Los límites de Pedro Sánchez
«Podemos estar seguros de que, de seguir como hasta ahora, llegará la gota que rebase el vaso de la confianza de inversores y empresarios»
En la última legislatura ocurrieron en España muchas cosas que, poco tiempo atrás, se hubieran considerado imposibles: comunistas en el Consejo de Ministros, el Gobierno limitando libertades individuales de forma inconstitucional (confinamientos), el mismo Gobierno apelando, en plena emergencia sanitaria, a un comité de expertos que no existía, la creación o aumento de más de 40 impuestos, el subrepticio cambio de posición de España con relación al Sáhara, el nombramientos de ministros de Justicia en el Tribunal Constitucional, la supresión del delito de sedición y así podría seguir todo el día.
Pese a todo, Pedro Sánchez fue premiado por los ciudadanos con un millón más de votos que en 2019 y acaba de conseguir el encargo del Rey para formar gobierno. Lógicamente, dado que mentir y llevar los límites de lo posible más allá de lo imaginable le ha resultado rentable, Sánchez insistirá por el mismo camino. Así, aparecen en el horizonte muchas cosas, de enorme gravedad, que podrían pasar de imposibles a reales: una amnistía para borrar un golpe de Estado, el retorno de un golpista prófugo como si de un héroe se tratara y referéndums de autodeterminación en regiones españolas.
Tal vez Sánchez piense que solo se trata de una estrategia política y que no va a pasar nada. Sin embargo, su incursión en aguas desconocidas puede derivar en escenarios insospechados, que resumo en una pregunta: ¿es concebible que la inmensa mayoría de los ciudadanos asista pasivamente a la disgregación de su país? Si la respuesta es no, ¿cuál sería su reacción?
«En los países serios, no puede pasar cualquier cosa; en la España sanchista, sí»
Tal vez el mejor ejemplo del deterioro institucional en que han derivado los Gobiernos de Pedro Sánchez es que no pueda descartarse ningún escenario como imposible. En los países serios, no puede pasar cualquier cosa; en la España sanchista, sí. En lo inmediato, Sánchez puede obtener la investidura y luego desdecirse de todo lo acordado para conseguirla, pero puede ser también que haya abstenciones imprevistas y se convoquen nuevas elecciones. O es posible que, una vez reelegido presidente, pretenda la puesta en marcha de una agenda aún más radical de la que le exijan sus cómplices.
¿Qué significa todo esto para la economía? Que, en algún momento, haya una última gota que rebalse el vaso de la confianza de empresarios e inversores. Vaso de cuyo gran tamaño no puede haber dudas: han cabido, sin provocar una disrupción en la economía, las inconstitucionales leyes de desconexión, la declaración unilateral de independencia de Cataluña, la fuga en un maletero de un presidente autonómico, la entonces inédita aplicación del artículo 155 de la Constitución, la sentencia y posterior indulto a los golpistas, el cambio del delito de malversación, ministros de Justicia designados fiscales generales del Estado, que el Gobierno lleve 15 años pagando los intereses de la deuda pública con más deuda pública, una deuda pública que duplica el tope máximo del Pacto de Estabilidad, el estancamiento de la productividad, las contrarreformas laboral y la mayor presión tributaria de la historia, la mayor tasa de paro de Europa, y muchas cosas más.
Aunque grande, ese vaso no es infinito. Podemos estar seguros de que, de seguir como hasta ahora, llegará la gota que acabe con la confianza de inversores y empresarios. Entonces, la inversión bajará, la creación de empleo será menor y todos los males estructurales de la economía tendrán una solución más difícil. Como en las relaciones humanas, una vez perdida la confianza es difícil de recuperar.
Hace seis años, Felipe VI terminó su famoso discurso de respuesta al golpe de Estado en Cataluña reafirmando su «compromiso como Rey con la unidad y permanencia de España». Convendría no olvidarlo.
Diego Barceló Larran es director de Barceló & asociados.