Toros cubistas
«En la cultura y tradición estética española caben todas las visiones y evoluciones posibles, y la prueba de ello es que Picasso pintaba toros cubistas»
El proceso de la desmemoria ya está en marcha, aunque de momento Picasso es demasiado poliédrico para los nuevos adalides morales. A Pablo Picasso le salva su enorme fama mundial y el haber sido rojo. Y no se por qué este país no valora que pudiendo haber sido un francés bohemio (siquiera por adopción) mantuviera su empeño en seguir siendo español, pese a ser antifranquista.
De vez en cuando, ya digo, alguien pone al genio en la picota y por eso hay que aprovechar excusas, como el aniversario de su nacimiento, para hablar de vanguardia. Pese a que residió en Francia durante casi toda su vida, Picasso nunca abandona la raíz cultural. Fue la quintaesencia de lo español en su visión del mundo, en sus pasiones, en su relación con la muerte. Hay que imaginarse la patria chica de Picasso, la ciudad de Málaga en las postrimerías del siglo XIX. El padre era un refinado señorito andaluz, no menos mujeriego que Picasso. La relación desgraciada con todas sus mujeres, que le ha aportado una aureola de malditismo, es herencia de la vía paterna, igual que la visión artística de los inicios.
Lo que más le gustaba a Pablo Picasso eran los toros. Desarrolla su propia visión poética de la muerte a una edad temprana, con ocho años ya dibuja escenas de la cogida en el ruedo. Picasso entiende el alma primitiva del pueblo español, la espectacularidad de la muerte, que incluso es el negocio de las plañideras lloronas y que resucita a algunos enterrados en vida. Ya lo explicaba Lorca en su ensayo Juego y teoría del duende: «En todos los países la muerte es un fin. Llega y se corren las cortinas. En España, no. En España se levantan. Muchas gentes viven allí entre muros hasta el día en que mueren y los sacan al sol. Un muerto en España está más vivo como muerto que en ningún sitio del mundo… »
«Picasso fue la quintaesencia de lo español en su visión del mundo, en sus pasiones, en su relación con la muerte»
Tras encararse con Goya, Velázquez y el Greco en Madrid, Picasso abandona la Academia y resuelve que el artista, para nacer, ha de matar al padre en el sentido figurado y freudiano de la cosa. Se deshace del apellido paterno, Ruiz, y comienza a firmar con el apellido Picasso. De esta bohemia nace todo el impulso vanguardista en el genio de ojos de ópalo. En Conversaciones con Picasso, de Bassaï, podemos entender más a fondo como evoluciona el proceso creativo del artista y sus reflexiones en torno a la sumisión del estilo propio: «Cuando tienes algo que decir, que expresar, cualquier sumisión se vuelve insoportable a la larga. Hay que tener el coraje de la propia vocación y el coraje de vivir de la propia vocación».
Picasso consideraba que renunciar a cualquier tipo de talento era una cobardía creativa, una falta de compromiso, de realización… Inaugura de primera mano un arte que le nace violento y nos asusta con su fecundidad creativa. Algunos quieren juzgar al autor 50 años después, por la intensidad de su vida y su obra, porque puede resultar grotesca en su erotismo y fecundidad. Que Freud nos libre de los fantasmones de nuestra democracia histérica. A través de la transformación de Pablo Ruiz en Pablo Picasso vemos que esa rebelión contra la visión heredada es tan creativa como necesaria en el proceso de elaborar la propia vanguardia. Pero también vemos que en la cultura y tradición estética española, antigua y profunda, caben todas las visiones y evoluciones posibles, y la prueba de ello es que Picasso pintaba toros cubistas. Una sospecha que aquellos que reniegan de su cultura propia, milenaria, no mataron al padre a tiempo.