THE OBJECTIVE
Francesc de Carreras

El nuevo Feijóo

«El Congreso se ha encontrado con la ironía, la experiencia y el conocimiento. También con la inteligencia y el humor. Y el PP ha encontrado a su líder»

Opinión
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El nuevo Feijóo

Ilustración de Alejandra Svriz.

¿Ganó Feijóo el debate de investidura a pesar de que no fuera investido presidente? Esta es la cuestión que planteo en este artículo.

Conocí a Alberto Núñez Feijóo en Santiago de Compostela hace unos años, siendo entonces presidente de Galicia. Fue en una cena improvisada, tras unas jornadas de estudio organizadas por la Escuela Gallega de Administración Pública. Su directora nos sugirió a los ponentes que pernoctábamos en la ciudad cenar con el presidente. Los tres aceptamos complacidos. 

El encuentro, como era de esperar, fue muy agradable. Feijóo nos habló de su manera de entender la política, de ciertos aspectos de su gestión al frente de la Xunta y, sobre todo, al contarnos sus experiencias, nos reveló su auténtica personalidad: su estilo de hacer política, su competencia técnica, su cercanía con los ciudadanos, la cual pudimos comprobar personalmente tanto a la entrada como a la salida del restaurante. En definitiva, una persona inteligente, irónica, sencilla en el trato y muy cordial. 

Cuando por sorpresa fue designado como presidente del PP hace menos de dos años pensé que era una buena noticia, tanto para el partido como para el sistema político español: convenía a todos un PP templado, sin luchas internas, que supiera plantear una alternativa al PSOE y, a la vez, llegar a grandes pactos en algunos aspectos cruciales, especialmente  aquellos que ya empezaban a desbordar el marco constitucional y ponían en peligro el sistema. 

Para ello, Feijóo debía corregir antes que nada el peor error institucional de Casado: no contribuir a renovar el Consejo General del Poder Judicial. El PP estuvo a punto de proceder a esta renovación en otoño pasado pero en el último minuto se arrugó por un motivo no razonable: el Gobierno anunció que se disponía a suprimir el delito de sedición, una irresponsabilidad gravísima pero que no debía mezclarse con la renovación del Consejo, un grave y reiterado incumplimiento de un deber constitucional que, además, estaba entorpeciendo cada vez más  el funcionamiento de la organización de justicia.

«Desaprovechó la ocasión de renovar el CGPJ y durante los meses siguientes anduvo inseguro, desorientado y ausente»

Ahí podía Feijóo plantarse y decir que lo primero es lo primero, que deben tratarse de forma separada ambas cuestiones. Entonces hubiera quedado como un político con sentido de Estado, un líder que sabe anteponer lo importante a lo contingente, por grave que sea. Pero desaprovechó la ocasión y durante los meses siguientes anduvo inseguro, desorientado, inactivo y ausente.

Se acercaban elecciones locales y autonómicas y, ciertamente, eran tantas las barbaridades que cometía el Gobierno Sánchez que se podía confiar en que fueran suficientes para ganar primero dichas elecciones y, a fines de año, tal como era de prever, obtener suficientes escaños en las generales para ser investido presidente. Era un cálculo racional y probable que se cumplió en su primera fase: el triunfo en locales y autonómicas fue abrumador, el PSOE se quedó sólo con la presidencia de tres comunidades autónomas y unas pocas alcaldías, ninguna, a excepción de Barcelona, de primer rango. Sánchez reaccionó inmediatamente y convocó elecciones generales. 

En estas elecciones, las del 23 de julio, la mayoría de sondeos daban al PP una mayoría suficiente para que Feijóo formara gobierno. Pero erraron: el PP obtuvo más escaños que nadie pero el sistema político conformado por bloques le impidió obtener una mayoría suficiente para gobernar. Ello estuvo claro en la misma noche electoral. Tras una trayectoria irregular como aspirante a presidente, su estrategia de no arriesgar para que la victoria le cayese como fruta madura había sido un fracaso. Podía dimitir inmediatamente, esperar a que Pedro Sánchez fuera investido presidente o ponerse las pilas y echar para adelante. Optó por lo último y aceptó ser candidato aun siendo consciente de las dificultades a las que se enfrentaba. 

¿Fue una buena decisión? Tras lo visto en el Congreso la semana pasada no me cabe ninguna duda que fue la mejor: pudimos ver a un nuevo Feijóo, me recordó al que yo había conocido hace unos años en Santiago. A su vez, Sánchez cometió el error de Feijóo en el debate televisivo de julio y no sólo estuvo de simple espectador sino que mandó para replicar al líder popular a un energúmeno hasta ahora casi desconocido con un discurso aprendido de antemano que causó la peor impresión. La cada vez más decepcionante Yolanda Díaz, imitando al jefe, hizo algo similar, aunque su improvisada suplente estuvo más discreta y comedida que el bravucón de Valladolid.

«Los problemas de España sólo pueden solucionarse mediante el acuerdo entre los dos grandes partidos»

En este escenario, Feijóo estuvo a sus anchas y desplegó todos sus recursos dialécticos. Primero, planteó un programa político sustancial, como suele hacerse, lleno de sensatez y sentido común, con una directriz general que viene manteniendo, a veces contra el viento y la marea de sectores de su partido, desde que fue nombrado su presidente: los problemas de España sólo pueden solucionarse mediante el acuerdo, en ciertos aspectos medulares, entre los dos grandes partidos, para que no se rebasen ciertos límites. Establecer dos bloques para sólo poder pactar con los componentes de cada bloque -que es la estrategia socialista desde 2018- es derivar progresivamente hacia callejones sin salida, que es donde estamos. 

Pero en segundo lugar vinieron las réplicas de Feijóo al suplente de Sánchez y a la diputada de Sumar: lo hizo con brevedad y buenas formas, al fin y al cabo nada tenía que rebatirles porque nada importante habían dicho en relación a su discurso. Mucho más interés tuvieron las respuestas a los independentistas vascos y catalanes. A unos los puso de cara a la pared y a otros frente al espejo: desplegó ironía y sarcasmo, con frases breves como estiletes fue al fondo de las más enrevesadas cuestiones, utilizó el recurso de los silencios elocuentes, desnudó sus contradicciones hasta hacerlos enmudecer (y empalidecer).

En estas dos sesiones, el Congreso se ha encontrado con un nuevo tipo de oratoria, se ha encontrado con la ironía, la experiencia y el conocimiento. También con la inteligencia y el humor. Ha recuperado la calidad: la implacable argumentación de Miguel Roca y el afilado florete de Rubalcaba. Todos distintos pero todos con un alto nivel. Y el PP ha encontrado a su líder. Esperemos que les dure. 

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