Trump y la 'Amazing Grace' de Obama
«Quién sabe si no estamos en una época que sólo reclama a tipos inescrupulosos como Trump que inflaman al pueblo para que asalte las instituciones»
Ante la inhabilitación del Tribunal Supremo de Colorado a Donald Trump para presentarse otra vez a la presidencia de los Estados Unidos, por haber alentado el asalto al Capitolio del 6 de enero de 2021, pensé que toda la filosofía de Schopenhauer se sostiene sobre la idea de que la vida no es sino el campo de juegos de la voluntad y que para velar un poco esta descarnada verdad nos inventamos las representaciones, la cultura, las normas de cortesía, los enamoramientos, las religiones e ideologías: representaciones para poner un poco de orden entre tantas voluntades en colisión y hacer posible que tengamos una idea un poco mejor de nosotros mismos.
Si fuera necesario actualizar y banalizar la tesis de El mundo como voluntad y representación, que no lo es pues el texto de Schopenhauer es ya claro, yo hablaría de El mundo como dinero y marketing. El dinero, como la forma en la que cuajan en nuestro mundo todas las formas de la voluntad, y la propaganda, que impregna todas las actividades, como el relato para hacer digerible una verdad incómoda.
Trump recurrirá ante el Tribunal Supremo de los Estados Unidos, y éste probablemente desautorizará a la alta instancia de Colorado, y luego el expresidente tendrá que afrontar otro juicio el 4 de marzo, en Washington, por conspiración para el fraude para cambiar los resultados de las elecciones presidenciales de 2020. Ya se verá en qué acaba todo esto. El establishment norteamericano no quiere que Trump repita, porque las formas de su representación fueron realmente zafias y durante su presidencia pareció demasiado desbocado y peligroso, su voluntad muy ansiosa y maleducada, pero quién sabe si hemos entrado en una época que no sólo reclama a tipos inescrupulosos como él que efectivamente inflaman al pueblo para que asalte la sede de las instituciones, sino que los absuelve y reelige.
Volviendo la vista atrás, recuerdo que Trump llegó después de la presidencia de Obama, que en cuanto a modales fue impecable, igual que su mujer (mientras Trump tenía una trophy woman de barraca de feria eslovena y líos varios con prostitutas). Era asombroso cómo Obama pudo llevar adelante, sin flaquear ni un solo instante, sin que se le escapase un mal gesto, sin dejarse ni una sola vez un micrófono abierto, sin un lío con la becaria de turno, la representación de la civilidad amable, risueña, desenvuelta, durante dos mandatos. ¡Daba gusto verle tan invariablemente afectuoso y respetuoso con su mujer! Invitaba a Aretha Franklin a cantar en la Casa Blanca y, escuchándola, se enjugaba una lagrimita. ¡Una, no dos! ¡No una ridícula llantina, sino la divina proporción sentimental para demostrar que se tiene buen corazón! ¿Pero cómo se puede ser un actor tan permanentemente impecable y no tener, como todos los actores, un cuarto oscuro, una secreta adicción o un ego monstruoso, cualquier cosa compensatoria del estrés de estar siempre en representación ante el mundo?
«Supongo que el hecho de ser de raza negra exigía, para llegar a la presidencia, un esfuerzo permanente de esfuerzo y actitud»
Supongo que el mismo hecho básico de ser de raza negra exigía, para llegar a la presidencia, un esfuerzo doble, una práctica permanente de esfuerzo y actitud, un entrenamiento muy exigente. Sólo puede lograrlo un superdotado.
Recuerdo como una cumbre de su admirable actuación el discurso en el funeral por Clementa Pickney, un senador demócrata y sacerdote de la Iglesia Metodista asesinado en 2015 junto con otros ocho ciudadanos negros por un supremacista blanco.
En un momento determinado de su discurso en la iglesia, delante de varios sacerdotes con sus casullas moradas, Obama dice, con acento de profunda convicción: «We need… Grace» (Necesitamos… Gracia). Luego marca una larga pausa, como meditando, envuelto en silencio expectante, y por fin agrega, con fe: «Amazing Grace» (Gracia sublime, gracia divina). Y tras otra pausa se pone a canturrear los primeros compases de Amazing Grace, himno de perdón y redención celebérrimo en el mundo anglosajón. En seguida los sacerdotes se ponen en pie y le corean: Amazing grace!/ How sweet the sound,/ That saved a wretch like me!/ I once was lost but now am found/ Was blind, but now I see. (Gracia divina, ¡qué dulce el sonido que salvó a un desdichado como yo! Estuve perdido pero he sido hallado. Estaba ciego pero ahora veo.) El organista se suma al canto, y el acto luctuoso se convierte en un escenario de Broadway y en una apoteosis de esperanza.
Desde luego, al margen de los aciertos de su presidencia, y de los errores, de los que tampoco estuvo, como es natural, exento, Obama estaba tocado por la Amazing Grace.