Ni a la altura de los zapatos
«Quienes llaman traidores a los viejos socialistas del ‘cambio’ porque critican al actual secretario general del PSOE no quieren asumir la dura realidad: no todo vale para mantener a Sánchez en el Gobierno»
En lugar de reconocer sus méritos y respetar la obra que llevaron a cabo, los herederos de aquel socialismo moderado – imitación de la socialdemocracia alemana – que fue capaz de anteponer los intereses generales de España a las ambiciones personales, les llaman dinosaurios, momias y traidores. Han pasado más de cuarenta años desde que el PSOE de Felipe González y Alfonso Guerra consiguieron poner en marcha un proyecto de cambio para nuestro país, porque así lo quisimos los españoles. Más de cuatro décadas desde que el partido fundado por Pablo Iglesias ganara de forma abrumadora unas elecciones generales y decidiera que la convivencia y la modernización de España era una prioridad insoslayable.
Hace unos días, Eduardo Sotillos, que fue portavoz de aquel primer gobierno socialista, me contaba la cantidad de veces que Adolfo Suárez se acercaba a Moncloa para hablar con su sucesor, Felipe González. Entonces, no existían recelos, problemas de agenda, ni diferencias ideológicas que obstaculizaran esos encuentros. Además, lo hacían sin que se enterara nadie. Sin cámaras y sin un orden del día establecido. Felipe y Adolfo se veían porque, dejando a un lado rivalidades políticas, tenían una misma preocupación: sacar a este país adelante.
Es lógico que Felipe y Guerra estén ahora preocupados por lo que está haciendo Sánchez, como lo están muchos socialistas, aunque se lo callen. No vale el silencio de los corderos, cuando está en juego la esencia de la democracia. Cuando se intenta disfrazar de diálogo y de normalización democrática una amnistía que tiene como único objetivo conseguir un puñado de votos en la investidura de Sánchez. Y no se puede permanecer callado, o mirar para otro lado, cuando una vicepresidenta del Gobierno en funciones – entre plancha y plancha – decide reírle las gracias a un fugado de la justicia que anunció de forma unilateral la independencia y, al día siguiente, huyó de la justicia en el maletero de un cuatro por cuatro.
«No vale el silencio de los corderos, cuando está en juego la esencia de la democracia»
Felipe González y Alfonso Guerra merecen un respeto, a pesar de que sus declaraciones pongan en evidencia la falta de escrúpulos de Sánchez. Quienes llaman traidores a los viejos socialistas del «cambio» porque critican al actual secretario general del PSOE no quieren asumir la dura realidad: no todo vale para mantener a Sánchez en el Gobierno.
Cuando Felipe González y Alfonso Guerra vuelven a coincidir cuarenta años después – dejando al margen viejas rencillas y diferencias – lo hacen porque creen que en esta encrucijada tienen la obligación de decir lo que piensan. Y lo que piensan – como millones de españoles – es que no es de recibo amnistiar a quién puso en peligro hace seis años nuestro sistema democrático. Ni tampoco ayuda a preservar la igualdad de los españoles ante la ley poner el futuro de España en manos de quienes no quieren saber nada de ella.
Lo que hicieron Felipe y Guerra, con la colaboración y generosidad de muchos socialistas de aquella época, es imposible intentar ningunearlo. Forma parte de nuestra mejor historia – con sus errores, por supuesto –, pero parece que hemos llegado a un punto en el que hasta el pasado más reciente es tergiversado, manipulado y denostado.
Especialmente, por aquellos que reniegan de unos dirigentes con visión de Estado, a los que – por cierto – no les llegan ni a la suela de los zapatos.