puedo entender las pataletas de resabio voxero de tanto tuitero asustado ante una posible invasión de términos galeuscos. Todos tenemos un castellano dentro que siente amenazas ante lo desconocido, que rechaza cualquier atisbo de cambio, que abraza las palabras de Manu Sánchez, como toda la vida, llevando al paroxismo la España de Atresmedia. Esa España agarrotada que por fusión entiende añadir gaseosa al vino y para de contar.
Lo que no puedo entender es el temor a no entender. Y que no se entienda una cuestión básica: que el Congreso de los Diputados no es sino un espectáculo. Un teatro para la escenificación más variopinta de los intereses de cada grupo político, que no dudan en pertrecharse de los atrezos necesarios para tal fin, y vuelvo a Rufián para evocar la impresora de votos indepes o las esposas que mostró a Rajoy cuando sonaban tambores de trena.
En el Congreso se votan cosas importantes. Se aprueban leyes. Entonces, nuestros representantes políticos suelen estar callados y a lo suyo, a excepción de Alberto Casero. Se hable en castellano, euskera o criollo chabacano. No será en esos momentos en los que las lenguas minoritarias se empleen como reivindicación. O sí. Por suerte, hay tecnología para traducir Voto a favor al gallego.
El resto seguirá siendo un show, un teatro, puro simbolismo que, a partir de ahora, quizá tengo algo más de sentido. Porque el Congreso habrá integrado mejor a los que se sentían fuera y son tan nuestros como un torrezno de Soria. Eso se llama política de Estado, aunque los monóglotas no lo acaben de ver. Haber estudiado. Idiomas.