Año corto, lecturas largas
«2023 ha sido un año flojo, mediocre, tristón. Ha pasado sin dejar huella, con una inanidad que va asustando. Tiempo sin vida, más o menos, o de muerte en vida»
El año 2023 ha sido malo para mí, pero podría haber sido peor: el mundo tiene inagotables recursos de empeoramiento, es capaz de convertirse en una formidable trituradora si se lo propone (bueno, siempre se lo propone finalmente). De manera que aún me encuentro en condiciones de pedir que me quede como estoy. Aunque quisiera estar mejor, claro: ¡ese es mi propósito, más cuando el inauguralista 1 de enero se acopla en 2024 con el no menos inauguralista lunes!
Más que malo propiamente, ha sido un año flojo, mediocre, tristón. Ha pasado sin dejar huella, con una inanidad que va asustando. Tiempo sin vida, más o menos, o de muerte en vida. La única ventaja, de orden metafísico, es que hay un cierto tú a tú con el tiempo: despojado este de otros estímulos, se capta su esencia hueca, de maquinaria arrastrándose. Su cualidad de «dimensión del teatro» exenta, sin obra que se represente. Un escenario vacío, pero con el telón todavía alzado. Uno es el espectador de ese drama sin actores.
Así que llego a diciembre, a pocos días de las uvas, con la sensación de que no ha pasado nada salvo el tiempo, y este demasiado rápido. El año se ha ido en un suspiro, hace nada lo estábamos empezando como dentro de cuatro días empezaremos el que viene. Hay, cómo no, una pequeña sensación de estafa; aunque asumida. La sorpresa me la he llevado a ir a mi lista de lecturas.
Como todos los años desde 2016, he venido anotando los libros leídos en 2023. Ha sido el año que menos he leído desde que empecé a hacer mi lista, pero aun así han sido, van a ser, bastantes: 110 lecturas. Al pasar a limpio la lista (la pondré este sábado 30 en mi blog), he percibido, no sin estupor, que ahí sí había algo, la sustancia que le ha faltado a la vida. Al contrario de lo que me sucede con las campanadas de la Nochevieja pasada, que parece que fueron ayer, de mis primeras lecturas del año siento que ha pasado muchísimo tiempo. De hecho, ya no me acordaba. Fueron Todo el oro del día, una antología poética del portugués Eugénio de Andrade, y Diário da noite iluminada, un tomo del diario del brasileño (desconocido en España) Josué Montello.
«Cualquier lectura, buena o mala, multiplica el tiempo, ahonda el instante»
Al ver esos títulos, y algunos más de entonces como Solo existe el presente de Allan Watts, Ars moriendi de Michel Onfray o Vita nova de Louise Glück, mi año ha adquirido un espesor que no pensaba. A diferencia del tiempo, que a veces pasa vacío, en la lectura siempre hay algo, o demasiado: una densidad de mundos. Cualquier lectura, buena o mala, deja una concentración inusual en otras experiencias. Multiplica el tiempo, ahonda el instante.
Miro mi lista y de los meros títulos se desprenden vivencias que había olvidado de aquellos días; no necesariamente acciones siempre, pero sí como mínimo sensaciones. La lista de lecturas es una especie de columna vertebral, o mejor, de árbol en el que van anidando momentos de la vida. Los correspondientes a las lecturas en cuestión, pero también a lo que estaba fuera de ellas: encuentros, desencuentros, disposiciones, tonalidades del ánimo, ciertos azotes de la luz.
Son como capas geológicas. El año se ha ido edificando en estratos, las lecturas de enero, de febrero, las de marzo, las de abril… Ahora las miro desde diciembre y tengo una percepción como la de Proust en El tiempo recobrado, en que se da cuenta de que vamos subidos en zancos, con la vertiginosa fila de los días por debajo de nuestros pies.