Sin Constitución, no hay España
«Felipe VI no tardó ni dos minutos en entrar de lleno en la cuestión política e institucional que ha marcado la actualidad nacional pasada y presente»
La tradición de los discursos navideños se remonta a las navidades de 1932, cuando el rey británico Jorge V pronunció su primer alegato en la radio, una pieza retórica escrita y supervisada por el célebre escritor Rudyard Kipling y con el que iniciaría una senda que continuaron sus sucesores en la Corona, quienes, junto al resto de Casas Reales europeas, adoptaron la costumbre de felicitar a sus ciudadanos en tan señalada festividad.
En su décimo discurso navideño desde que asumió la Jefatura del Estado, Felipe VI no tardó ni dos minutos en entrar de lleno en la cuestión política e institucional que ha marcado la actualidad nacional pasada y presente, sabedor de la expectativa que generaba su alegato. Fue un discurso sencillo en configuración y estructura, con frases cortas, pero de cierta contundencia, destinadas a facilitar el titular a modo de resumen que mañana formarán parte de aperturas mediáticas, tertulias de café y debates de sobremesa. Cuando se reitera un mismo concepto en diferentes momentos de la alocución, rodeándolos de adjetivos con fuerza y un contexto definido, el cerebro de quien lo escucha reacciona de forma más amable y ágil en su acogida. Tal fue la pretensión del monarca.
Constitución, democracia y España fueron los tres conceptos más repetidos por Felipe VI en el mensaje de Navidad, las tres palabras que, por otro lado, generan mayor odio entre los actuales socios de Sánchez y que más alergia tienen en Moncloa a defender («cada institución debe situarse en el lugar que la Constitución le otorga», les recordó). Cada vez que el Jefe de Estado las pronunciaba, se escenificaba el momento con un plano corto de su figura y tras él, la enseña nacional. No fue espontáneo el simbolismo visual que acompañaba a cada idea: tras hablar de España, la bandera y mirada fija a la cámara; cuando refería a la Constitución, pausa y de nuevo el rostro pétreo y seguro del monarca con los símbolos al fondo, cada vez que mencionaba la palabra democracia, plano general. Toda idea, emoción contenida y mensaje con trasfondo estaban perfectamente situados en el momento clave del discurso. Por ejemplo, verbos como ‘trascender’, ‘permanecer’ o ‘progresar’ los expresó con tono calmado y silencioso, reservando la fuerza verbal para el uso de conceptos mayores como justicia, libertad y unión.
Enmarcado en dos partes muy definidas, el discurso fue un recordatorio constante del papel esencial que juega la Constitución en la vida de los españoles («gracias a la Constitución conseguimos superar la división»). No sólo hay que respetarla, sostuvo el Rey, sino procurar que su identidad siga vigente, idea que remarcó con una frase que es un directo al mentón de quien ha articulado pactos de Estado con todos los enemigos de la Carta Magna: «fuera de la Constitución no hay democracia ni convivencia, no hay libertades, sino imposición, no hay ley, sino arbitrariedad». Y lo remató con el titular de la noche: “Fuera de la Constitución, no hay España». Quizá el alegato más firme y decidido contra la política gubernamental de cuantos se ha escrito o dicho hasta ahora. Hace tiempo que en la opinión pública ha calado el mensaje de que el único oponente que se le resiste al Presidente del Gobierno es el Jefe de Estado. Su «no nos podemos permitir que se instale entre nosotros el germen de la discordia, es un deber moral evitarlo», parecía replicar, sin mentarlo, pero sí con él en mente, a Sánchez.
«Y junto a la Constitución, España». Tras ese titular que principió la segunda parte de la intervención, se esconde la intención de maridar dos conceptos indisolubles y a los que liga el destino de todas las decisiones que se están tomando. Trocear España es traicionar la Constitución y deslegitimar esta es destruir España, un juego retórico de sencilla comprensión que pretende situar el marco del debate actual y a los actores que en él participan. Porque tras enumerar las virtudes que la Carta Magna ha supuesto para el avance de la nación y de sus ciudadanos, del respeto irrestricto a sus fundamentos y sanciones, a su cometido y fortalezas, Felipe VI sentenció dicha defensa dándole más sentido con una potente sentencia: «La democracia también requiere unos consensos básicos sobre los principios que hemos compartido», es decir, en democracia cabe todo, pero no se puede hacer lo que nos dé la gana.
De sus diez discursos pronunciados hasta la fecha en Navidad, este no ha sido el más breve ni el que más contenido admitió en cuanto a análisis de la situación geopolítica, pero sí ha sido el más contundente y argumental de todos, con tonos firmes y pausados en la forma, gestualidad remarcada en los términos clave y planos fijos constantes buscando equilibrar imagen y mensaje. El trasfondo del mismo recuerda al que pronunció en 2017 tras el golpe de Estado secesionista. Y eso sitúa a cada uno donde el discurso quería.