Por apoyo de quien fuera daría lo que sea

Pedro Sánchez ha sido el primer presidente en nuestro país en muchas cosas. Pionero él en múltiples ocasiones. Fue el primer candidato en presentarse a la investidura sin ser el ganador de las elecciones. Y fue el primer aspirante en salir de ella sin ser proclamado presidente. Fue, días después, el primero en no conseguirlo ni en primera vuelta ni en segunda. Fue el primer presidente del Gobierno en nuestra democracia en ser investido tras una moción de censura, y no por ser elegido en las urnas. Y fue el primero en prometer que convocaría elecciones inmediatamente y, luego, no hacerlo. Fue el primer presidente de un Gobierno de coalición. Uno del que había dicho que no formaría parte porque, de aliarse con aquello que se dio por llamar Podemos, no podría dormir tranquilo. Pero pudo. Y ha sido el primer presidente en posar, orgulloso, con Bildu tras haberse reunido con ellos. El primer candidato propuesto por el Rey en reunirse con la formación abertzale. Y lo hace, justamente, después de que no condenasen en el Ayuntamiento de Vitoria el ataque al panteón de Fernando Buesa, socialista asesinado por ETA en el año 2000. 

Es el mismo hombre al que ofende el grito «que te vote Txapote», porque le parece una falta de respeto a las víctimas de la banda terrorista, el que no tiene ningún problema en estrechar la mano a una condenada por apología del terrorismo. El primer presidente en fotografiarse desacomplejadamente con los herederos del terror, con los que no han condenado nunca explícitamente esa época oscura de nuestra historia (siempre agarrados al encaje de bolillos dialéctico para lamentar el dolor, como si de una catástrofe natural sin causantes activos se tratara), ninguno de sus asesinatos, es el mismo que no duda en despreciar, no solo a la oposición, sino a todos los ciudadanos que deciden no votarle a él.

«El que acusa a todo aquel que osa discrepar de ser derecha extrema es el que blanquea a Bildu»

La pluralidad política es para él anatema. El que acusa a todo aquel que osa discrepar de ser derecha extrema, cuando no extrema derecha, es el que blanquea a Bildu. El primero que les da la mano oficialmente ante las cámaras, amplia sonrisa, a cambio de cuatro votos contados, pese a ser amigos y defensores de los que ejecutaron a los suyos. Y a muchos otros. Los que siguen celebrando cada liberación de presos mientras continúan sin resolverse casi cuatrocientos crímenes cometidos por la banda terrorista. 

Si fuésemos tan cínicos como Sánchez y sus acólitos, si tuviésemos sus tragaderas y su poca vergüenza, podríamos pensar que, quizá, la única opción para que Vox sea aceptado a sus ojos como el partido legítimo que es debería matar a alguien. Y, luego, dejar de hacerlo. Para que este irreconocible PSOE, uno que no merecen sus votantes y que, desde luego, no merece este país, diga aquello tan socorrido, y deshonesto, de «mejor haciendo política que matando». Hasta a Rubén Amón se lo hemos escuchado decir. Como si fuese obligatorio elegir entre una cosa y la otra, como si les hubiesen obligado, pobres, a ejecutar a inocentes porque pensaban diferente. 

Sánchez ha sido el primero en muchas cosas y será el primero, a poco que nos confiemos, en darle a España la foto de un gobierno formado por fugados, sediciosos, separatistas, herederos del terror, apologetas del crimen político, antisemitas y la rubia de los cohetes. Y ni siquiera por convicción. Necesidad manda . Si por apoyo fuera, sería con ellos como con las Hermanitas de la Caridad de San Vicente de Paul, la cofradía de Pescadores de Vilanova i la Geltru, el Orfeón Donostiarra, un señor de Murcia que pasaba por allí, lo que quede de Mocedades o Loles León. Que lo mismo da que lo mismo tiene. Vendo madre. 

‘Progrelandés’ para ‘dummies’

Rebeca Argudo