El intelectual y el político
«Cercas no estaba defendiendo la integridad de Sánchez, al contrario. Como dudaba de ella, trataba de influir en sus decisiones»
Cuando escribió su famoso artículo diciendo que no, que no habría amnistía para los independentistas que habían desafiado el orden constitucional y malversado dineros públicos, Javier Cercas no pecaba de ingenuidad. Tengo para mí, o sospecho o conjeturo, que su artículo no buscaba negar una realidad que resultaba evidente para muchos, sino influir en ella. Al menos así leí yo su tribuna. Cercas no estaba defendiendo la integridad de Sánchez, al contrario. Como dudaba de ella, trataba de influir en sus decisiones. Le estaba mostrando lo inmoral que era hacer aquello que estaba tentado a hacer. Estaba levantando un muro, el último, este sí necesario, que frenara la avalancha de esperpentos e indecencias encostradas en su ley de amnistía, y de paso le advertía que no todos los intelectuales de izquierdas se iban a tragar sus tropelías y justificaciones de última hora.
Asistíamos, y esto es lo relevante de esta historia, a esa extraña relación que hay entre el intelectual y el político, y a la vieja aspiración que ha rondado al primero de afectar u orientar las decisiones del segundo. ¿Iba Sánchez a atender, al menos a oír o a sopesar, la advertencia de uno de los intelectuales más relevantes de la lengua? Más aún, ¿le importaba lo que un escritor a quien él mismo quería como ministro de cultura dijera sobre la ley más trascendental de su legislatura? Al día de hoy sabemos la respuesta: no, en absoluto. Oídos sordos, no es no. Sánchez privilegió el poder sobre la moral, la supervivencia política sobre la integridad cívica, el interés personal sobre el bien público, su entrada en Wikipedia sobre el PSOE, la izquierda y España. Y la reacción de Cercas fue coherente e inevitable: mandarlo al carajo. A él y a su gremio. La ilusión de afectar desde el entendimiento y los principios a los hombres de poder se desvanecía de nuevo. La voz del intelectual caía en saco roto frente a los intereses inmediatos del político.
No es este el primero ni el último caso en que un intelectual se siente traicionado por los poderosos. El filósofo que educa al príncipe corre ese riesgo. Si los principios que inculca son un impedimento para expandir su poder, bien puede quedarse en paro o, peor aún, caer en desgracia. Porque el político que se acerca al intelectual no suele hacerlo en busca de sensatez y cordura. Lo hace para arroparse con su prestigio, pues se asume que en gente que se dedica a pensar, escribir, actuar o cantar priman la pureza, el desinterés y toda suerte de virtudes ajenas a la codicia y al anhelo de poder. Y todas ellas, de alguna manera, limpian o abrillantan la imagen del político.
El político que se codea con escritores, académicos o artistas parece más culto y refinado, más sensible, como si se elevara por encima de las mezquindades de su oficio. Pero la verdad es que su acercamiento a la cultura suele ser estratégico e instrumental, una expresión más de eso, de las mezquindades de su oficio. Al político le interesa más la superficie que la sustancia, más el rostro del artista que su voz y su criterio. Busca la imagen o el cliché que sirve a su causa, no la persona que interpreta y juzga la realidad con criterio propio. ¿Qué habría hecho Sánchez con Cercas en su gobierno? El presidente debe agradecerle al cielo que Javier no hubiera demostrado interés alguno en ser ministro de cultura. Habría sido un espectáculo inaudito ver a un intelectual libre y decente en medio de un gabinete totalmente aborregado.
Esta tensión continuará dándose eternamente. El intelectual que opina sobre la realidad seguirá aspirando a que quien toma las decisiones escuche su voz, pero nunca sabrá si la simpatía del político es sincera o interesada. Al hombre o a la mujer de poder siempre le viene bien rodearse de artistas e intelectuales; a estos, en cambio, la cercanía o la fidelidad a los poderosos suele costarles caro. El problema es que estos dos campos, la política y la cultura, se atraen y repelen permanentemente, y eso obliga al tráfico constante entre uno y otro. El político querrá afectar los valores culturales y el intelectual el rumbo de las sociedades. Ambos están condenados a verse las caras, a confiar y a sospechar el uno del otro, a soportar una que otra decepción o traición. En el caso que nos atañe, el tiempo dirá si la sordera de Sánchez a la recomendación de Cercas le pasará factura. Javier, por su parte, hizo lo que como intelectual tenía que hacer.