El extraño caso de un progresismo democrático
«Arnaldo Otegi nos ha felicitado las Navidades brindando por la amnistía, la de los ‘presos políticos vascos’ por supuesto. No hay más ciego que quien no quiere ver»
Muchos vascos dedicábamos nuestro tiempo a pensar sobre lo que podría suceder después del final de ETA. Tras décadas de violencia, la desaparición de la banda terrorista a veces parecía una quimera que no veríamos con nuestros propios ojos. Pero, incluso entre los más pesimistas, se soñaba con un futuro diferente para todos los españoles. Lo que no teníamos claro era cuál iba a ser el camino que íbamos a tomar en ese después marcado por los ecos de las pistolas que nos habían acompañado durante toda la democracia. Confieso que lo que estamos viviendo hoy no se encontraba dentro de los desarrollos probables de mis cálculos.
Quizá fue una extraña forma de autoengaño. Las señales siempre estuvieron ahí. A veces, eran de una intensidad impúdica. No fueron pocos los jóvenes de izquierdas con los que me encontré que admiraban, con descaro y sin mala conciencia, la organización y mitología abertzale cuando nos visitaban en alguna que otra fiesta. La violencia era la única línea roja, parecía imposible de cruzar. Tampoco era extraño que, en más de una ocasión, los vascos que escapamos del relato hegemónico construido por el nacionalismo reinante sufriéramos un constante leftsplaining de manual. Es decir, cuántas veces nos han intentado explicar «el conflicto vasco» y esas frivolidades que no éramos capaces de entender. Evidentemente esta posición la tomaba quien no había pisado el País Vasco más que de turismo, ya fuese politizado o no, y que se iba canturreando una canción que homenajeaba a asesinos entre unas letras que eran incapaces de comprender.
En el horizonte, al menos en los que me planteaba, no cabía la posibilidad de que un miembro del Consejo de Ministros presentase a EH Bildu como un «partido progresista democrático», y se congratulara de que un ayuntamiento fuera a ser gobernado por esta fuerza política. Ha sucedido ya. Sin demasiado escándalo por parte de la militancia socialista. Y eso que Pedro Sánchez dijo que no se iba a pactar con Bildu jamás. «Si quiere se lo digo veinte veces». Bien es cierto, como nos explicó alguna ministra al inicio de su andadura gubernamental, que no lo dijo el Pedro Sánchez presidente del Gobierno de España. Así que tampoco en esta ocasión mintió a Javier Cercas. Otro día podríamos hablar de las tragaderas de quien se decepciona con Sánchez en diciembre de 2023. Diciembre. 2023.
En fin, mientras se entretienen con las noticias localistas de Madrid, durante estos días seguimos viendo en la Comunidad Autónoma Vasca y la Comunidad Foral de Navarra esa apuesta por el progresismo que aplaude el ministro Puente y los partisanos socialistas. No cabe más progresismo que celebrar la salida de la cárcel de dos terroristas que intentaron colocar 20 kilos de Titadine en Chamartín un día de Nochebuena de hace 20 años. Lo ha hecho Sortu, el corazón y pulmón de una izquierda abertzale que intenta escamotear su pasado en las siglas EH Bildu. «Si quiere se lo digo veinte veces». No ha sido un caso aislado. Han continuado las celebraciones festivas en diversas localidades vascas con rostros de etarras junto a expresiones como «no estamos todos».
«Debemos mantener la responsabilidad de tener ojos cuando otros los perdieron ya»
No se confundan, como nos recordó el residente vasco Iñaki López, no se pueden entender estos eventos como homenajes ni enaltecimiento del terrorismo. Por cierto, Arnaldo Otegi nos ha felicitado las Navidades brindando por la amnistía, la de los «presos políticos vascos» por supuesto. No hay más ciego que quien no quiere ver.
Quizá, para que nos entiendan, haya que decirlo con ese escritor fetiche que es para el progresismo patrio José Saramago: debemos mantener la responsabilidad de tener ojos cuando otros los perdieron ya. Con todo, la oleada de progresismo democrático no ha terminado aquí. En un municipio navarro, han invitado a la familia de un asesinado por ETA a pagarse la eliminación de las pintadas que tienen en su casa como recuerdo macabro del terrorismo. Por el bien común, la corporación, gobernada con mayoría absoluta por EH Bildu, no puede estar dejándose los dineros de los contribuyentes en borrar los grafitis en las propiedades privadas de los vecinos. Sin ningún complejo, por supuesto, porque al menos no gobierna la derecha.