THE OBJECTIVE
Fernando Savater

Mi Remington

«Estas fiestas sacan lo más cenagoso de cada charco: aún hay quienes repiten el mantra del ‘consumismo’ como mayor peligro, cuando hoy la amenaza es el comunismo»

Opinión
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Mi Remington

Una máquina de escribir de la marca Remington. | Europa Press

Cada vez que oigo la expresión «llevar una vida regalada» me acuerdo de mi infancia. Con una cierta satisfacción triunfal, como el atleta recordando el campeonato que ganó: pase lo que pase, que vengan las desdichas en su obsceno tropel, se lo llevarán todo, pero hay algo que nunca me podrán arrebatar. Calificar esa etapa de mi vida de regalada es lo más apropiado, porque los regalos jugaban en ella un  papel primordial. Me pasé 12 años esperando a cada momento el obsequio inolvidable que me daría un súbito revolcón de felicidad. Podía ser el cromo que faltaba en mi álbum, un libro casi siempre elegido por mi madre infalible o una caja de indios y vaqueros en miniatura. Es curioso y algo patético, pero aún me dura el envite: todavía hoy aunque todos mis benefactores han muerto y volaron lejos, hacia la inexistencia, las hadas generosas… sigo esperando con cara de bobo que llegue mi regalo. ¿Qué va a ser ya? La radiografía con una sombra ominosa en el peor sitio, el teléfono que suena para anunciar la desaparición del afecto imprescindible, la despedida que tanto temías, el tropezón letal del que no te levantas… El último regalo y después se acabó el recreo. Pero mientras, a lo lejos y muy atrás, sigue brillando la vida regalada.

De todos los regalos de mi vida, el que más me ha gustado fue una máquina de escribir portátil (este adjetivo hay que entenderlo en su época, ahora quizá nos pareciese un cachivache demasiado pesado y voluminoso). Me lo trajeron los Reyes cuando yo debía tener unos 13 años: era de austero color gris, compacta, con teclas que me parecieron las de un piano mágico. Su marca era bien visible, con plateadas letras cursivas en relieve: Remington. Mi padre me dijo que era una de las mejores marcas y yo le creí sin dudar un segundo porque ese nombre me sonaba a rifles de grandes cazadores o a revólveres de bandoleros. ¿Hace falta mejor recomendación? Era tan bonita que apenas me decidía a usarla: prefería admirarla y soñar lo que un día escribiría con ella. Por supuesto, nada de artículos o reflexiones de ningún tipo, sólo cuentos: el acecho del tigre, la cabalgada en la pradera, la sombra en el cementerio, la aleta triangular que aparece silenciosa junto al nadador descuidado, el grito de la mujer en peligro del que ningún hombre puede desentenderse… Las cosas verdaderamente importantes de la vida, nada que ver con las trapacerías de los políticos, las cotizaciones de bolsa o los conflictos domésticos de la pareja moderna. Entonces, antes de haber escrito una línea pero después de haber leído ya mucho Tarzán y mucho Sherlock Holmes, hice una elección para toda la vida, a la que he permanecido fiel sin desfallecer.

«Para ganarme el sustento debo escribir no sobre lo que a mí y a los adolescentes nos gusta, sino sobre lo que los adultos quieren leer todos los días»

Arrastrada por el huracán del tiempo, mi Remington ya no está. No sé cuando salió de mi vida. Si es cierto que la materia ni se crea (eso seguro) ni se destruye (bastante probable), ¿a dónde habrá ido a parar? ¿En qué se habrá convertido? Sólo sé más o menos en qué me he convertido yo. Para ganarme el sustento debo escribir no sobre lo que a mí y a los adolescentes nos gusta, sino sobre lo que los adultos quieren leer todos los días… Me refiero a los adultos que aún leen, claro. De modo que tengo a esta ocupación de escribir por algo más que una afición, aunque afortunadamente algo menos que un trabajo.

Mirando hacia atrás a este 2023 que hoy se despide, veo que mi tema ha sido la clausura de España por el ambicioso inane que hoy la descuartiza para hacerse un colchón a su medida con los pedazos. Tapiadas por esta época infame de la que no salimos, las pasiones nobles se ocultan y sólo me queda la  indignación por la jauría oportunista que muerde los flancos descubiertos de la democracia fingiendo protegerla y el desprecio por los bobos que se encogen de hombros y aseguran que peor nos iría con la derecha. Estas fiestas sacan lo más cenagoso de cada charco: aún hay quienes repiten el mantra del «consumismo» como mayor peligro, cuando hoy la amenaza es el comunismo (retórico, claro, como perversión ideológica: los que se creen bolcheviques son sólo rentistas del radicalismo). Al estupendo discurso del Rey, que es el ancla de misericordia que nos queda, responde el coro de sospechosos habituales diciendo que están «decepcionados» porque no ha hablado de lo suyo, cuando precisamente lo acertado de esa lección real es defender la unidad de España y hacerse eco educado de la mayoría de españoles que nos cagamos en «lo suyo». ¡A ver si se enteran de una vez!

No creo que la culpa sea sólo de aquella preciosa Remington que decidió mi vocación, pero el caso es que me encuentro sin remedio obligado no a la batalla, sino a la gresca. ¡Qué culpa tenemos mi Remington y yo si los adversarios con los que nos ha tocado lidiar no dan para más! Ojalá 2024 sea clemente con todos nosotros, lo merezcamos o no.

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