THE OBJECTIVE
Miguel Ángel Quintana Paz

Dirás y harás muchas más cosas que me helarán la sangre

«Quedaremos solo unos pocos solitarios que nos neguemos a equiparar a un grupo terrorista (que busca el terror) con un Estado democrático»

Opinión
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Dirás y harás muchas más cosas que me helarán la sangre

Cartel de homenaje a ETA en una imagen de archivo. | Europa Press

Uno de los deseos más equivocados del ser humano es conocer el futuro. Creemos tener el ansia de saber cuanto está por venir. Mas no es así. Aunque solo sea porque la mayor parte del futuro contará con un rasgo humillante para nuestros egos: será un futuro sin nosotros.

Sí, es cierto: acaso deseemos prever esto o aquello. Viene la lotería de Navidad: estaría bien enterarse por anticipado del número premiado. Me examinaré pronto: ayudaría mucho cerciorarme de qué preguntas caerán. Pero más allá de esta clase de cosas, ni siquiera convendría estar al cabo de la calle en asuntos de gran calado, como qué les espera a este amor o esta amistad que me embargan: buena parte del hálito amoroso reside en confiar sin estar seguros del todo; gran aliciente de la amistad es quedar abierto a sus insospechados vericuetos.

Decía Oscar Wilde que cuando los dioses desean castigarnos, atienden nuestras plegarias. Le sucedió al rey Midas, contaban los griegos, y asimismo a Casandra, lo cual atañe aún más a nuestro asunto. Pues Apolo le concedió a esta mujer poder ver el futuro tan claro como ve usted esta pantalla, amigo lector, en que me anda leyendo.

Ahora bien, enojado luego el dios con ella, por haber incumplido la promesa erótica que antes le había hecho, adjuntó a esa facultad de presciencia otra mucho más terrible: nadie prestaría caso alguno a Casandra cada vez que predijera cuanto iba a suceder. Y, si lo pensamos, en cierto modo el castigo de Apolo era lógico: si a Casandra, cuando les advertía de ello, le hubiesen creído los mortales que se precipitaban a una u otra tragedia, a menudo estos la habrían evitado, y mala vidente habría sido ella entonces. Este es el castigo del que tiene razón al prever el futuro: que si tiene razón es, justo, porque no le hacen caso.

La protagonista de este artículo, en todo caso, no se llama Casandra ni es griega. Se llama Pilar Ruiz Albisu y es vasca. Ahora bien, Pilar hizo asimismo una predicción, allá por el año 2005, a la que pocos hicieron caso. Y que se ha cumplido, empero, de modo tan trágico como ya retumbase al anunciarla. Es la predicción que da título a este texto. Expliquémosla.

ETA había asesinado dos años antes al hijo de Pilar, Joseba Pagazaurtundua, jefe de la policía local en Andoáin. Ambos llevaban años viendo cómo los terroristas le incendiaban vez tras otra el coche; cómo arrojaban cócteles Molotov contra balcón de su casa; cómo le remitían amenazas que le aseguraban que le iban a matar. Así que Joseba había solicitado repetidas veces el traslado de tal localidad: «Cada día veo más cerca mi fin a manos de ETA», escribió, previdente, al consejero vasco de Interior. Este le negó siempre tal traslado.

Cuatro tiros a bocajarro en el bar Daytona, el 8 de febrero de 2003, tornaron ya innecesario tramitar esa súplica. Un año después, el Ayuntamiento de su localidad le concedió la medalla al Mérito. Votaron en contra de tal reconocimiento los concejales nacionalistas del PNV y de EA (partido ahora integrado en Bildu). ¿Con qué argumento? Que ese homenaje «rompía los consensos».

Y bien, ¿qué es lo que condujo a la madre del asesinado, Pilar Ruiz, a hacer, apenas dos años tras el crimen, la predicción que intitula este artículo: «Dirás y harás muchas más cosas que me helarán la sangre»?

Empecemos por determinar a quién habló de esta forma. Se trata de un viejo conocido nuestro, Patxi López, actual portavoz del PSOE en el Congreso de los Diputados. Y que a la sazón ejercía de líder de los socialistas vascos.

«Cuánto nos ha deshumanizado la deriva del PSOE: yo ya no puedo invocar ante un socialista la palabra dignidad»

Estamos en 2005, gobierna España José Luis Rodríguez Zapatero, y se han empezado las negociaciones entre su Gobierno y ETA. Patxi López le había prometido a Pilar que nada de eso sucedería. Así que Pilar, ante tamaña mentira, le escribe a López una carta abierta. (Estamos en 2005, aún no dábamos todos por descontado que los socialistas mintiesen, ni ellos se habían inventado aún la patraña de que tales embustes fueran meros «cambios de opinión»).

La carta de Pilar es todo un ejemplo de cuánta potencia alcanza nuestra lengua cuando simplemente la utilizamos para lo que está: para enunciar verdades. Pilar no es literata; pero su estilo resuena como aldabonazos de realidad a las puertas de nuestro futuro. Véase este párrafo:

«Te hablé en público y en privado, Patxi, porque estaba cada vez más preocupada por algunas palabras y gestos de quienes te acompañan en el partido. Soy mayor, Patxi, tengo setenta y tres años y tú eres muy joven, como lo es el presidente del Gobierno. Por eso me atreví a decirte que pensaras en las cosas que son realmente importantes: la vida y la dignidad. La defensa de la vida y de la libertad y de la dignidad es más importante que el poder o que el interés del Partido Socialista».

Leo a Pilar y comprendo cuánto nos ha deshumanizado la deriva del PSOE: yo ya no puedo invocar ante un socialista la palabra «dignidad», pues yo ya soy bien consciente de cuánto han desvitalizado tal término, todos los términos, tras 18 años. Pero sigo leyendo:

«A mí me parece que la palabra viste el santo. La negociación es un atajo, no es la solución democrática, Patxi. Quienes lloramos a los muertos hemos renunciado a vengarnos. Como sociedad no aplicamos la pena de muerte, ni la cadena perpetua. Esta es la prueba de la inmensa generosidad de nuestra sociedad. Lo hemos comentado muchas veces en casa».

Una casa en la que ya no estaba su hijo Joseba. Pero prosigue Pilar:

«Ahora estamos en el año 2005 y yo todavía tengo voz, y no callaré, pero ahora hay muchos ciegos en España y creo que serán ciegos y mudos ante nosotros. Hay muchos ciegos que serán leales a lo que hagáis, aunque nos traicionéis, porque solo ven las siglas y este es el país de Caín y Abel, de unos contra otros, de la política que parece tantas veces un partido de unos forofos contra otros forofos».

Es el destino de Casandra: mientras que Pilar sabía, hace casi 20 años, que el PSOE iba a acabar traicionando a las víctimas del terrorismo, otros tuvieron que esperar a 2018 para saber que el PSOE contaría con Bildu como aliado preferente. O han debido aguardar hasta estos días finales de 2023 para constatar que los socialistas elegirán a un bildutarra como alcalde de Pamplona. Mientras esos mismos socialistas acusan de kale borroka (o sea, de ¡terroristas!) a quienes nos opongamos a tal elección.

Pilar además sabía en 2005 que ante semejantes traiciones abundarían los ciegos interesados; mientras que hoy, 18 años después, algunos todavía se sorprenden de los palos de ciego que da, en sus intentos de justificar al Gobierno, nuestro periodismo progubernamental. «Bildu no es ETA» nos dice, «pero además Bildu es ETA que ya acepta las reglas democráticas» (¿no es esto contradictorio con lo anterior?), «así que no la contrariemos no sea que se nos enfade» (¿hay que tratar más comprensivos a alguien por tener pasado terrorista?), «y, además, por fin están haciendo lo que pedíamos a ETA» (¿otra vez reconocemos el vínculo entre ambos?), «y ya sabemos lo que hacen si en cambio se enfadan, aunque no son ETA, ¿te lo he dicho ya?».

«Se dice que la historia la escriben los vencedores, pero en España la escribe el PSOE»

La primera ceguera temible que precede a la ofuscación moral es la ceguera lógica. Ya lo dijo Otto Weininger: lógica y ética son lo mismo, la obligación que uno siente ante sí. Y estamos ante gente que ya no percibe ninguna.

Pilar sabía todo eso y ahora, a sus 91 años, constata en la realidad lo que ya visionó en su predicción trágica. Como el colofón de una tragedia griega, resuenan también sus palabras finales al PSOE de entonces y de ahora: «Ya no me quedan dudas de que cerrarás más veces los ojos y dirás y harás muchas más cosas que me helarán la sangre, llamando a las cosas por los nombres que no son. A tus pasos los llamarán valientes. ¡Qué solos se han quedado nuestros muertos!, Patxi. ¡Qué solos estamos los que no hemos cerrado los ojos!».

«Llamar a las cosas por nombres que no son»: con cuánto tino resumen esas palabras la posverdad en que habitamos. «¡Qué solos se han quedado nuestros muertos!»: cuán punzante resulta ese lamento de la madre deshijada. «¡Qué solos estamos los que no hemos cerrado los ojos!»: cuánta verdad hay en esa descripción de la España de finales de 2023. O, mejor: en esa descripción de la España de finales.

Terminemos. Si bien lo tuvo en 2005, no tiene mucho mérito ahora, visto lo que hemos visto, ejercer de nuevo de Casandra. Hacer una predicción sobre lo que vendrá resulta casi tan sencillo como hacer una predicción sobre el pasado. Basta mirar a los discursos que el propio Bildu, o el Gobierno vasco, patrocinan desde hace tiempo. Mas, en todo caso, allá vamos; con peor lenguaje que Pilar Ruiz Albisu, con mucho menos esfuerzo para vislumbrarlo, digamos cuáles son las nuevas iniquidades que nos aguardan.

Veremos pronto que el PSOE empieza a hablar, poco a poco, de que hay que condenar «todas las violencias». La de ETA sí, claro, pero también la de las fuerzas de seguridad que la combatieron. «¿No es acaso toda violencia horrenda?», compungidos nos dirán. (De hecho, ya habla así algún familiar de asesinado socialista). Bien es cierto que el método será progresivo. Empezarán, está claro, aduciendo que solo son condenables esos cuerpos policiales cuando se extralimitaron en sus funciones; terminarán por hacer un totum revolutum en que las víctimas lo serán «del conflicto» y ETA solo una parte «de una situación de violencia general». Como casi todo el mundo ha olvidado el GAL y a José Barrionuevo y a Rafael Vera y a José Amedo (se dice que la historia la escriben los vencedores, pero en España la escribe el PSOE), no les hará mucha falta superar la contradicción de que fuera justo en un Gobierno de los suyos, un Gobierno socialista, donde hubo varios condenados por terrorismo de Estado. 

Frente a ese discurso, que repetirán machacones políticos, periodistas, artistas, profesores e intelectuales, quedaremos solo unos pocos solitarios (lo dijo ya Pilar: ¡qué solos estamos los que no hemos cerrado los ojos!). Unos pocos que nos neguemos a equiparar a un grupo terrorista (que busca el terror) con un Estado democrático (que persigue, mal que bien, incluso a aquellos de sus representantes que cometen delitos). ETA recompensaba a los asesinos que cumplían con su macabro trabajo; España condenó al ministro, a los políticos, a los policías que incurrieron en guerra sucia contra esos criminales. No todo es lo mismo. Recordemos de nuevo a Pilar: no llamemos a las cosas «por nombres que no son».

Y así, al menos, aunque seamos solo un pequeño resto, al menos habrá una pequeña parte de la profecía de Pilar que no se cumplirá del todo, al menos. Es esa parte que asevera «qué solos se han quedado nuestros muertos». Un pequeño resto seguiremos acompañándolos; incluso a los muertos socialistas que los suyos sí han dejado solos. Y de tal modo mantendremos encendida la misma vela que Pilar ya reclamó, hace casi 20 años, ante ellos; la vela que ella ha mantenido encendida en su casa; la vela única que convierte cualquier casa en un hogar: la vela de la dignidad.

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