El cobarde y su avatar
«Hoy cuatro votos son la diferencia entre la decencia y la indecencia, entre la institucionalidad de Núñez Feijóo y el escombro de Pedro Sánchez»
Patética imagen la de un presidente a un sillón pegado. «Maxim, ¿cómo pasaré a la historia?». Como un cobarde presidente, como un patético cobarde. El debate de investidura nos ha enseñado a un megalómano narcisista destrozando muelas y mandíbula, con un penoso bruxismo, escondido unas veces tras la máscara de la risa tonta y otras con una indisimulada cara de espanto.
Según avanzaba el discurso, Alberto Núñez Feijóo se hacía presidente a los ojos de todos. Un presidente que no será investido en esta ocasión, pero que del Congreso saldrá presidente y que, mucho más pronto de lo que a muchos les gustaría, lo será. Su discurso, que destilaba serenidad y transversalidad, tenía la institucionalidad que jamás ha tenido el derrotado cobarde. Seis pactos de Estado estructurados.
Alberto Núñez Feijóo es el fracaso de Pedro Sánchez que ha intentado convertirlo en un menor cuantía. Su desprecio es un deseo, pero no la realidad. Feijóo ha sabido hacerse primero con el partido. No le ha sido fácil. Ha ido dando pasos, con sus errores, pero debía de estar haciéndolo bien. Su mayor aliado ha sido Sánchez. A más maltrato, más grande. Que Alberto Núñez Feijóo no sabía de su éxito se demostró el domingo en las calles de Madrid. Megafonía para diez mil. Seguridad para menos. Calles abiertas al tráfico en todos los alrededores. Pantallas para qué. A su alrededor se juntó la España tranquila, sin desórdenes, sin audio ni vídeo, pero con la sensación de que ordenadamente, civilmente, estaban apoyando lo que su país necesita. Sesenta y cinco mil ciudadanos, todos alrededor, cerca, en el entorno —porque muchos estaban sin ver ni participar— de lo que sienten que es la solución. Feijóo. Le faltan cuatro macarras. Le acompañan más de 11 millones de españoles. Y subiendo. Abascal hizo bien su papel.
Feijóo llegó al Congreso como líder. Rodeado de sus compañeros. Todos sabiendo que no iba a ser, pero acompañaban al que es. Hoy cuatro votos son la diferencia entre la decencia y la indecencia, entre la institucionalidad y el escombro de Sánchez. Qué favor le están haciendo a Feijóo no dándole los votos. Le están haciendo mucho más grande que siendo un presidente débil y amenazado. Aznar salió presidente el 19 de abril de 1995 de un coche chamuscado. A Aznar ETA le hizo presidente. A Feijóo le ha hecho presidente Sánchez al responderle a través de su avatar.
«El avatar de Sánchez al que define es a Pedro Sánchez. Un macarra de quinta, de corruptelas cutres de pueblo»
Sánchez es un escombro del peor Pepiño Blanco. No le gusta que le recuerden que era el relleno de las listas. El pelota que ponían para rellenar huecos. Así, a la vez fue al Ayuntamiento de Madrid —de concejal no saliente— y al Congreso de los Diputados —de nombre nunca leído—. Porque los que van en el relleno no son nada más que carne de aparato de partido que nadie lee y que nadie sabe quiénes son. Testimonialmente ir el último de una lista es un puesto de prestigio. Es compromiso. Es implicación. Lo demás escombro, como Sánchez.
Sánchez apareció de concejal porque unos se cansaron, otros pasaron a mejores cargos y, como en esas carreteras viejas, que por el uso se desgastan, apareció el escombro. Pedro Sánchez concejal. Igualmente, porque el escombro se echa en todas las obras, la lista del Congreso por Madrid corrió y el escombro apareció. Pedro Sánchez diputado. No es resiliencia. Es no tener otra cosa que ser. Y que la motivación sean la envidia y la ambición. Mucha más envidia que principios. Mucha más ambición que valores.
Todo eso afloró en el debate de investidura de Alberto Núñez Feijóo. La conducta deplorable de un derrotado personaje que no asume su fracasada realidad. Sólo uno que es como Pedro Sánchez es capaz de sacar del gallinero del hemiciclo a un personaje como Óscar Puente. Sánchez y sus palmeros pensaban que así rebajaban al candidato a presidente por su victoria en las urnas. Qué va. El avatar de Sánchez al que define es a Pedro Sánchez. Un macarra de quinta, de corruptelas cutres de pueblo, ésas en las que el contratista local le deja los signos de nuevo rico —el mercedes AMG y el yate— para que en vacaciones se vaya a levantar churris según supimos en un acierto de Alvise. Puente, el avatar de Sánchez.
Puente es ese personaje que Sánchez echó y lo han utilizado para hacer el ridículo. El discurso del avatar lo podía hacer Patxi López por tono y forma. Pero no por historia. Feijóo recordó a López, escondido en su escaño, que «el único cargo público que ha tenido en su vida, no de designación de partido, fue el de lehendakari porque se lo regaló el Partido Popular —equivocadísimamente—cuando había ganado las elecciones el PNV».
Óscar Puente, en su tontuna, por lo menos es sincero. «Explíqueme lo de ganador de las elecciones». Muy fácil. El Partido Popular sacó a Sánchez más de 300.000 votos de ventaja y un montón de escaños. Pobre. Óscar Puente veía Barrio Sésamo pero sin entender.
«¿Por qué no salió Sánchez al estrado? Porque como todo en él es mentira no tiene los apoyos para ser presidente»
Otro ataque de sinceridad del avatar de Sánchez: «Pierdan toda esperanza de quebrar a este PSOE». Es verdad. Nadie del Partido Popular puede hacerlo. De eso se ha encargado el cobarde derrotado de Pedro Sánchez. Ya está quebrado. La lista de socialistas que lo dicen es interminable: González, Guerra, Almunia, Belloch, Barrionuevo, Redondo, Jauregui, Ibarra, Eguiguren, Lambán, García-Page … Cuánto han tenido que sufrir viendo el debate de investidura sabiendo que, en algún momento, han apoyado a un cobarde derrotado como Pedro Sánchez.
¿Por qué no salió Sánchez al estrado? Porque como todo en él es mentira no tiene los apoyos para ser presidente. Mientras se celebraba el debate en el Congreso, en el Parlament de Cataluña le apretaban más y más. El president de la Generalitat aseguraba que la amnistía políticamente ya la tienen. Que es imprescindible garantizar el referéndum para, como aseguró la presidenta del Parlament, «lo volveremos a hacer».
Sánchez no los tiene. Si los hubiera tenido habría subido al atril a pavonearse. No habría mandado al avatar. Sánchez habría humillado a Feijóo con un «diga lo que usted quiera. Deje de hacer perder el tiempo a los españoles. Acabe con esto ya, porque cuando termine yo me quedaré donde estoy sentado —de presidente del Gobierno— y usted, si le aguantan en su partido, donde está. En la oposición».
No lo ha hecho. No los tiene. Y como las cosas sigan así, el 14 de enero Pedro Sánchez tendrá un serio problema. Cobarde y doblemente derrotado.