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Joaquín Leguina

A elegir: desastre o mentira

«Hay una esperanza: que Sánchez incumpla, como tantas veces, sus compromisos y esas leyes que están detrás de los acuerdos jamás sean llevadas al Parlamento»

Opinión
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A elegir: desastre o mentira

Ilustración de Alejandra Svriz.

La negociación del sanchismo con los separatistas catalanes y vascos –que Sánchez pretendía llevar en pudoroso silencio- lleva en la calle tanto tiempo que no podía dejar indemne a su promotor. El malestar y la protesta se dispararon cuando se hicieron públicos los escritos, primero con ERC y después con Puigdemont.

Muchos y buenos analistas han puesto el grito en el cielo y a ellos se ha sumado toda la Judicatura, los fiscales y notorios colegios de abogados. Si a ellos se unen la mayoría de los grandes ayuntamientos, las comunidades autónomas regidas por la derecha y muchos millones de españoles que estamos hartos de que una sola persona ponga en peligro nuestra convivencia a cambio de seguir en La Moncloa, no veo que el porvenir político de Sánchez vaya a ser un camino lleno de rosas.

Un analista que conoce muy bien el viejo PSOE, Ignacio Varela, ha escrito en El Confidencial (Sánchez, campeón de la discordia nacional) a este propósito lo siguiente:

«A cada hora que pasa, se hace más visible que la obcecación de Pedro Sánchez por conseguir una investidura a cualquier coste, sobre la base de una alianza del PSOE con todo el bloque anticonstitucional del Parlamento y tomando como punto de partida una ley de amnistía que carece de fundamento constitucional, de consenso político y de respaldo social, tiene tanta relación con la concordia como lo tuvo la Komintern con los derechos de la clase obrera».

España es hoy, gracias a Sánchez, un campo de discordias políticas. Se ha impuesto (y los autores han sido Sánchez y sus compañeros de viaje) un doble bloqueo político: progresistas contra la derecha extrema y la extrema derecha.

«Puigdemont se ha permitido el lujo de definir los términos de un posible acuerdo, y de vetar la presencia en la mesa del PSC»

Antes, Sánchez ha convertido a su partido (son palabras de Varela), «en un rebaño irreconocible […] su adhesión mil veces reiterada al uso alternativo del derecho y, sobre todo, una política de alianzas que, para extirpar del juego político cualquier vestigio de concertación en el espacio de la centralidad, le obliga a compartir el poder con la colección completa de los partidos cuyo propósito primordial es liquidar la vigencia de la Constitución del 78».

Estas negociaciones que nos han llevado a donde estamos no se parecen en nada a una negociación para una investidura, sino que nos han mostrado al triunfador: un partido separatista liderado por un individuo perseguido por la Justicia y acusado de una retahíla de delitos entre los que ya se ha incluido el terrorismo; un partido que obtuvo un 1,6% del voto a nivel nacional y quedó en las elecciones del 23 de junio en la quinta posición en Cataluña.

Puigdemont se ha permitido el lujo de definir los términos y los límites de un posible acuerdo, y de vetar la presencia en la mesa del PSC.

Pero, ¿quién era Puigdemont antes de entrar en esta maldita negociación? Era un político acabado e irrelevante y esta entrada en escena le ha permitido, en palabras de Manuel Marín en Abc (¿De quién depende la amnistía? Pues ya está), «criminalizar al Tribunal Supremo, manejar el Congreso, silenciar al Consejo de Estado, y sentar en la sala del piano de un hotel de Bruselas al mensajero Santos Cerdán». En efecto, la cosa no va bien cuando cada votación del Tribunal Constitucional está predeterminada; cuando se impulsan perdones selectivos para terroristas, corruptos o narcos; cuando desde el separatismo se exige procesar a los jueces que aplicaron entonces la ley.

Pero hay una esperanza. ¿Cuál? Que Sánchez incumpla, como tantas veces, sus compromisos. Y cuando los acuerdos firmados con ERC, con Junts o con el PNV haya que convertirlos en leyes o en decretos, Sánchez incumpla lo firmado y esas leyes que están detrás de los acuerdos jamás sean llevadas al Parlamento. ¡Ojalá!

Lo dicho: mejor la mentira que el desastre.

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