THE OBJECTIVE
Alfonso Javier Ussía

¿Detrás o delante?

«Muchas veces es mejor mirar atrás y sacarle tiempo a un libro viejo que perderlo en el relato breve de lo que nuestra poca paciencia actual soporta»

Opinión
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¿Detrás o delante?

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No todo lo que viene por delante es mejor de lo que dejamos atrás. A veces, nos confunde esa obsesión porque todo lo nuevo es mejor que lo viejo, como si fuera un intento de nuestra supervivencia por dejarnos tranquilos. Un consuelo, una palmada que busca reconfortarnos de algo perdido. Son muchos los ejemplos que tenemos para darnos cuenta de esta afirmación, muy especialmente en la Cultura. 

Los libros, qué decir, aún busco algún autor que supere a Baudelaire o a Pío Baroja describiendo, a un narrador omnisciente que lo haga mejor que Flaubert, algún poema que mejore a Juan Ramón Jimenez o una crónica de Azorín, Larra, Julio Camba, o la mordida en el cuello de estilo como las de Paco Umbral. Pero tenemos plumas que han bebido de los grandes para construirse un poco ellos. Como en todo. Pero muchas veces es mejor mirar atrás y sacarle tiempo a un libro viejo que perderlo en el relato breve de lo que nuestra poca paciencia actual soporta. 

Llévenselo a la pintura. Velázquez, Goya, Rubens, Picasso, Van Gogh o Monet. Llámenme loco, pero me cuesta hoy en día encontrar tamaños artistas, sin dejar de lado al maestro Ferrer-Dalmau o el realismo mágico de luz de Antonio López. Sin embargo, creo que tenemos en las paredes de los museos a casi todos muertos y aquellos que están vivos no terminan de mejorar lo que ya estaba hecho. También creo que existen muchos más pintores ahora que buscan en las redes sociales el canal por donde llenarnos de mediocridad la vista. 

En la música sucede lo mismo. De Mozart a Elvis, pasando por tantos genios que destacaron por sus cualidades, no entiendo que ahora las letras de las canciones sean una basura ni que los grandes temas estén sujetos a un simple cambio de paradigma porque el faro no sea la música anglosajona sino de hispanoamericana u otros países del Caribe. Creo que antes se hacían las cosas mejor, quizá porque eran más caras de producir y eso suponía un corte bastante alto respecto a calidad y talento. Me cuesta entender la mitad de las cosas que dicen porque apenas saben vocalizar, y cuando las entiendo, resulta que el contenido es un runrún de repeticiones soeces que terminan por estallarte la cabeza, como en aquella película en la que para vencer a los extraterrestres se ponía música hasta que su cerebro se desparramaba por completo. 

«No tenemos tiempo de atender porque enseguida hay otro tema que roba y capta la atención»

El cine, no hablemos del cine. Qué habrían hecho John Ford, Billy Wilder, Hitchcock, Chaplin o cualquiera de aquéllos con las técnicas y medios con los que cuenta actualmente el séptimo arte, ¿Barbie? ¿Thor? ¿Superwoman? Tenemos genios vivos como Martin Scorsese, George Lucas, Spielberg o Tarantino, pero realmente creo que las dificultades de antaño permitían lucirse a los directores mucho más que ahora, donde los planos digitales se comen la producción y la audiencia pide cosas que después harían vomitar a una cabra (sic) como decía Sam Trauman en Rambo. Pero quizá el problema no esté en quién lo hace sino para quién lo hacen. 

Todo este rollo que les cuento viene al caso de la falta de respeto general que se destila hacia los mayores. En política ya han visto qué sucede cuando algunos del viejo partido se atreven a criticar, o tan siquiera a opinar, sobre las cosas que están pasando con los nuevos dirigentes. Quizá se busca desacreditar la crítica criticando más al que habla primero. Quizá lo que pasa es que la nueva política tiene una nueva audiencia, como pasa en el cine, la música o la literatura: un público que apenas presta atención porque le importa un bledo lo que pase o se haga. El muro de desinterés es cada vez más alto. La capacidad de atención es del mismo modo mínima. No tenemos tiempo de atender porque enseguida hay otro tema que roba y capta la atención. La gente vive demasiado distraída en una pantalla pasando de historia en historia con una rapidez asombrosa porque necesita impresionarse o rellenar ese rinconcito del cerebro que le dice «guau, qué cosa». 

Pero al mismo tiempo no podemos concentrarnos en una trama, en una película sin dos mil explosiones y treinta millones de balazos, en un libro de más de ciento cincuenta páginas o en lo que dicen los mayores sobre los límites del cuadrado. Puede que la sociedad esté dormida, demasiado preocupada en las nuevas publicaciones de sus muros, demasiado perdida en la soledad de una pantalla que se mira mañana, tarde y noche, para seguir llenando de nada ese inmenso vacío de todo. 

Este fin de semana estoy releyendo El spleen de París, de Baudelaire. Muy posiblemente cocine un buen estofado a fuego lento, en mi casa sonará Bowie at the Beeb, veremos alguna película de Stanley Kubrick, y veremos si consigo no mirar el teléfono a no ser que gane el Madrid. Y los demás que sigan mirando mientras tanto sus pantallas. Si total, ya habrán pasado hace rato a otro artículo, o a otro más, o a otro. 

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