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Opinión

Ciudades y ritmos de paso

«Pronto seremos 600 millones y aunque la tecnología o las modas se inscribieran en inglés, no hay quién detenga a la marea hermana que habla y canta con España»

Ciudades y ritmos de paso

Plaza Mayor de Valladolid. | Unsplash

Me encanta ver las diferencias entre ciudades pequeñas y capitales, el ritmo, el paso, los coches y peatones, luces de día y noche. En Pucela, capital de España cuando al Duque de Lerma le picó ser Rey, también se vio nacer a Felipe II o a Miguel Delibes. Murió Colón enterrado y de ese viaje, este idioma. Con eso, que quieren que les diga, cabe la España entera que habita aquí o en las Américas. 

La Fundación Godofredo Garabito, que dirige Guillermo, su nieto, y que mi amigo Chapu bautizó como el James Bond de La Mudarra, tiene el talento y el talante de reunir a dos premios Cervantes, Eduardo Mendoza y Sergio Ramirez, al académico Pérez Reverte, a escritores de la talla más larga y ancha que cabe en el traje de la prosa, como Jorge Fernández —la voz de la Argentina—, Jesús García Calero, José Peláez, Karina Sainz Borgo, Chapu Apaolaza, María José Solano, Paula Torres, humanistas disfrazados de hackers como Chema Alonso, Paula Quinteros, editora inquieta de aniversario y de eficacia, periodistas de raza como Maite Rico, Carmen Macías o Isabel San Sebastián, al genio del pincel, Augusto Ferrer-Dalmau, que pinta los caballos y la historia para quedarse a vivir en ella, y un largo etcétera de agraciados. Y lo hace bajo la excusa del lenguaje, el español, lo nuestro,  que dicen más de quinientos millones de personas en el mundo y encima lo hace compitiendo con San Jordi, la noche del libro de Madrid y lo que le pongan. Y lo hace bien y mejor. Y no vean lo bien que narra. 

La cosa ha estado en el debate del uso del lenguaje, la supervivencia, la lengua en la que escribo, este idioma universal que no entiende de fronteras, cruza cordilleras en Latinoamérica y, como dijo el poeta Rubén Dario, vuelve de allí para venirse a Valladolid. La excusa, aquel lugar dónde se cruzaron desde Cervantes a Góngora, Zorrilla o Umbral, lo más grande de la literatura española y punto para recordar aquel manifiesto que en 1994 reunió a todos los premios Cervantes vivos para ajustar cuentas con este habla. 

«Aunque se extienda el mal uso de atajar al escribir mensajes maldiciendo frases, también relaja ver a jóvenes imberbes que se piden una foto con Pérez Reverte porque le leen y le entienden»

Se ha mirado atrás pero también adelante, convivimos con un tiempo en el que nos queda la historia para alimentar el futuro de herramientas como el ChatGP, el programa Dalí o el que les pique, pero también nos deja la esperanza de saber elegir qué se queda y qué no, que para eso somos todavía los que tomamos nuestras decisiones. Isabel San Sebastián, por ejemplo, nos cuenta lo bien estructuradas que pueden llegar a estar las mentiras que no se basan en conocimiento y fuentes verdaderas, pero también se abre un sentido nuevo que nos permitirá usar de esta herramienta lo mejor que la hagamos. Peláez, al caso, nos cuenta aquello que le preguntaron a la IA para saber dónde conseguir droga en Madrid. El chat, ruborizado, dijo entonces que no podía ayudar a alguien a conseguir algo ilegal en la villa. El hombre, de errores y picardía, le pidió entonces que le recomendara por dónde pasear en Madrid sin riesgo de que hubiese drogas en la zona, y así, toreando al bit con cintura, la presa enumeró los barrios que debía evitar para conseguir droga en Madrid. 

La lengua une y no separa, ese victimismo remunerado que tan bien se da por estas lindes de negocios en política, avanza imparable cada día en los demás países que arrasan entendiéndose y no forrándose. Miren Coachella, recientemente, Rosalía o Bad Bunny, que instauraron en la meca anglosajona de Norteamérica el acento que aprendieron de sus casas. Y eso que pretenden seguir con la matraca del puritanismo y la corrección que nos ha recordado el maestro Mendoza. Pronto seremos 600 millones y aunque la tecnología, puertos de aire y agua, o las modas se inscribieran en inglés, no hay quién detenga a la marea hermana que habla y canta con España en la boca. Nos enteramos de un arzobispo de Castilla, que prepara las homilías con ChatGP aunque después las hable con sus dejes y manías. Y aunque se extienda el mal uso de atajar al escribir mensajes maldiciendo frases, también relaja ver a jóvenes imberbes que se piden una foto con Pérez Reverte porque le leen y le entienden. Hacen cola por Mendoza, Fernández, Ramirez y mientras todo esto se cuece, no habrá impulso o avance eléctrico que detenga a este idioma en el que también quieren, odian y hasta se lee y todo. 

El eje ha cambiado y el español saca pecho. De vez en poco es bueno recordar lo que estamos avanzando. Ya en el tren de vuelta, repito en Madrid el paso acelerado, el ritmo de los coches, la estación en obras, la noche de los libros, y pienso, mientras escribo este texto, lo bien que cruzan las calles en Pucela, la poca prisa y la pausa en entender, escuchar y hacer de Valladolid, la capital mundial del español por un rato más largo.

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