El PSOE frente a la nación
«No importa tanto no tener un proyecto común como compartir el mismo enemigo. Esa es la esencia del PSOE durante su historia, salvo entre 1977 y 2000»
El socialismo español despreció la cuestión nacional hasta que vio que el nacionalismo organizado podía ser un buen aliado para derribar lo existente. No importaba tanto que no tuvieran un proyecto común, sino que compartieran el mismo enemigo. Esa es la esencia del PSOE durante su historia, salvo el paréntesis entre 1977 y el año 2000. Zapatero resucitó esa estrategia y Pedro Sánchez ha dado una vuelta de tuerca. Nada de lo que ocurre es ajeno a esta realidad histórica.
El PSOE originario, hasta 1917, entendía la nación como un artificio burgués que sería superado por la construcción de un Estado obrero. Ese año consideró la oportunidad que le ofrecía la crisis del sistema de la Restauración, y participó en la pantomima de Sóviet español junto a catalanistas, anarquistas y republicanos variados.
En el XI congreso del PSOE, en 1918, hablaron de la «confederación republicana de las nacionalidades ibéricas», propuesta por socialistas catalanes y apoyada por Julián Besteiro. Aquello era apoyar la idea que en España existían naciones oprimidas sin Estado. El PSOE, brazo político de la UGT, en torno a la cual debía erigirse el Estado obrero, solo pensaba en confluir con otros elementos revolucionarios. Se trataba de propiciar el derribo de la monarquía liberal para ir construyendo el socialismo, y si compartían con los nacionalistas el mismo medio, el derribo, eran compañeros de viaje.
En la Segunda República el PSOE defendió el Estado Integral, pero no dudó en aliarse con ERC para el golpe de 1934, ni en mercadear con el PNV y su Estatuto de autonomía para conseguir que los nacionalistas vascos, los de Vizcaya, no cumplieran su acuerdo con los sublevados de Mola y Franco. La preocupación de los socialistas en el exilio fue que las «veleidades nacionalistas», escribió Rodolfo Llopis en 1946, no perturbaran la unidad ni la disciplina del partido, no de España.
«El cemento del Estado no era la nación española, sino la unidad de la clase obrera»
La táctica de aliarse con quien compartía el medio -el derribo-, aunque no el fin, hizo que entre 1961 y 1977 se recuperase la idea de la confederación republicana de nacionalidades ibéricas como «realidades políticas»; esto es, naciones como sujetos de soberanía no reconocida. Renovaron el argumento con la teoría del socialista Anselmo Carretero, exiliado en México, que definía España como un «Estado plurinacional» o una «nación de naciones». De hecho, en el congreso de 1972 se aprobó que el PSOE apoyaría las «legítimas aspiraciones de los pueblos de las diversas nacionalidades ibéricas».
En el Congreso de Suresnes, en 1974, el PSOE adoptó una «abierta actitud filonacionalista de signo periférico», según escribió hace años Andrés de Blas. Se reconoció el derecho de autodeterminación de las «naciones» del «Estado español» como estrategia de la clase obrera para su «completa emancipación». Ese PSOE hablaba de España como un conjunto de «nacionalidades y regiones marcadamente diferenciadas», que debía ser resuelta por una «República federal». El cemento del Estado no era la nación española, sino la unidad de la clase obrera. La resolución tenía también el objetivo de recuperar terreno frente al PCE, que defendía la autodeterminación de los pueblos aplicada a las naciones sin Estado en España. Eso era conectar con la realidad del país, decían entonces.
La declaración autodeterminista de Suresnes se repitió en el congreso del PSOE de 1976, muerto ya el dictador. El cambio se produjo porque esa «realidad» no era cierta, y así lo constató la revista socialista Sistema. La gente quería descentralización sin independencias ni gaitas. Esta fue la razón de que Felipe González y Alfonso Guerra, ya en 1977, cambiaran la resolución del partido apostando por «poderes autonómicos en las nacionalidades y regiones».
Ese fue el camino del PSOE hasta el año 2000, cuando Zapatero llegó a la secretaría general, y se volvió a las estrategias anteriores de alianza con los nacionalistas por compartir un enemigo común, la derecha. Si para eso había que cuestionar la nación, «discutida y discutible», y retorcer la Constitución, se hacía. No en vano el problema actual no viene de la reacción del Gobierno del PP el 1-O de 2017, como dicen los corifeos del sanchismo, sino del Pacto del Tinell y del lío del Estatuto de Cataluña propiciado por Zapatero. Aquella estrategia socialista resucitó al peor PSOE, al que posterga el sentido de Estado y la lealtad a la Constitución, con tal de aumentar sus fuerzas y apartar a la derecha. El sanchismo es un giro de tuerca a esta política de Zapatero.
«El despertar de los ‘viejos socialistas’ ha sido muy tardío, cuando ya nada pueden hacer para evitar el desastre»
Orillada la generación del PSOE que hizo la Transición, el partido socialista ha vuelto a la estrategia de 1917, a sus raíces y esencias, y por eso a los viejos socialistas les ha costado tanto reaccionar. No se quitan de encima el maldito patriotismo de partido. El sanchismo de hoy es el mismo que en 2016, el de un oportunista sin escrúpulos, capaz de sostener la «confederación de naciones autodeterminadas» como la fórmula ideal si ello le procura la alianza con los nacionalistas y el poder.
El despertar de los «viejos socialistas» ha sido muy tardío, cuando ya nada pueden hacer para evitar el desastre. Ya en abril de 2017 Sánchez definió España como una «nación de naciones». Un mes después, en campaña de las primarias del PSOE, dijo que Cataluña era una nación y planteó la reforma del art. 2 de la CE para incluir el «carácter plurinacional del Estado». Esto lo aprobó el XXXIX Congreso del PSOE, en 2017, con la forma de federación.
Sánchez usó la estrategia de la «nación de naciones» para hacerse con el voto de la militancia catalana, valenciana, balear y demás con el objetivo de ganar la secretaría del partido en 2017 a la «centralista» Susana Díaz. En coherencia con esto, en 2018 se apoyó en los grupos parlamentarios nacionalistas para echar a Rajoy, y luego formar un Frankenstein.
Esa trayectoria histórica del PSOE, su esencia desde 1917, es lo que propicia el que PNV, Junts, ERC, Bildu y cualquier nacionalista vea en el partido socialista un aliado para sus propósitos independentistas, y rechace la colaboración con la derecha nacional. Del mismo modo, esa estrategia explica el rechazo a la colaboración con el PP, al que tienen por defensor de la unidad del país y del imperio de la ley.
En suma, el PSOE volvió a su esencia con Zapatero en el año 2000 y la certificó con la salida en falso de Sánchez en 2016 y su regreso triunfal al año siguiente. El mismo partido, por acción u omisión, echó por la borda la europeización, la moderación y el tono socialdemócrata que le dio la generación de 1977. Descanse en paz.