THE OBJECTIVE
Jorge Vilches

La dictadura de los ignorantes

«Hablamos de políticos que no saben economía ni derecho ni historia, pero quieren organizar los sectores productivos y financieros, la ley o los territorios»

Opinión
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La dictadura de los ignorantes

Ilustración de Alejandra Svriz.

Burke escribió que una elección popular no convierte al ignorante en sabio ni al patán en virtuoso. Parece que el pensador irlandés lo hubiera dicho a propósito de Yolanda Díaz y Gerardo Pisarello, dos ilustres nescientes, dos cortos que van de largos, que ahora quieren prohibirnos, entre otras cosas, viajar en avión. La ocurrencia no sorprende porque responde a su imaginario totalitario, orwelliano, de restringir y ordenar con la excusa del camino al paraíso, y mientras tanto, ejercer la dictadura.

Los susodichos creen que por haber recibido un voto más que otros han recogido la potestad de ordenar nuestras vidas. Da igual si saben lo que hacen porque, siguiendo a Burke, se creen sabios y virtuosos. Sin embargo, ninguno de ellos, por ejemplo, sabe absolutamente nada de transporte o aviación, pero sí mucho de recortar la libertad. Por supuesto, en consonancia con la tradición comunista, ambos conservan los derechos que niegan al resto. Es así que, mientras nosotros no podríamos tomar un avión, ellos sí.

No es un caso aislado. Hablamos de políticos que no saben economía ni derecho o filosofía, ni siquiera historia, pero quieren organizar los sectores productivos y financieros, el trabajo, la ley, el poder judicial, la monarquía, o los territorios. Inmersos en su facundia tampoco tienen la inteligencia para rodearse de sabios que les sirvan consejos, informes o señalen el camino, que sería lo conveniente para un buen gobernante. Prefieren rodearse de pelotas leales porque lo suyo es el politiqueo. No es el saber corrompido por la ambición lo que nos lleva al desastre, es la ignorancia petulante del ambicioso sin escrúpulos.

«Son políticos al uso, ramplones, sin luces ni lecturas comprendidas o profundas»

Ni siquiera son élites en el sentido estricto de la palabra. No se les puede aplicar la teoría de Christopher Lasch sobre la rebelión de los dirigentes porque no cumplen sus características: no han creado riqueza de algún tipo ni son intelectuales. Son políticos al uso, ramplones, sin luces ni lecturas comprendidas o profundas. Un ejemplo: Pisarello ha publicado un libro sobre la Primera República prologado por Ada Colau, y ninguno tiene ni repajolera idea de la historia de España.  

A estos políticos de la izquierda demagógica tampoco se les puede aplicar la teoría de Chantal Delsol sobre el lado bueno del populismo. No son el resultado de la desafección entre el pueblo y la oligarquía, sino parte de esta última. Tampoco corrigen la democracia denunciando los privilegios y acercando el sistema al ciudadano contribuyente. Al revés, pervierten el sistema democrático con su autoritarismo, niegan el pluralismo, y fomentan la ruptura entre la gente común. En suma, su labor no ha servido para, siguiendo a Delsol, mejorar la vida política a golpe de populismo, sino para contaminarla más, polarizar y desestabilizar.

Quizá encajen más con lo que escribió Curzio Malaparte en El gran imbécil dedicado a Mussolini: no tienen pudor y alardean de su ignorancia. No les importa equivocarse con las palabras o los conceptos, llamar «jefe de Estado» a Pedro Sánchez como hizo Pisarello, o hablar de «cohetes llenos de ricos» como Yolanda Díaz. Tampoco conciben pedir perdón porque su propuesta de prohibir vuelos peninsulares haya hecho que Aena perdiera 615 millones de euros en un día. 

La vergüenza o la mesura son valores ajenos a su progresismo, a su ego, o a su complejo de superioridad. Pero es comprensible porque el dirigente autoritario no pide perdón sino que responsabiliza a los demás. O bien se interpretaron mal sus palabras, o la realidad aún no se ha acomodado a sus caprichos ideológicos. Es el perfil clásico del autócrata, que se ajusta a estos ignorantes que gustan del dictado y que hunden países.

«Debemos preguntarnos cómo la democracia asciende al poder a tales personas»

Llegados aquí es importante no confundir dirigente con élite, como indicó Pasquino. Si estos políticos no son ni han sido nunca creadores de prosperidad ni de intelecto, si no han contribuido en nada al progreso común, debemos preguntarnos cómo la democracia asciende al poder a tales personas. El mundo se formuló esa pregunta con Trump, ¿por qué no hacerlo con ellos? Es más. ¿Por qué tenemos a los peores en el gobierno? 

Ya sabemos que la democracia es así, pero el bajo nivel de estos dirigentes rompe moldes. Con ellos se va al traste la impecable teoría del mando y de la obediencia de Julien Freund basada en la autoridad. Es evidente que obedecemos por resignación, sin que su sabiduría o experiencia, cosas inexistentes, nos inviten a confiar en sus decisiones y muchos menos a obedecer con ilusión.  

En fin, que vivimos la dictadura de los ignorantes. Estamos gobernados por personas que pontifican sin saber, por políticos que ajustan las leyes y las instituciones en beneficio propio, no del bien general, que viven alejados de la mesura y la conciliación tanto como del día a día del común de los mortales. Criticar esta verdad porque Yolanda Díaz y Pisarello han sido votados es negar el fundamento de la democracia, que es la libertad y la desconfianza hacia todo Gobierno, y caer en el democratismo, en esa feligresía cegada por el número. Es lo que escribió Burdeau: si la democracia se convierte en una religión y se sacraliza al político solo porque lo ha votado la mayoría, se corre el riesgo de caer en la dictadura

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