El médico, el abogado y ChatGPT
«No se fíen demasiado de los médicos ni de los abogados que desdeñan al paciente/cliente que se ha informado más o menos de su cuita a través de internet»
Muchos amigos se ríen de mí cuando digo que muchos de los avances cibertecnológicos que cada día nos sobresaltan (a mí al menos) habría que prohibirlos un tiempo, el necesario para que yo sea capaz de controlarlos. Es un autochiste que hago en el contexto de mi clown-rol; una suerte de personaje arquetípico asignado que exagero y caricaturizo para ser socialmente -más- aceptado. Aclaro que con lo de los avances cibertecnológicos no me estoy refiriendo a nada sofisticado, hablo de X (antiguo Twitter), WhatsApp, Instagram, Telegram, Snapchat y otras apps voluntaria y conscientemente fuera de mi uso y alcance.
Igual hay quien piense que, visionariamente, con mi resistencia al uso de esas apps estoy expresando alguna forma de preclaro no sometimiento, una suerte de individualidad à contre-courant, un coqueto gesto de rebeldía sin coste. No es así: mi autoexclusión en el uso de esos utilísimos medios de relación, comunicación e información está emparentada, antes que con el individualismo, con la pereza de aprender su funcionamiento, un esfuerzo que se me revela antipático; pues lo que para un desarrollador de aplicaciones y un usuario avezado resulta intuitivo a mí me resulta normalmente inexpresivo cuando no absurdo. Piensen en los iconos y símbolos que representan los comandos y ordenes de una aplicación. Son convenciones que integran un lenguaje, que si no se han usado no se aprende. Reparen, por ejemplo, en el símbolo que expresa el comando «guardar» un archivo: se representa de ordinario con la miniatura de un disco de almacenamiento de 3½, un objeto en desuso desde hace décadas que ningún usuario menor de 40 años ha visto siquiera, y que, sin embargo, con el uso, ha terminado por aprender su significado. A eso me refiero.
Viene todo esto a colación de la más popular de las aplicaciones que ponen a disposición de público en general la versión digamos más doméstica de la inteligencia artificial, la que se articula en forma de un diálogo con la máquina: el ChatGPT. «Encuentre respuestas instantáneas, aportes profesionales e inspiración creativa», es el reclamo que invita a descargarse -gratuitamente- el ingenio en el dispositivo del usuario; también promete mejoras en la productividad del mismo, presumiendo un uso profesional que parece estar todavía más en las noticias y artículos de opinión que en la realidad laboral cotidiana.
A pesar de lo que dicen los medios, creo que la IA no va a poner en peligro tantos empleos realmente cualificados. A esta máquina le pasa como a todas las relaciones profano-especialista: para que el segundo sea realmente útil es imprescindible que el primero esté informado y sepa plantearle las preguntas correctas. O sea, ChatGPT no puede suplir al profesional, al especialista, porque un profano no sabrá formularle las preguntas correctas para que las respuestas sean útiles, so pena de que la máquina se deslice ridículamente por el aforismo wildeano según el cual las preguntas nunca son indiscretas mientras que a veces sí lo son las respuestas.
«ChatGPT no puede suplir al profesional, al especialista, porque un profano no sabrá formularle las preguntas correctas para que las respuestas sean útiles»
Pero dicho todo lo anterior, aventuro un consejo: no se fíen demasiado, por ejemplo, de los médicos ni de los abogados que desdeñan al paciente/cliente que se ha informado más o menos de su cuita a través de internet antes de la acudir a la consulta; porque para preguntar hace falta saber. Algo, no todo, pero al especialista hay que ir a resolver las dudas que a uno le quedaron de la novela, no la esencia de la trama. Huyan pues de los abogados y médicos que abjuran de internet: les impide soltar su cháchara huera con cuatro latinajos (griego en el caso de los galenos) y cobrar por quizá arruinar o malograr la salud de la gente a costa de su ignorancia.
Ahora bien, si bien no acabará con los profesionales muy especializados y experimentados, aventuro que ChatGPT, o sus versiones profesionales adaptadas con funciones análogas, puede llevarse por delante y hacer una seria avería en el grupo de social de los jóvenes profesionales en formación: los pasantes, los médicos residentes que todavía necesitan un supervisor, por ejemplo. Así como los delineantes casi desaparecieron como tales de los estudios de arquitectura con el AutoCAD, el ajuste en costes de recursos humanos puede tentar a las empresas a automatizar las tareas de primera aproximación al problema, la que luego necesita supervisión.
Por lo que pueda pasar, yo, como propósito tecnológico de 2024, estoy pensando en instalarme el WhatsApp. Por algo hay que empezar.