Lo que haría Hamás
«La crueldad que exhibió Hamás hace verosímil la hipótesis de que estaría dispuesto a perpetrar un genocidio si tuviera los medios para ejecutarlo»
Las autoridades israelíes han descrito el asalto del 7 de octubre como la peor masacre de judíos desde el Holocausto. Algunos hablan del 9/11 israelí, no sólo por la dimensión, sino por la consternación que ha provocado la vulnerabilidad del Estado que se creía blindado. Al dolor y la sorpresa se suma el terror infundido por un ataque que no sólo ha sido violento, sino barbárico. Lo sabemos porque los propios terroristas de Hamás se encargaron de grabar y difundir sus atrocidades.
Resulta descorazonador comprobar que una parte de Occidente sigue viendo a Hamás como una milicia que lucha por la libertad de su pueblo. Llamar terrorista a Hamás es perfectamente compatible con denunciar la situación de los palestinos en Gaza y la ocupación militar de Cisjordania. Pero Hamás no mata para saldar las humillaciones que sufren los palestinos bajo la bota militar de Israel. Esto, después del 7 de octubre, debería ser evidente, incluso para los más románticos de «la lucha armada».
Quien recurre a la violencia para lograr objetivos políticos no se comporta como Hamás. Quien mata para defenderse de un Estado opresor selecciona sus objetivos y no se deleita con el sufrimiento de sus víctimas. El 7 de octubre es la enésima prueba de que el enemigo de Hamás no es el Estado de Israel, sino el pueblo israelí. Los vídeos de los terroristas los muestran desfilando orgullosos entre cuerpos violados, mutilados y desfigurados que exhiben como trofeos. Impacta desde el punto de vista moral y sorprende desde el punto de vista práctico: ¿cómo se gana el relato sembrando el terror? Logrando que el relato no empiece a escribirse hasta que reaccione Israel.
«Es cierto que Israel provoca muchas muertes en Gaza, pero nunca ha presumido de matar civiles inocentes»
Pero la conducta de Hamás permite aportar argumentos al debate de la proporcionalidad militar y la equivalencia moral. Israel, a diferencia de Hamás, aleja a sus ciudadanos de las áreas de conflicto por dos motivos: uno, porque es un crimen de guerra utilizar a la población civil como escudo. Y dos, porque no disuadiría a Hamás de atacar; es más, es probable que lo alentara. Porque Hamás no distingue entre civiles y soldados. Es cierto que Israel provoca muchas muertes en Gaza, pero nunca ha presumido de matar civiles inocentes.
Las imágenes de la matanza confirman que Hamás no lucha para crear una nación palestina, sino para destruir la nación israelí. El 7 de octubre no es una maniobra de liberación palestina, sino una operación de exterminio judío. Los libertadores no pasean cadáveres de mujeres mutiladas. Hamás no es un grupo de resistencia, sino de agresión. Y la crueldad que exhibieron hace verosímil la hipótesis de que estarían dispuestos a perpetrar un genocidio si tuvieran los medios para ejecutarlo. Lo que hicieron en esas ciudades fronterizas lo harían, si pudieran, en todas las ciudades de Israel. La matanza no fue un medio para lograr otro fin. La matanza era el fin en sí mismo.