Ecología, geopolítica y demografía
«La inclusión del cambio demográfico en Europa tendrá un impacto en nuestras vidas que apenas podemos vislumbrar»
La Comisión Europea presentó recientemente su primera comunicación sobre el cambio demográfico, lo que ha pasado relativamente desapercibido, cuando se trata, a mi juicio, del tercer gran marco narrativo que definirá en el futuro el resto de las políticas de la Unión Europea y, por tanto, de sus Estados miembros. Los otros dos son el de la transición ecológica y la Unión geopolítica. Estos dos últimos habían sido introducidos gradualmente a lo largo de los años. El primer partido verde europeo fue el alemán, cuyos orígenes se remontan a finales de los 70, ante una primera toma de conciencia de los límites de una economía basada en combustibles fósiles que reveló la crisis del petróleo de esa década. Los elementos centrales de su agenda fueron siendo paulatinamente incorporados por los partidos de las principales familias políticas europeas (socialdemócratas, conservadores y liberales) hasta culminar como marco central –en mucha mayor medida que el de la transición digital- del mandato de la actual Comisión que se formó en 2019 en la IX legislatura del Parlamento Europeo, que vio cómo los Verdes europeos se unieron a las otras tres grandes familias como la cuarta del llamado consenso europeo.
La Unión geopolítica tiene su precedente inmediato en la primera estrategia de seguridad europea que se aprobó en diciembre de 2003, en parte como consecuencia del parteaguas que fueron los atentados del 11-S y su consecuencia inmediata, la invasión de Irak en marzo de 2003. Fue puesta al día en 2016, con un significativo cambio en su denominación, como estrategia global y de seguridad europea. Entre una y otra, habían sucedido dos acontecimientos de enorme calado en el vecindario europeo: el revisionismo y expansionismo ruso, iniciado con la guerra ruso-georgiana en 2008 y que para entonces había culminado en la anexión de Crimea en 2014, y las revoluciones árabes, que degeneraron en conflictos armados en Siria, Libia y Yemen, más el surgimiento de ISIS y la proclamación del califato islámico. La invasión rusa de Ucrania de febrero de 2022 cambió para siempre la visión que del mundo y de su posición en él se hacía la UE, cambio que había preparado la experiencia de la presidencia Trump y la crisis de suministros experimentada durante la covid. La expresión autonomía estratégica empezó a aparecer en documentos, hasta fundirse con la de la Unión geopolítica como respuesta a la invasión rusa de Ucrania: la UE empezó a hacer lo impensable, como era financiar armamento con destino a Ucrania; el desarrollo de una industria europea de defensa, iniciado años atrás, se convirtió en una de las prioridades de la UE; y dos Estados miembros tradicionalmente neutrales como Finlandia y Suecia decidieron ingresar en la OTAN (queda por formalizar el ingreso de este último).
El tercer gran marco narrativo es el del cambio demográfico. Su adopción ha sido la más súbita de los tres, lo cual es llamativo, ya que desde hace décadas se es consciente de que la tasa de fertilidad de todos los países de la UE ha caído por debajo del 2’1%, umbral conocido como tasa de reposición. En algunos países, como España o Italia, la caída ha sido espectacular, con porcentajes cercanos al 1%. Si no se había querido mirar hasta ahora a la esfinge a los ojos era por dos razones: el énfasis en la baja natalidad y el estímulo de las políticas para revertir la tendencia es asunto delicado, en la medida que puede poner en cuestión algunas conquistas del feminismo, que procuró, especialmente a partir de la conocida como segunda ola, disociar a la mujer de su papel tradicional en la sociedad centrado en la reproducción y cría de hijos, considerado la fuente principal de la discriminación entre sexos. La obra de la feminista Shulamith Firestone, que empezó a publicarse a partir de los 70 del siglo XX, es paradigmática en este aspecto.
«Ecología, geopolítica y demografía son las ciencias humanas de mayor espectro»
Sin embargo, la demografía no depende sólo de la natalidad, ya que, si es baja, puede ser compensada por el aporte de la inmigración. Pero la crisis migratoria de 2015-2016 mostró los límites de un enfoque migratorio común en el seno de la UE. De hecho, el argumento migratorio está en la raíz de la consumación del Brexit, en la medida que fue explotado y exagerado por sus promotores, a sabiendas de que encontraban una opinión pública muy susceptible en este tema. Es significativo que en la comunicación sólo se subraye la inmigración con el objetivo de atraer talento, pero no la que busca completar la oferta insuficiente de mano de obra no cualificada, la más importante numéricamente, ni se consideran los inmigrantes ilegales ni los solicitantes de asilo, estos últimos conceptualmente diferenciados de los migrantes económicos, pero que no deberían serlo a efectos del impacto en las sociedades de recepción y su capacidad de integración.
Ecología, geopolítica y demografía son las ciencias humanas de mayor espectro. La primera considera el impacto humano en el mundo circundante; la segunda se centra en la pugna entre colectivos humanos por territorios y sus recursos; la demografía considera los efectos generales de decisiones o circunstancias personalísimas: el nacimiento y muerte de las personas y el desplazamiento que entrañan las salidas de unos territorios y las llegadas a otros. Los fenómenos humanos que analizan están, por otra parte, profundamente imbricados. Todas las demás cuestiones que han preocupado y ocupado al hombre son secundarias a estas tres, incluso la más importante, como la defensa de los valores de una sociedad, queda relegada en situaciones de emergencia climática (limitación de las opciones individuales con impacto negativo en el medio ambiente); geopolítica (limitación de los derechos fundamentales durante el estado de excepción provocado por guerras) o demográficas (cuestionamiento de opciones individuales familiares frente a imperativos sociales, al menos en los estados no democráticos).
Las previsiones de las tres ciencias invitan al pesimismo: ya hemos pasado el punto de no retorno para evitar un calentamiento global mayor del 1,5% respecto a la temperatura de la era preindustrial, y si no rectificamos también se nos escapará el objetivo de no superar el 2%; la paz mundial es un espejismo, la lucha por el poder es una constante histórica, y ahí están el expansionismo ruso, la rivalidad sino-americana o el conflicto de Oriente Medio y sus derivadas para recordárnoslo; una población mundial de 8.000 millones de personas, que se prevé que alcance la cifra de 10.000 en 2050, tensiona al máximo los recursos disponibles, y la disminución relativa del peso de los europeos reduce su capacidad de influencia. El miedo se ha instalado como sentimiento generalizado, al menos en la opinión pública occidental. Miedo a un planeta invivible, miedo a un holocausto nuclear, miedo a un envejecimiento que solo podrá ser compensado con la llegada masiva de inmigrantes, trastocando el tejido de las sociedades y sus valores tradicionales. La idea de progreso, central en el Occidente secularizado, se estanca. Sobrevuela el horizonte una amenaza apocalíptica, ya vaciada del significado religioso profundo que le insufló la tradición judeocristiana.
Pero, al mismo tiempo, debemos recordar que el futuro no está escrito, y que la predicción desde el presente a partir de conductas pasadas casi nunca acierta, entre otras cosas porque el hombre y las sociedades en que vive ajustan sus conductas en función de las previsiones amenazantes. El ejemplo quizá más conocido fue la teoría malthusiana, que anticipó el fin de la Humanidad ante la perspectiva de un crecimiento de la población en progresión geométrica frente a los alimentos disponibles que lo harían en progresión aritmética. Siglos de rivalidad entre las naciones europeas engendraron una geopolítica inmutable con impacto mundial, cuya pugna se libraba en cualquier continente, y, sin embargo, dos guerras mundiales más la creación de la Unión Europea dieron al traste con sus planteamientos. Los tres grandes marcos narrativos de la ecología, geopolítica y demografía, bajo su amenazante faz, ocultan un subsuelo esperanzador.
«El miedo se ha instalado como sentimiento generalizado, al menos en la opinión pública occidental»
Las teorías son marcos interpretativos que sustituyen a otros. Sabemos que, por utilizar un lenguaje propio de la economía, los existentes empiezan a agrietarse cuando se detectan «externalidades». Así, el capitalismo triunfante que garantizaba un crecimiento continuo se las tuvo que empezar a ver con fenómenos negativos que no se medían y, por tanto, no se estaban evitando con la exigencia de compensación y multa, como ocurría con la contaminación de los bienes públicos. La geopolítica de la guerra fría sufrió una gran «externalidad» frente a una confrontación que se medía en términos de arsenales nucleares y número de países inscritos en uno u otro bloque cuando el sistema económico y político de uno de los dos protagonistas principales quebró, cogiendo a todos de sorpresa. Un interesante estudio de Pieter Vanhuyse pone de relieve una externalidad como es la necesidad de calcular quién (y en qué cantidad) asume el coste de la crianza de los hijos, que puede poner patas arriba las predicciones de la demografía por continente si se toman medidas radicales en función de sus conclusiones, y la sociedad decide no solo, como hasta ahora, subvencionar parcialmente el coste incurrido, sino cubrirlo en su integridad.
Los avances técnicos inciden de manera impactante en cada uno de esos marcos. Las energías renovables son un ejemplo. O los armamentos cada vez más avanzados, incluidas las «armas inteligentes». O la previsión de terminar creando un útero artificial, en cuyo objetivo hay vías de investigación abiertas. En mayor o menor medida, cada invento plantea nuevas cuestiones morales, incluida la posibilidad que casi todos ofrecen de un doble uso, positivo y perverso. En cualquier caso, el marco sirve de guía para encauzar los recursos humanos y materiales para investigar por una senda y no por otra.
Los grandes marcos teóricos que influyen en el resto de las políticas son fríos, numéricos. Sus generalizaciones afectan a cuestiones que son las más importantes para sus protagonistas y que, por tanto, están henchidas de afectos y sentimientos. Incluso hay veces que el sentimiento generoso individual está en contradicción con las prescripciones de aquellos: la relación especial de un dueño con su mascota puede ser criticable si se generaliza la práctica de tener animales domésticos más allá de lo que se estima sostenible. En otras ocasiones, se trata de realzar el valor de las generaciones mayores intentando estirar su productividad o su condición de consumidores: se habla así de «economía plateada», pero no se repara en el afecto que los hijos y nietos sienten por los abuelos, en una mezcla de responsabilidad y gratitud. Cuando una mujer o una pareja europeas decide tener un hijo, lo hace por mil razones, entre las que con toda certeza no figura el declive demográfico de Europa.
Sin embargo, como se ha argumentado a lo largo de este artículo, la inclusión del cambio demográfico en Europa entre las líneas de trabajo de las instituciones europeas, tendrá un impacto en nuestras vidas que apenas podemos vislumbrar, incluidos nuestros afectos y los valores fundamentales.