Así empezó el sanchismo
«El PSOE sufría ya una crisis letal de identidad que se había agudizado con Zapatero y que le llevó a confundir la izquierda con lo políticamente correcto»
Tras los miserables acuerdos firmados por el sanchismo con ERC, Junts, PNV (de lo acordado con EH Bildu no se sabe nada aún) las plazas españolas se han llenado de protestas ante semejante bajada de pantalones. Mas conviene recordar dónde comenzó esta gran chapuza. Fue en Madrid, cuando Sánchez decretó manu militari la eliminación de todos los órganos madrileños del PSOE que fueron elegidos en su correspondiente congreso. Es decir, laminó de un plumazo la Ejecutiva, con su presidente y su secretario general al frente, el Comité Regional y todos los demás órganos de menor relieve. También dejó sin efecto el resultado del proceso de elección interna (primarias) en el cual se escogió al candidato a presidente de la Comunidad de Madrid (Tomás Gómez) y, para acabarlo de arreglar, el mando nombró una Comisión Gestora compuesta en su mayoría por quienes habían perdido el último congreso. Aquello fue una innovación, pero una innovación autoritaria. Un golpe de mano que dejó en un auténtico ‘estado de excepción’ al PSOE madrileño.
Como argumento para tomar tan contundente decisión, el secretario de organización (un sanchista de pro llamado César Luena) se limitó a decir:
«La CEF del PSOE, en el ejercicio de sus competencias, ha decidido: suspender de actividad orgánica a los órganos de dirección y control regionales del PSM-PSOE».
¿Y cuáles fueron las razones para tan drástica decisión?
«[…] constatar el deterioro de la imagen del PSM-PSOE ante la ciudadanía y entender que el PSM-PSOE carece de la estabilidad orgánica necesaria para afrontar con garantías el próximo proceso electoral».
Pero Luena no dijo una sola palabra sobre qué artículos de los Estatutos habilitaban semejante degollina. Y si no se citaron los artículos fue porque no existían. En efecto, ni el artículo 19.2, que hablaba de «restaurar la normalidad», ni el 68.1, que señalaba una posible «situación conflictiva», ni el 69 («restablecer la normalización de la vida interna»). Tampoco se podía nombrar así una Comisión Gestora, que, según el artículo 70.2, se ha de designar «de mutuo acuerdo entre la Ejecutiva Federal y la Ejecutiva regional». Y qué decir del maltratado artículo 6 de la Constitución, el cual exige a los partidos políticos que su estructura interna y su funcionamiento sean democráticos.
«Tenemos al frente de los partidos a personas que no han cotizado jamás a la Seguridad Social fuera de sus cargos políticos»
Tras tomar posesión –cerrajeros mediante- de la sede en la plaza de Callao, lo primero que hizo la gestora fue despedir a los trabajadores no adictos para luego abrir consultas para que las agrupaciones «sugirieran nombres» y que, una vez sugeridos, la Comisión Gestora «interpretara esas sugerencias» y designara candidato a la Presidencia de la Comunidad de Madrid. Otra innovación: la «democracia interpretativa».
En esas fechas era ya un clamor mediático que «en las alturas» tenían ya fichada a la «gran esperanza blanca» en la persona de Ángel Gabilondo, exministro, que también fue redentorista y profesor de Metafísica. Cualidades estas últimas muy apropiadas al caso, pues sin duda el PSOE necesitaba «redención» y algún milagro. Metafísico, claro. Porque sería un milagro que la solución a la decadencia que golpeaba ya al PSOE se superara mediante un golpe de mano.
Unos males profundos que ya entonces aplicaban una letal endogamia que ha llevado a la aberración de tener hoy al frente de los grandes partidos -y al frente de las instituciones- a una enorme cantidad de personas que no han cotizado jamás a la Seguridad Social fuera de sus cargos políticos.
El PSOE sufría ya una crisis letal de identidad que se había agudizado hasta el tuétano durante el mandato de Rodríguez Zapatero y que le llevó a confundir la izquierda con lo políticamente correcto. Un pensamiento blando trufado de feminismo corporativo y de ecologismo irredento.