Sánchez y los huérfanos del comunismo
«Sánchez y su partido están protagonizando un proceso similar al de Venezuela y Chile para acabar con los posibles contrapesos que puedan limitarle el poder»
Invitada por un importante grupo empresarial chileno, el pasado lunes, en Santiago, he participado en un seminario sobre el actual panorama político y económico en Chile. Conocer de primera mano la situación de ese país hermano me ha hecho reflexionar sobre los puntos que tiene en común con lo que estamos viviendo en España y sobre alguno que nos diferencia.
Para entender bien en qué se parecen los panoramas políticos de nuestros dos países lo mejor es empezar por recordar la trayectoria que han seguido en el mundo los herederos del comunismo tras la Caída del Muro en 1989.
Ya es un lugar común criticar la ingenuidad del profesor Francis Fukuyama cuando, en 1992, publicó su ensayo El fin de la historia, en el que expone la tesis de que la historia, como lucha de ideologías, había terminado con el triunfo aplastante de la democracia liberal frente al totalitarismo comunista. La Caída del Muro había dejado a la vista de todo el mundo el rotundo fracaso del comunismo, que, además de anular la libertad, había sido incapaz de promover el desarrollo económico y social de los países que habían caído bajo su dominio.
Pero Fukuyama y todos los que saltamos de alegría al ver cómo recobraban la libertad los países de la media Europa que habían pasado 45 años bajo la dictadura comunista no sospechábamos la capacidad de mutación que iba a demostrar el virus totalitario de los comunistas.
«Los hijos de aquel comunismo derrotado en 1989 reaccionaron y buscaron la forma de acabar con la democracia liberal»
Hoy son muchos los países, empezando por el nuestro y también por Chile, que estamos viviendo en nuestras carnes los efectos nefastos de esa mutación.
Los hijos de aquel comunismo derrotado en 1989 reaccionaron inmediatamente y buscaron la forma de luchar para acabar con esa democracia liberal que había demostrado que caer en el comunismo es la mayor tragedia que le puede ocurrir a un país.
Y en esa reacción los países hispanoamericanos tuvieron un papel fundamental, con la creación ya en julio de 1990 (sólo seis meses después de la Caída del Muro) del Foro de Sao Paulo, que, bajo el manto protector de Fidel Castro, acogió a todos los partidos que, de forma más o menos explícita, tenían elementos comunistas.
Desde entonces los comunistas de América y también de otros países, como España, van a adoptar algunas tácticas comunes, que, por lo que estamos viendo, les están dando buenos resultados.
La primera es la de evitar por todos los medios la palabra comunismo. Saben que el desprestigio de esa palabra es absoluto y por tanto hay que evitarla. En España el primer líder de ese comunismo enmascarado, Pablo Iglesias, prohibía expresamente a los militantes de su partido usarla.
La segunda es la de cambiar el sujeto revolucionario. Ya no será el proletariado, entre otras razones porque los «proletarios» hace ya tiempo que descubrieron que para progresar y prosperar el mejor sistema es la economía libre de mercado y no el estatalismo comunista. Ahora hay que hablar en nombre de esas minorías que tienen alguna identidad común y que en algún momento de la Historia han sufrido discriminación: mujeres, minorías sexuales, pueblos alguna vez colonizados, razas maltratadas, regiones con aspiraciones de convertirse en estados, …
«El ejemplo más claro del triunfo de estas estrategias lo tenemos en la Venezuela de la dictadura de Chávez»
La tercera es la de abandonar la idea de que para implantar hoy un régimen comunista hay que hacerse con el poder por medios violentos. Todo lo contrario. Los comunistas de hoy preconizan que hay que conquistar el poder democráticamente, o más o menos democráticamente. Para, una vez que se tiene la mitad más uno de los votos del respectivo parlamento, utilizar esa mayoría para acabar con los contrapesos que caracterizan esencialmente a las democracias liberales. Empezando por la separación de poderes, de manera que el Legislativo y el Judicial queden a merced del Ejecutivo o, para decirlo más claro, del autócrata que lo preside. En esto tienen un antecedente histórico que no les gusta que se les recuerde, pero es exactamente lo que hizo Hitler en 1933, que, después de ganar las elecciones, maniobró para que, democráticamente, el Parlamento alemán le otorgara plenos poderes.
El ejemplo más claro del triunfo de estas estrategias lo tenemos en la Venezuela de la dictadura de Chávez y su sucesor Maduro, que, no por casualidad, tiene estrechos lazos con los comunistas españoles de Podemos.
Hay que tener en cuenta todo esto para analizar lo que nos pasa y lo que les está pasando a los chilenos.
El 19 de diciembre de 2021 ganó las elecciones presidenciales de Chile Gabriel Boric, encabezando la candidatura de Convergencia Social, un partido hermano de nuestro Podemos o de nuestro Sumar, si es que en el fondo no son lo mismo. Obtuvo el 55,8% de los votos y, animado por ese éxito, impulsó los principios podemitas y «plurinacionales» (¿les suena?) para la nueva Constitución que se estaba elaborando.
Pero no contaba con que en Chile todavía funcionan algunos de esos contrapesos de las democracias liberales que impiden la llegada de la dictadura comunista, en este caso el trámite de someter a referéndum el nuevo texto constitucional. Y el 4 de septiembre de 2022 el 61,99% de los chilenos rechazó el proyecto que se les presentaba. Aquello supuso un alivio para los chilenos y para todos los que amamos la libertad. Y Boric se está viendo forzado a gobernar sin avanzar hacia ese modelo venezolano que muchos de sus correligionarios añoran.
«Sánchez sabe que su gran baza para cambiar, sin tropiezos, la estructura del Estado está en el actual Tribunal Constitucional»
En España, desde la llegada de Sánchez a La Moncloa estamos viendo cómo, paso a paso, es el mismo Sánchez y su partido el que está protagonizando un proceso similar al de los huérfanos del comunismo en otros países del mundo.
Primero, evitando cuidadosamente el nombre, a pesar de haber gobernado amigablemente con comunistas, que, sin complejos, se califican así, como su admirada y querida vicepresidenta Yolanda Díaz.
Después, haciendo suyas todas las reivindicaciones identitarias, empezando por las de los partidos xenófobos y racistas que, con sus objetivos independentistas, aspiran a la desaparición de España.
Por último, intentando utilizar esa mayoría Frankenstein para acabar con los posibles contrapesos que puedan limitarle el poder. Y aquí aparece la principal diferencia con el caso chileno. Sánchez sabe que nuestra Constitución tiene muy tasada su posible reforma, de manera que, si lo plantea de cara, le va a resultar prácticamente imposible alcanzar su aspiración última que, como ya ha explicado Isabel Díaz Ayuso, es la República federal y laica.
De manera que no va a caer en el error de plantearla de cara, lo que le llevaría a un referéndum, que muy probablemente perdería, como le ha pasado a Boric en Chile. Sabe que su gran baza para cambiar, sin tropiezos, la estructura del Estado está en el actual Tribunal Constitucional, que día a día demuestra una sumisión absoluta a sus designios, como vamos a ver con el caso de la amnistía y probablemente después, con el referéndum
Esto hay que saberlo. A ver cómo conseguimos que se sepa.