Constitución: cumplirla antes que reformarla
«Es imposible proceder a una reforma constitucional sin poder confiar en quienes tienen como objetivo desmantelar y derruir el actual Estado democrático»
Durante más de 25 años, por estas fechas, he intentado mal que bien pergeñar un artículo para conmemorar el aniversario de la Constitución, que es obligado en todo caso cuando los años caen en números redondos. Creo que el tono general de estos artículos reflejaba un elogio más que merecido al acierto de los constituyentes en plasmar en un texto como el de 1978 y añadía algunas propuestas de reforma, especialmente en la organización territorial.
Ahora se cumplen 45 años, un número redondo, a punto está la Constitución de rebasar en vigencia la de la Restauración. Sin duda un éxito porque España ha experimentado desde 1978 un proceso de modernización en todos los órdenes, desde el económico y social hasta el democrático. La causa única no es la Constitución pero todo ello ha tenido lugar en el marco de la misma. Sin embargo, en los últimos años, y especialmente en estos últimos meses, nuestro Estado constitucional de derecho se está deteriorando visiblemente porque las instituciones políticas no se utilizan de la forma jurídicamente adecuada.
Por tanto, lo prioritario y urgente no es reformar la Constitución sino cumplirla, tanto en su letra como en su espíritu, antes de que sea destruida. Apuntemos algunas pinceladas básicas sobre este peligroso deslizamiento.
El éxito de la transición política que va de la muerte de Franco hasta la aprobación de la Constitución (1975-1978) se fundamenta en los cambios que se producen en la sociedad española desde fines de los años cincuenta hasta ya muy entrados los setenta. No es momento de enumerarlos, alargaría este artículo en exceso, pero son de carácter económico, social y cultural, no considerados cada uno de ellos como compartimentos estancos sino interrelacionados entre sí. Un día trataremos de este tema.
«El éxito de la Transición se basa también en que los protagonistas políticos de aquel tiempo tuvieron consciencia histórica»
En todo caso, la conclusión es doble: primero, la sociedad española se transformó radicalmente en estos años, casi diría que de arriba abajo; segundo, la España de 1975 estaba preparada para la democracia, en realidad era el único cambio, el político, que no se había producido. Franco murió en la cama, sin duda, pero una vez enterrado comenzaron las transformaciones políticas que él no había permitido.
El éxito de la Transición se basa también en que los protagonistas políticos de aquel tiempo, tanto los reformistas del franquismo como los partidarios de una ruptura democrática, tuvieron consciencia histórica. Esta consciencia histórica les condujo a una coincidencia decisiva: nunca más el enfrentamiento entre las dos Españas, nunca más una guerra civil, hay que alcanzar la reconciliación nacional.
A partir de esta toma de conciencia común llegaron a un gran acuerdo en las cuestiones básicas para que los desacuerdos subsiguientes en cuestiones más accesorias, del día a día, debidos a las naturales ideas e intereses distintos que toda sociedad alberga, encontraran un cauce para que fueran resueltos de forma legal y pacífica. El «gran acuerdo» fue la Constitución, el «cauce» fue el desarrollo de la misma mediante la actividad de los poderes del Estado, tanto legislativos, como ejecutivos y jurisdiccionales.
El problema actual es que estas bases han cambiado porque se pone en duda la validez del gran acuerdo, la validez de la Constitución, en muchos casos rebasando los cauces. Y no sólo se pone en duda sino que se vulnera impunemente. La culpa no es de la Constitución, de su texto, tampoco sus interpretaciones. La culpa es de quién pactó una moción de censura en el año 2018 con los enemigos declarados de la Constitución y formó un bloque político que aún sigue. La culpa recae también en Ciudadanos que, por falta de visión estratégica, desaprovechó la ocasión de formar Gobierno con los socialistas tras las elecciones de abril de 2019.
Pero la gran culpa, la total responsabilidad de que nos encontremos en la grotesca situación actual, es del PSOE. Pactar cuestiones constitucionales en Suiza con una prófugo de la justicia española, bajo el vergonzante control de un «verificador» (sea esto lo que sea) experto en alcanzar acuerdos para poner fin a conflictos políticos con bandas terroristas y que entre estas cuestiones se discuta una ley de amnistía de la que se beneficiará el citado prófugo y sus cómplices, es una auténticas tomadura de pelo a la democracia constitucional.
«El consenso sobre el que se edificó la Transición, y que ha durado hasta la llegada de Sánchez al Gobierno, se está desmoronando»
Porque, además, todo ello se lleva a cabo con la finalidad de obtener el apoyo de siete diputados, los imprescindibles para formar el Gobierno más débil de la democracia. No se defienden, pues, los intereses generales: se defiende los intereses de un partido… o lo que queda de él.
El actual PSOE ha convertido a la Constitución en una simple hoja de papel, no en el fundamento, en el alma, de nuestra democracia. El consenso en lo básico sobre el que se edificó la Transición, y que ha durado hasta la llegada de Sánchez al Gobierno, se está desmoronando, algo natural si se pacta con los enemigos de la Constitución y se cede a sus exigencias.
Así pues, lo que sucede no es culpa de la Constitución, ni de su letra ni de su espíritu, la culpa reside en un partido que ha optado por aliarse con quienes quieren derribar lo que llaman con desprecio el «régimen del 78» (es decir, nuestra democracia constitucional) y quienes quieren fracturarlo para facilitar las condiciones para su derrumbe. Y no hay falsas excusas: entre estos socios hay partidos de izquierdas y de derechas, si es que esta división aún tiene alguna utilidad para analizar la política actual.
Vuelvo al principio. Es imposible proceder a una reforma constitucional sin poder confiar en quienes tienen como objetivo desmantelar y derruir el actual Estado democrático. Por tanto, no hay que fiarse de los cantos de sirena que estos días, desde sectores afines al Gobierno, también los mediáticos, hablan de reformar la Constitución. Nos están tendiendo una trampa.