THE OBJECTIVE
Ignacio Vidal-Folch

Disculpen las molestias, seguiremos informando

«La gente ha alcanzado, a fuerza de oír discursos mendaces, y de desengaños, tal nivel de estoicismo, que se ha instalado en la serenidad impasible»

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Disculpen las molestias, seguiremos informando

Varias personas uno de los andenes de la estación de Atocha-Almudena Grandes.

«Atención, les informamos de que debido a una avería provocada por las inundaciones, los trenes circulando por las vías G-1, G-2, G-5 y G-6 entre Atocha y Chamartín están sufriendo fuertes demoras. Disculpen las molestias. Seguiremos informando».

Estaba yo en el andén de Valdelasfuentes (en Alcobendas), esperando uno de esos trenes que se demoraban para volver a Madrid, y el mensaje, seco, funcional, transmitido por los altavoces con el que la compañía ferroviaria trataba no tanto de informar o pedir excusas cuanto de curarse en salud, o sea de descargarse de responsabilidad ante la posibilidad de alguna queja de los usuarios (de esas de «¡No nos han dicho nada! ¡Ni siquiera nos informaban!»), se repetía una y otra vez, a intervalos de 45 segundos. Y naturalmente, como es lo corriente en los servicios de transportes, a un volumen atronador por si había entre los usuarios algún sordete, y con una acústica infernal, propia de discoteca de poblacho búlgaro. Era insoportable.

«Atención, les informamos…»

«… disculpen las molestias». Terminaba el mensaje, seguían 15 segundos de bendito silencio… y volvía a empezar: «Atención, les informamos…».

Leyendo mi lamento, alguien acaso pensará: «¡La gran cosa! ¡Al señor le molestaba que la compañía ferroviaria le informase! ¡Con la que está cayendo, el señor no tiene nada más grave de que ocuparse que de unos altavoces ruidosos!»   

Hombre, pues sí, pues precisamente con la que está cayendo y con el presagio de la que caerá, yo agradecería que por lo menos las altas esferas ferroviarias no añadiesen al malestar, general y difuso, de los usuarios –que sin excepción preferirían estar al volante de un automóvil por las calles de París, camino al restaurante, que en el andén de Valdelasfuentes- una tortura propia de una checa. Ya que todo está tan mal, ¿no podrían, por lo menos, guardar un poco de silencio, y que cuando ese silencio anhelado se rompa pudiésemos oír el rumor melodioso del tren acercándose a la estación por fin, y que tengamos el desastre en paz?

«Ah, el señor quiere silencio. Quizá si estuviera en Ucrania, donde el ruido no lo provocan unos inofensivos altavoces sino las explosiones de las bombas, no se quejaría tanto».

Ya, pero es que no estoy en Ucrania, gracias a Dios, sino en Valdelasfuentes, esperando el tren que se demora y no llega, y además intentando leer, que es uno de los grandes placeres de viajar en tren, pero es imposible concentrarse. Lo que resuena en la bóveda de mi mente no son los versos refinados de La emboscadura, el libro de Jünger que intentaba leer, a propósito de cómo retirarse de la sociedad, sino, una y otra vez, estas palabras:

«¡Con intervalos de 15 segundos se repetían a volumen atronador esas palabras mecánicas, de prosaísmo atroz!»

«Atención, les informamos de que debido a una avería provocada por las inundaciones, los trenes circulando por las vías G-1, G-2, G-5 y G-6 entre Atocha y Chamartín están sufriendo fuertes demoras. Disculpen las molestias. Seguiremos informando».

¡Con intervalos de 15 segundos se repetían a volumen atronador esas palabras mecánicas, funcionales, de prosaísmo atroz, carentes de cualquier pizca de lirismo (infinitamente inferiores a las de Jünger), y volvían, inútiles y machaconas, a repetirse y repetirse y a rebotar en los altos y curvos techos de la estación y en mis oídos, y en mi alma reseca, frustrando cualquier inicio de pensamiento, cualquier intento de evasión mental! Sólo podía yo atender al mensaje, que me avasallaba y me aniquilaba y me convertía en un oído violado.

Me di cuenta, ya hace mucho tiempo, de que a algunas mujeres inteligentes les molesta extraordinariamente que les repitas las cosas que han entendido la mar de bien a la primera. Tienen la sensación de que las tomas por tontas. Se impacientan: «Sí, sí, ya lo he pillado, no hace falta que me lo repitas»… Yo las comprendo. Que te repitan las cosas es una forma de paternalismo, de dominio, de asegurarse de que mientras te están hablando tú no pienses en otra cosa. Pues bien: ¡si había alguna de estas mujeres en el andén debía estar sufriendo mucho, escuchando una y otra vez el mensaje atronador! Y yo también sufría por ella. 

Ignorando cuándo aparecería, por fin, el tren a Madrid, que se demoraba, no podía yo salir de la estación, evadirme de la tortura sonora e ir a dar un paseo por el barrio de Valdelasfuentes, que tan querencioso me resulta, en concreto el Paseo de Valdelasfuentes, que suele estar desierto, ese paseo anchuroso, con su pavimento rosado y sus trémulos arbolitos, entre grandes bloques de pisos nuevos, de ladrillo, no muy bonitos, la verdad, pero confortables, y que para mí ya me parecen bien… porque corría el riesgo de perder el tren, que quizá estaba a punto de llegar, por fin, y si lo perdía tendría que esperar quién sabe cuánto tiempo, allí, en aquel espacio cavernoso, a que llegase el siguiente, sometido a la tortura incesante de los solícitos altavoces.

Una vez más, y otra, y otra, y otra, y otra, los altavoces bramaban su mecánico y confuso mensaje, su información: «Atención, les informamos de que debido a una avería provocada por las inundaciones, los trenes circulando por las vías G 1, G 2 y G-C entre Atocha y Chamartín están sufriendo fuertes demora. Disculpen las molestias. Seguiremos informando».

Presa de un arrebato histérico subí corriendo los dos largos tramos de escaleras mecánicas para pedirle al empleado en su cabina de vidrio que no repitiese tan seguido el mensaje, decirle que aquello era insoportable, que por lo menos bajase el volumen; pero si pasaba el torno luego para volver al andén tendría que pagar otro billete, así que desde el otro lado, a cuatro metros de distancia, me puse a gritarle a la figura vestida de gris al otro lado del vidrio: «¡Baje el volumen! ¡Baje el volumen! ¡Esto es insoportable».

Pero precisamente porque el volumen estaba tan alto aquel buen hombre no me entendía, y cuando al fin me entendió se encogió de hombros, con una expresión contrita, desbordada, y leí en sus labios esta respuesta: «¡Desde aquí no puedo! ¡Son órdenes!»

«Ofendido, humillado, decidí rendirme. Resignarme. Acepté ser traspasado por el ruido»

Era el mundo de Kafka. Volví a bajar corriendo las escaleras mecánicas, no fuera a perder el tren, mientras los altavoces taladraban una vez más su mensaje: 

«Atención, les informamos de que debido a una avería provocada por las inundaciones, los trenes circulando por las vías G-1, G-2, G-5 y G-6 entre Atocha y Chamartín están sufriendo fuertes demoras. Disculpen las molestias. Seguiremos informando».

Ofendido, humillado, decidí rendirme. Resignarme. Acepté ser traspasado por el ruido. En el andén todo el mundo aguardaba, tranquilo y conforme, al parecer despreocupadamente, consultando sus teléfonos móviles. Y lo que más me desmoralizaba era aquella indiferencia de mis semejantes: a nadie más, entre los compañeros del andén, parecía importarle la agresión. Nadie parecía notar nada. Pensé que tal vez la gente ha alcanzado, a fuerza de oír discursos mendaces, y de desengaños, tal nivel de estoicismo, que se ha instalado en la serenidad impasible de la resignación zen. 

O acaso la insensibilización acústica de las masas, emprendida hace unas décadas por la industria musical  internacional, tras colonizar con sus ritmos intrusivos todos los espacios públicos, ha alcanzado sus últimos objetivos brutalistas e insensibilizadores. Bien podría ser.

«Atención, les informamos de que debido a una avería provocada por las inundaciones, los trenes circulando por las vías G-1, G-2, G-5 y G-6 entre Atocha y Chamartín están sufriendo fuertes demoras. Disculpen las molestias. Seguiremos informando».

«Atención, les informamos de que debido a una avería provocada por las inundaciones, los trenes circulando por las vías G-1, G-2, G-5 y G-6 entre Atocha y Chamartín están sufriendo fuertes demoras. Disculpen las molestias. Seguiremos informando».

 «Atención, les informamos de que… Disculpen las molestias».

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