Renacidos
«Encontraron en Zapatero y Mas los ritmos suficientes para olvidar lo que habían sido en el período democrático: siempre bien colocados y no por las drogas»
Una de las causas no estudiadas del procés del 17 fue la añoranza de la juventud. El rechazo a envejecer es una enfermedad que se ha extendido en nuestra sociedad y lo ha hecho por la derecha, por la izquierda y por el centro. Hubo muchos de los que salieron a la calle entonces –más de la mitad– o expresaron su apoyo de distintas maneras, que no eran, precisamente, jóvenes. No parece que tiraran cócteles molotov, pero se desgañitaron lo suficiente como para pillar una buena irritación de las cuerdas vocales. Las imágenes de cabezas canosas, grises o níveas –ellos y ellas– poblaron periódicos y televisiones: aquello era un viaje en el tiempo, un falso renacer, y quién sabe… La revolución pendiente estaba ahí y tal vez también la última oportunidad de ligar con una joven que les endulzara como al viejo rey David. Porque la tarima de la universidad ya no funcionaba para los eméritos y el 68 era un fantasma que recorría las calles de Barcelona (nunca hay que olvidar a Marx). Que España llevara cuarenta años de democracia y unas cotas de autonomía nunca vistas en Europa no parecía importar ni mucho ni poco.
¿Habían vivido tan mal y tan oprimidos por la policía zarista o por la del imperio austrohúngaro? En absoluto. Ocuparon buenos puestos en la universidad, dirigieron asociaciones, teatros y centros culturales, institutos del libro, museos, embajadas y cámaras de comercio… La lista de cargos y carguitos bien pagados no cabría en este artículo, pero el tiempo, inexorable, asomaba sus narices por el horizonte y encontraron en el Dúo Dinámico de Zapatero y Artur Mas, los ritmos suficientes como para desempolvar un pasado inexistente y olvidar automáticamente lo que habían sido en el período democrático: siempre bien colocados y no por las drogas. Sólo quedaba una solución: exigir para satisfacer su insatisfacción: la edad es lo que trae: insatisfacciones varias. Si a eso añadimos la tendencia actual para impostar, reinventarse, simular y ser lo que no se es, el cóctel está servido. La angostura la puso el surrealismo, un cadáver desenterrado por el 68.
«Añoranzas de la juventud: hacer lo que no se hizo cuando se era joven es una de ellas»
Si no, ¿de dónde salen las últimas lindezas de Waterloo? ¿De dónde sale el «antes tendrán que mear sangre», o «nos deben 450.000 millones de euros» –por qué no 765.000 millones–, o la dinamita de la amnistía, para que, una vez firmada, todo salte por los aires? Es puro surrealismo, no lo duden, pero insistirán porque viven en él. Y utilizo el término surrealista no como se vulgarizó coloquialmente tiempo atrás, donde todo era, en vez de absurdo o disparatado, «surrealista». Me refiero al surrealismo de André Breton, sus manifiestos y sus derivadas. Lo que no sabíamos es que el inquilino de Waterloo sería una de ellas, aunque en lo de irse a Waterloo ya apuntase maneras. Un gamberro de casino, sí lo parecía a veces, pero un surrealista… Añoranzas de la juventud: hacer lo que no se hizo cuando se era joven es una de ellas. Al ritmo del cocodrilo tragón de Peter Pan: tic-tac, tic-tac… y ahora con un fajo de votos en la mano para seducir –parece que con gran efectividad– en algunos despachos de Moncloa, tan líquidos como la sociedad donde vivimos.
Si envejecer y morir es ahora el único argumento de la obra, la impresión es la de que los que llevan tiempo sintiendo eso en las filas del independentismo, preferirían que el mundo que conocieron muriera con ellos y nada quedara detrás. Vaya rabieta: del surrealismo se han pasado a Luis XV –que también era francés– y aplican con esmero lo de «Después de mí, el diluvio». Y al arca de Noé que nos hemos ido construyendo en las últimas décadas de la historia de España, que le den. O ésta parece la idea.