Una máquina de picar carne
«¿Qué es el separatismo sino aspirar a un poder burocrático absoluto sobre determinados territorios para explotarlos en exclusiva?»
El martes 3 de octubre de 2023 fallecía Alejandro Nieto, jurista y escritor, entre otras muchas cosas, pero sobre todo una mente lúcida de las pocas que todavía nos quedan. En un país donde la ignorancia es un argumento político, la muerte de un hombre sabio suele tramitarse con un postrero homenaje que disimule el desprecio por el saber. Sin embargo, los elogios in memoriam si acaso la ponen de relieve, porque de repente caemos en la cuenta de que no tenemos ni idea de quién era el difunto.
El conocimiento y las reglas estables e iguales para todos son los mejores aliados para quienes no tienen el poder. Por eso el poder trata de devaluarlos, para imponer la arbitrariedad. Ese fin que justifica los medios, con el que la corrupción, la prevaricación, la malversación, la manipulación, la mentira y la violencia política no sólo se convierten en recursos legítimos, sino en los más habituales, en los más empleados.
Si tuviéramos instinto de supervivencia, habríamos propagado la obra de Nieto a los cuatro vientos, para advertir a todos de que nuestro Estado había degenerado en una corporación de intereses tan despiadada que a su lado el explotador más cruel parecía el ángel de la guarda. Sin embargo, la irrelevancia de Nieto a efectos prácticos pone de relieve la dura realidad de una sociedad embrutecida, con un pie puesto en ese pasado en que la política era la guerra por otros medios y, como no podía ser de otra manera, metió de hoz y coz a nuestros ancestros en una guerra con todos sus medios y calamidades.
«Alejandro Nieto supo ver el peligro que suponía una Administración convertida en un fin para sí misma»
En esto Nieto también anduvo listo. Se zafó de las ideologías de los buenos contra los malos que son el último refugio de los canallas como Sánchez. Era demasiado inteligente y suspicaz como para dejarse engatusar. Apuntó al corazón de la bestia, al Estado, las administraciones y la organización de la Justicia. Y supo ver el peligro que suponía una Administración convertida en un fin para sí misma, en realidad, para los partidos, porque ahí se macerarían todas las desgracias, todos los males; también el secesionismo. Porque ¿qué es el separatismo sino aspirar a un poder burocrático absoluto sobre determinados territorios para explotarlos en exclusiva mediante sus propias máquinas de picar carne?
Nieto era un antisistema. No como el 15-M, sino en serio. Lo era por erudición y honestidad intelectual. Sin embargo, nunca recurrió a la denuncia vocinglera, que es la única forma de capturar la atención de una sociedad que lee poco y reflexiona menos. Esta discreción le impidió ser un intelectual público, en el sentido de trascender los entornos académicos. Porque, ¿quién conocía la obra de Alejandro más allá de sus iguales o discípulos? Yo mismo jamás habría sabido de su existencia de no ser por un amigo que pertenecía a la Academia.
Cuando la ignorancia no es sólo la norma, sino algo de lo que sentirse orgulloso y hacer ostentación es lógico que los hombres sabios acaben recluidos. Claro que, si bien para la izquierda quien piensa por sí mismo es el enemigo, cabe preguntarse por qué la alternativa ignora también las advertencias de Nieto. ¿Lo hace por incompetencia o por interés?
A quien aspire a gobernarnos deberíamos imponerle un requisito: haber leído La organización del desgobierno (1984) o El Derecho y el revés (1998), porque así no tendría excusa. No podría silbar, mirar para otro lado y prometer imposibles, como blindar la capacidad adquisitiva de las pensiones cuando no hay recursos; subir el salario mínimo por encima del 50% del salario medio a costa de un tejido empresarial exhausto; abundar en la manida progresividad fiscal, rebajando el IRPF sólo a los de abajo. Sabría, en definitiva, que la Administración es la bota que imaginó George Orwell aplastando un rostro humano… incesantemente. Y nosotros sabríamos que lo sabe. Lo tendríamos pillado.
«Acusaba a los medios de ignorar sistemáticamente el desastre de una Administración que crecía sin tasa»
Ocurre que nuestros políticos son el fiel reflejo de la sociedad; es decir, tampoco leen. Por eso la reticencia de Nieto era con el sistema partitocrático, donde los votantes pintan poco o muy poco, y con los medios de información, a los que acusaba de ignorar sistemáticamente el desastre de una Administración que crecía sin tasa, funcionaba cada vez peor y cuyos costes eran exorbitantes.
Con todo, lo más llamativo es que fuera un funcionario quien advertía de todos estos peligros porque eso significaba que no contemplaba el Estado con el desafecto del anarco capitalista, ni siquiera con la reticencia del liberal moderado, sino con la perspectiva del burócrata. Lo que debería haberle servido para persuadir a los más desconfiados. Pero ni aun así logró Nieto captar la atención de los políticos. Al contrario, fue sistemáticamente ignorado no ya por la izquierda española que, dicen, no tiene parangón en Europa, sino por el centro derecha que es tanto o más anormal por su enfermizo estatismo.
¡Oh, sí! Por supuesto, ahora lo que debe preocuparnos es la posibilidad de otro gobierno Frankenstein, con su amnistía y su canesú y quién sabe si un referéndum para liquidar la nación española en el que, para mayor escarnio, la inmensa mayoría de españoles no tendrá derecho a voto. La posibilidad de que Sánchez responda a la fallida derogación del sanchismo con un órdago mucho mayor, la derogación de los restos de la democracia del 78, es más que real. Sin embargo, no puedo librarme de una sensación irritante: que no habríamos llegado a esta situación endiablada si hubiéramos puesto a régimen a la bestia, en vez de engordarla.