THE OBJECTIVE
Francesc de Carreras

¿Adelantó o retrasó la Transición el asesinato de Carrero Blanco?

«Fue indiferente, la Transición política era imparable una vez muerto Franco. El terrorismo no soluciona nada y solo aporta dolor y muerte»

Opinión
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¿Adelantó o retrasó la Transición el asesinato de Carrero Blanco?

Carrero Blanco y Francisco Franco. | Zuma Press

En la mañana del 20 de diciembre de 1973 un camarada de partido acudió a mi casa para informarme de la muerte violenta del presidente del Gobierno Luis Carrero Blanco.

«Se dice que ha sido por una explosión de gas, pero no parece muy creíble aunque es la versión oficial; también se dice que la explosión ha provocado que el automóvil en el que circulaba el almirante se ha elevado por encima del edificio contiguo y ha caído en el patio de un colegio de jesuitas, aún es menos creíble. Puede pasar de todo, toma precauciones».

No fue una casual explosión de gas sino un atentado y era cierto lo del colegio de los jesuitas. Lo más inesperado puede ser real. Además de Carrero murieron sus dos acompañantes, el conductor y el policía que le protegía. Ayer se cumplieron cincuenta años de todo ello.

¿Adelantó o retrasó la Transición política la muerte de Carrero? Esta es la pregunta que intentaré responder en este artículo. Respuesta rápida: ni una cosa ni la otra, fue indiferente, la Transición política era imparable una vez muerto Franco. Veamos las razones.

En primer lugar, entre 1960 y 1975, en estos breves 15 años, España cambió de arriba a abajo en todo excepto en una cosa: en las instituciones políticas. Franco siguió conservando hasta su muerte la soberanía nacional, es decir, el poder constituyente, que le fue otorgado por la ley de 30 de enero 1938. En todo lo demás las transformaciones fueron profundas: en la economía, la sociedad y la cultura entendida en sentido amplio, es decir, incluyendo también las costumbres y hábitos de los españoles.

La economía cambió, sobre todo, a partir de 1959 con el Plan de estabilización: se pasó de la autarquía y el proteccionismo al desarrollismo, es decir, a una economía abierta al exterior. Pero no sólo eso: aumentaron las inversiones extranjeras, empezó a crecer el turismo y se ingresaron divisas debido a la emigración de trabajadores españoles a los países europeos más próximos: Francia, Suiza, Bélgica y Alemania. El crecimiento europeo de la postguerra repercutió así en España.

«El movimiento de estudiantes será fundamental en la oposición al franquismo durante todo este período» 

Estos cambios económicos transformaron la estructura de clases. Primero por la emigración campo-ciudad dentro de la misma España. La reforma agraria que pretendían los falangistas se llevó a cabo, sin una planificación preconcebida, mediante este sigiloso proceso migratorio. La España predominantemente agraria comenzó a transformarse en industrial y comercial. Crecen rápidamente las grandes ciudades y sus entornos: Madrid, Barcelona, Bilbao, Valencia, Zaragoza y muchas más. La clase media se va ensanchando: es la España del Seat 600, un imagen fundamental. A su vez, cambian el tipo de empresario y el tipo de obrero: ambos deben adaptarse a las nuevas  circunstancias. Comisiones Obreras se funda en 1964, va penetrando en los sindicatos oficialistas y algunos empresarios prefieren pactar con ellos que con las viejas e ineficientes burocracias verticalistas.

En el campo cultural, en el modo de vida, influyen mucho los cambios de la Iglesia a partir, e incluso un poco antes, del Concilio Vaticano II: la España nacional-católica se desliza progresivamente hacia una España laica. Pero, además, la misma emigración a Europa y el turismo en las costas mediterráneas provoca un cambio en las costumbres: de la «charanga y la pandereta» va quedando ya muy poco. Los jóvenes, cada vez más libres,  toman conciencia de que ya no son la generación de la guerra civil, que no quieren volver a ella. El manifiesto de los estudiantes de Madrid encabezado con la frase «Nosotros, hijos de vencedores y vencidos…», es más que significativo: es reconciliación nacional en sentido puro.  El movimiento de estudiantes será fundamental en la oposición al franquismo durante todo este período.

Podríamos añadir muchos cambios más, han sido sólo unas cuantas pinceladas para concluir que en 1975, a la muerte de Franco, España se había transformado radicalmente, no tenía nada que ver con la de la República ni la del primer franquismo. La aspiración de la mayoría de españoles era parecerse a los prósperos países europeos e integrarse en la Comunidad Económica entonces naciente. Solo restaba cambiar las instituciones políticas y crear un Estado democrático de derecho, con garantías de derechos fundamentales, separación de poderes y un gobierno representativo. Esta fue la principal función de la Transición cuyo objetivo básico era aprobar una Constitución.

Dentro de este panorama Carrero era una pieza más, como lo fue su sucesor Arias Navarro, pero no una pieza fundamental. Muerto Franco entraba en funciones el Rey y había que desmontar las casi vaciadas instituciones franquistas. Seguro que Carrero hubiera introducido reformas, como lo hizo Arias, recordemos aquel insuficiente «espíritu del 12 de febrero», pero no hubieran sido las que pedía la sociedad y las fuerzas políticas ni las que deseaba el rey Juan Carlos. 

«Seguramente Carrero se hubiera atrincherado en el franquismo continuista»

Carrero no era un extremista sino un moderado pero en absoluto un liberal ni un demócrata. Seguramente se hubiera atrincherado en el franquismo continuista -qué remedio le quedaba a éste- y, sobre todo, en los tecnócratas, sus protegidos, encabezados por López Rodó. Pero con estos mimbres no se llegaba a la democracia. 

La Transición fue un acuerdo entre los franquistas reformistas y la oposición democrática, incluida por supuesto socialistas y comunistas. Creo que esto nunca lo hubiera aceptado Carrero, obsesionado por la maldad intrínseca de liberales, masones y comunistas, precisamente los protagonistas de la Transición. Por tanto, a Carrero le hubiera sucedido lo mismo que a Arias Navarro: el Rey le hubiera pedido la dimisión para dar paso a un joven audaz como Adolfo Suárez siguiendo las indicaciones de un viejo zorro como Torcuato Fernández-Miranda.

Y aquí nos queda un último apunte: la ineficacia del terrorismo que nada soluciona y solo aporta dolor y muerte. Ni el asesinato del zar Alejandro de Rusia cambió nada en aquel país, ni Lincoln o Kennedy la democracia norteamericana, ni los asesinatos de tan notables políticos como Cánovas, Canalejas y Dato hicieron caer la monarquía española de la Restauración.

Ni, por supuesto, los más de 800 muertos de ETA acabaron con la actual democracia española. Que Bildu -que no son sólo los sucesores de ETA, ya lo sé- condene el terrorismo y no incluya a antiguos terroristas en sus candidaturas electorales. Que comprenda aquella frase tan cínica atribuida falsamente a Tayllerand: «C’est pire qu’un crime, c’est un erreur». Sólo entonces  les consideraremos demócratas. 

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