Feminismo caníbal, amnistías podridas y daños irreversibles
«Es terrible tratar con sectarios. Pero peor es tratar con cínicos, que te piden paciencia y hasta te intentan colar la teoría del mal menor y el bien superior»
Cuentan que Enrique Múgica lloró como un niño cuando Felipe González le comunicó su cese como ministro. Lloró en privado. En público, se le atribuye mayor templanza y esta reflexión: «Es más importante ser exministro que ministro, porque cuando eres ministro te pueden cesar, pero ser exministro ya no te lo quita nadie». Ea.
Efectivamente, nadie le quita a doña Irene Montero haber sido ministra del Gobierno de España. Su infantil y narcisista berrinche en el momento del traspaso de poderes demuestra hasta qué punto acertaba Quevedo al decir que quien recibe lo que no merece, pocas veces lo agradece.
Pocas veces se ha visto un nombramiento ministerial más arbitrario, a distancia más sideral de todo mérito. Pocas veces en el pretendido nombre del feminismo se ha hecho más daño. Pocas veces hemos visto una mayor banalización por no decir canibalización del feminismo, entendido por Montero y sus compinches no como un compromiso fundamental y transversal con todas las mujeres, vengan de donde vengan, piensen lo que piensen, sino como el secuestro de los derechos de todas al servicio de una de las agendas más sectarias y excluyentes que este país ha conocido desde los años 30. Sólo la Sección Femenina franquista se había atrevido a intentar mangonear tanto, incluso en el más recóndito ámbito privado, cancelando sin compasión a cualquiera que se les ponga enfrente. Y tirando sin piedad de ingentes fondos públicos para crear ejércitos clientelares.
«Los perjuicios causados a este país por el ministerio de Irene Montero se dejarán sentir mucho tiempo»
La democracia, con su periódico lavado de cara de gobiernos, permite hacerse la ilusión de que no hay mal que cien años dure, de que todo tiene remedio. Error. Hay daños irreversibles. De hecho se titula así, Un daño irreversible, un estremecedor libro de la autora norteamericana Abigail Shrier, periodista de The Wall Street Journal, que se publicó en 2020 y fue elegido libro del año por The Times y The Economist.
Recomiendo vivamente la lectura de este libro a todos aquellos que, como yo misma, se enfrenten al reto de saber si su hija adolescente padece una disforia de género legítima, es una genuina persona transgénero que necesita todas las facilidades para acomodarse a su verdadero ser, o si lo que sucede es que ha sucumbido a una moda feroz, más blindada que muchas sectas, más devastadora que las recientes epidemias de trastornos alimentarios, y con la capacidad de destruir a muchas personas y familias, ante la mirada complacida de una casta trans que pone a las mismísimas hormonas a marcar el paso político.
No es verdad que todo se pueda echar para atrás, que todo tenga arreglo. Los muchos perjuicios causados a este país por el ministerio de Irene Montero o la espuria promoción de Dolores Delgado a las capas superiores de la carrera fiscal se dejarán sentir mucho, mucho tiempo. Lo mismo con la política económica. Lo mismo con la sanitaria. El nombramiento de una ministra como Mónica García confirma y acrecienta los temores de que el Gobierno Sánchez quiere hacer inviable la Sanidad concertada tal y como hasta ahora se ha conocido sin ir más lejos en la Comunidad de Madrid.
«La Generalitat, que nos rompe el bolsillo y la convivencia, luego exige el perdón de los pecados del independentismo»
Tres cuartos de lo mismo puede acabar pasando en Cataluña si el actual conseller del ramo, Manuel Balcells, sigue ignorando recientes votaciones del Parlamento catalán y enérgicas protestas tanto de patronales del sector como de asociaciones de usuarios para desmantelar servicios privados o concertados imperfectos, pero que funcionan sensiblemente mejor que unos servicios públicos mal gestionados, podridos de nepotismo, de incompetencia y de arrogancia. Ni unas oposiciones como Dios manda es capaz de organizar la Generalitat. La misma Generalitat que no ha movido un dedo en 15 años para combatir la sequía y ahora todo lo va a arreglar con restricciones al consumo. La Generalitat que nos rompe el bolsillo, la convivencia y el corazón y luego exige el perdón de todos los pecados y la vida eterna del independentismo.
Es terrible tratar con sectarios. Pero puede ser peor tratar con cínicos, con gentes que se pretenden más sosegadas y enteradas, que te reconocen en privado lo que nunca dirían en público (a saber, que vamos de delirio en delirio…), y que te piden paciencia ante lo inevitable (!) y hasta te intentan colar la teoría del mal menor y el bien superior. Algo así como que mejor una mala izquierda que una buena ultraderecha.
Como si no fueran exactamente la misma fruta. Podrida.