La herencia envenenada que recibe Milei
«El peronismo ha dejado una pesada losa: un déficit del 3,5% del PIB, una deuda de más de 400.000 millones de dólares y una inflación del 143% interanual»
«No hay plata». Arranca el nuevo Gobierno de Javier Milei en Argentina y con él uno de los retos más complejos y difíciles de la historia reciente, ya que el presidente liberal-libertario recibe en herencia una economía en ruina, un Estado en quiebra y una sociedad en la más absoluta pobreza como consecuencia de la hiperinflación.
Y esa frase, ya mítica, de «no hay plata» resume a la perfección la situación del país. El principal problema de Argentina, ya no de ahora, sino desde hace décadas, es que el sector público gasta mucho más de lo que ingresa. El déficit, por desgracia, es algo habitual y recurrente en numerosos gobiernos y se suele cubrir mediante la emisión de deuda, es decir, pidiendo prestado dinero a los inversores, pero el caso argentino es diferente.
El Estado no tiene credibilidad alguna. Sus políticos han sido tan manirrotos e irresponsables que, tras varios impagos y el incumplimiento constante de sus compromisos, los mercados ya no se fían y, por tanto, se niegan a financiar sus desmanes, de modo que se han dedicado a imprimir dinero para poder seguir gastando a placer.
El peso, sin embargo, a diferencia de otras monedas mucho más solventes como el dólar o el euro, no tiene demanda, ni fuera ni dentro del país. Y, al igual que sucede con cualquier otro bien o servicio, cuando existe mucha oferta de algo, pero una escasa demanda, su precio cae, lo cual, a nivel monetario, se traduce en pérdida de poder adquisitivo o, lo que es lo mismo, inflación.
«La inflación es tan sólo el síntoma, mientras que el déficit es la enfermedad»
Esa es la diabólica espiral en la que ha entrado Argentina. La inflación es tan sólo el síntoma, mientras que el déficit es la enfermedad. De ahí, precisamente, que todos los esfuerzos de Milei se centren ahora en acabar con el agujero fiscal. Su prioridad número uno es cuadrar las cuentas públicas para empezar a estabilizar al paciente. Por eso, lo primero que hizo al asumir el cargo el pasado domingo fue avanzar un sustancial recorte del gasto público, equivalente al 5% del PIB.
Dicho ajuste se empezó a concretar el martes, tras el primer paquete de medidas que anunció su ministro de Economía, Luis Caputo, cuyo diagnóstico no puede ser más certero. «Somos adictos al déficit. La génesis de nuestro problema y de nuestras crisis recurrentes es el déficit fiscal. Esa es la razón por la que las crisis se repiten. Siempre hemos atacado las consecuencias, pero no el problema […] Hay que solucionar nuestra adicción al déficit fiscal […] La gente entendió que no hay más plata, que no se puede gastar más de lo que se recauda».
Dicho y hecho. Por primera vez en mucho tiempo, Argentina no sólo se plantea seriamente acabar con el déficit, sino que, además, lo hace de forma correcta, recortando el gasto público en lugar de subir los impuestos. Entre otras medidas, el Gobierno de Milei reducirá el empleo público; achicará la estructura estatal mediante la eliminación de la mitad de ministerios y secretarías; recortará los subsidios a la energía y el transporte; traspasará el coste de la obra pública al sector privado; suspenderá la publicidad institucional; cerrará el grifo de las transferencias a las provincias; y acabará con las mafias clientelares que se dedican al reparto arbitrario de paguitas a cambio de votos.
«Argentina está en coma, el paciente se muere y necesita urgentemente una terapia de choque para evitar su muerte»
Y a todo ello se suma una fuerte devaluación del peso, cuyo cambio oficial pasa de 370 a 800 pesos por dólar, para aproximarlo a su valor real de mercado, junto a la eliminación de licencias previas para poder importar libremente. Las primeras medidas de Milei van, pues, en la dirección adecuada, pero apenas representan el inicio de una larga y dura travesía por el desierto para solventar los graves problemas estructurales del país. Se trata de un primer paso positivo, pero se necesitan muchos más.
El peronismo de los Kirchner ha dejado tras de sí una pesada losa, cuya superación no será fácil ni indolora: un déficit primario —sin contar intereses— del 3,5% del PIB, una deuda de más de 400.000 millones de dólares, una economía en recesión, una tasa de pobreza del 45% de la población y una inflación del 143% interanual, la más alta desde 1991, que avanza sin pausa hacia cotas del 300%.
Argentina está en coma, el paciente se muere y necesita urgentemente una drástica terapia de choque para evitar su muerte. Empeorará antes de mejorar. La medicina es amarga, pero imprescindible. El problema es el déficit, no los recortes; la monetización de deuda, no la inflación; la manipulación del tipo de cambio, no la devaluación; los políticos, no los empresarios; el Estado, no el mercado; el socialismo, no la libertad. Así pues, que nadie se equivoque, el peronismo es la enfermedad y el recetario que defiende Milei, siempre y cuando haga todo bien -y aún queda mucho-, la única solución posible.